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Actualizado: 19 de Septiembre de 2024
Categorías: Articulos

La relevancia del Black Friday para valorar la salud de la economía norteamericana

Image result for black fridayEl Black Friday se acerca… La fiesta consumista americana que hemos adoptado se celebrará mañana. En Estados Unidos el Black Friday sigue a un día de máxima relevancia para la sociedad norteamericana como es Acción de Gracias. El Black Friday es uno de los eventos de gasto al por menor más relevantes. Cada temporada, se elaboran predicciones sobre el nivel de ventas del Black Friday, y la confianza de los inversores puede verse afectada por si finalmente se cumplen o no esas expectativas.

Las ofertas especiales y los elevados descuentos más buscados después de los regalos de navidad a menudo son ofrecidos por los minoristas con el fin de atraer a los consumidores en sus tiendas. Algunos consumidores cazadores de gangas, incluso acampan durante la noche con el fin de asegurar un lugar en la fila en una tienda favorita.

Vayamos al terreno de los mercados… El dato de ventas del Black Friday tiene gran relevancia pues si los inversores observan que los números son fuertes, sería un indicador adelantado de la solidez de la economía y por lo tanto de las empresas cotizadas. Por el contrario, muchos lo tomarían como una señal de problemas si las ventas minoristas no pueden cumplir con las expectativas del Black Friday. La preocupación por la salud de la economía se magnifica si los consumidores perciben un ahorro excesivo, lo que puede dañar los índices bursátiles en el corto plazo.

Esas pérdidas en el corto plazo pueden no tienen correlación alguna con cerrar en negativo el año…

En el año 2008 (quizás el más intenso de la crisis financiera) tras Acción de Gracias y el Black Friday, el Dow Jones perdió el lunes un 6,6% en reacción a la noticia de que el Black Friday fue decepcionante para los negocios minoristas. Y, sin embargo, después de que la gran pérdida de dos días, el Dow Jones recuperó las pérdidas en las siguientes sesiones.

En 1997, en cambio, el Dow Jones funcionó bastante bien durante las dos siguientes sesiones de negociación de Acción de Gracias, ganando un 2,8%. Sin embargo, desde entonces y hasta el final de ese año, el Dow Jones perdió un 1,3%.

Por tanto podríamos tomar este dato como un buen indicador adelantado de la marcha de la economía, lo cual no quiere decir que prevea el comportamiento de la bolsa ya que ésta cada vez está más desconectada del mundo real…

Carlos Lopez

Redactor de Euribor.com.es. Escribiendo desde el 2006 sobre el Euribor, economía, finanzas, bolsa, hipotecas y ahorro

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  • el repunte de las yields soberanas originado tras la elección de Trump ha tenido continuidad esta semana, aunque de forma más pausada. Los inversores siguen anticipando una aceleración del crecimiento y de la inflación en los próximos trimestres fruto de una orientación fiscal más expansiva de la nueva Administración americana. El selloff de la deuda pública de EE. UU. también se está dejando notar en otras demarcaciones, como la eurozona y Japón. La yield del bund se situó en el 0,3%, su mayor nivel desde marzo, y la del bono japonés al mismo plazo alcanzó el 0,04%, en máximos desde febrero. En este contexto, el Banco de Japón mostró su disposición para comprar deuda pública de forma ilimitada con el fin de atajar un repunte indeseado de los tipos de interés. Por su parte, Yellen señaló ante el Congreso que una subida del tipo oficial «podría ser apropiada relativamente pronto», lo que apoya que la segunda subida de tipos se materialice en diciembre.

    Los inversores reajustan sus expectativas sobre la normalización de los tipos de interés en EE. UU. Asumiendo que la Fed moverá ficha en diciembre, el mercado de futuros descuenta ahora una subida del tipo oficial en 2017 y dos en 2018. Ello compara con las expectativas antes de las elecciones en EE. UU. de ninguna subida en 2017 y de una en 2018.

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  • La deuda de las Administraciones ha crecido 31.700 millones desde diciembre http://bit.ly/2geSDRY

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  • La economía es una ciencia social, cada vez con más ingredientes experimentales y aquejada de males comunes a otras disciplinas: heterogeneidad en la calidad de su ejercicio y confusión entre ruido y prestigio. Los economistas hemos defraudado tanto por no verlas venir como por no articular con claridad qué remedios ofrecer para solucionar los graves problemas en los que hemos vuelto a caer.

    Hay una cierta crisis de identidad en la ciencia económica y eso es bueno y malo a la vez. Por un lado, conviene remover los cimientos que están mal asentados o relativizar lo que sea preciso para poder explicar mejor la realidad y las alternativas de política económica. Por otro lado, existe un riesgo nada despreciable de que la heterodoxia se vuelva excesiva y se produzca un rechazo al academicismo que, para colmo de males, puede estar abanderado por algunos de los “pensadores” menos respetados dentro de la profesión, para una utilización mediática y, lo que es peor, por un populismo desaforado.

    La situación que ahora vive Europa, retratada estos días en la prensa como la llamada de parte de la clase dirigente a recuperar las políticas fiscales, es un buen ejemplo. No sólo porque es preciso estimular el crecimiento en la Eurozona sino, también para reconectar con una sociedad que no entiende en qué le beneficia el gran experimento monetario.

    Parte del debate lo abrió hace poco el economista jefe del Banco Mundial, Paul Romer, quien criticó y hasta satirizó lo que él consideraba una obsesión por los modelos matemáticos basados en una lista de suposiciones cuyo tamaño es inverso a su realismo. Sería injusto reconocer que esos modelos han proporcionado armas poderosas para lograr largos períodos de estabilidad económica pero también hay que admitir que son necesariamente parciales (aunque algunos se denominen de “equilibrio general”) y demasiado rígidos para aprehender la compleja realidad actual. La formación de expectativas y la capacidad para determinar el equilibrio a largo plazo son cuestiones delicadas. Una de las paradojas más duras que tal vez debamos internalizar es que en la era del big data y de la digitalización, la complejidad del entorno económico es mayor que la habilidad para comprenderla. Resuenan en mi cabeza las palabras que he escuchado en más de una ocasión del Premio Nobel de Economía Daniel Kahneman sugiriendo que quien quiera explicar el largo plazo hoy en día, simplemente, miente. Deberíamos conformarnos —y no sería poco— con explicar cómo avanzar en el corto plazo por vías sostenibles y cómo estar preparados para shocks imprevistos.

    La realidad es que estamos en la era de lo impensable y eso es suficientemente delicado como para ser prudentes. Sin embargo, lo que parece que gana predicamento, por fácil y simplista (no menos erróneo) son los “modelos” de soplar y sorber: los que aseguran que todos los deseos económicos son posibles y se pueden lograr en dos días sin coste o un coste asumible. ¿Quién frena este despropósito?

    S. Carbó

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  • El gasto en pensiones sigue creciendo más rápido que las cotizaciones sociales http://bit.ly/2gjlgPC

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  • “Es de mediana estatura, fuerte sin ser maciza, morena y guapa. No diríamos a primer contacto que es ambiciosa, aunque puede que lo sea, pues de otro modo no estaría donde está. Ahora trabaja jornadas de catorce y quince horas. Sabe ir al grano y no duda en entonar su voz, a la hora en que los demás terminan de comer y ella a empezar su refrigerio, con una copa de jerez enfriado en la nevera de su despacho. Es Rita Barberá, alcaldesa de Valencia desde hace cuatro meses y estrella ascendente del Partido Popular” (entrevista con el autor, Revista Madrid, 8 de noviembre 1991).

    Así la vi, bien pa­sado el me­dio­día, en su des­pacho mu­ni­cipal poco des­pués de su elec­ción como al­cal­desa de Valencia por acuerdo del Partido Popular con la Unión Valenciana li­de­rada por Vicente González Lizondo, co­no­cido po­pu­lar­mente como “Naranjito”, por haber se­lec­cio­nado ese fruto como em­blema de su par­tido. Barberá y Lizondo eran para en­tonces las ‘bestias ne­gras’ del pan­ca­ta­la­nismo, aquella ofen­siva po­lí­tica ves­tida de ‘kulturkampf’ pro­mo­vida desde el na­cio­na­lismo ca­talán para re­forzar uno de los flancos dé­biles de los lla­mados ‘Països Catalans’, que había que ex­ten­der, por de­signio de Jordi Pujol, desde Perpiñán hasta Alghero en Cerdeña. Pasando por la CV y las Baleares, claro. ¿Y por qué ra­zón? Porque, según el na­cio­na­lismo nor­teño, en ese arco me­di­te­rráneo se habla ca­ta­lán, cosa que nunca tuve opor­tu­nidad de con­firmar en mis vi­sitas a las dos ciu­dades men­cio­na­das.

    En aquel año, el par­tido so­cia­lista va­len­ciano, que desde las pri­meras elec­ciones au­to­nó­micas había con­tro­lado la Generalidad y el Ayuntamiento, era la ca­beza de playa del pan­ca­ta­la­nismo, bajo la su­per­vi­sión ideo­ló­gica del en­sa­yista Joan Fuster. Eran los años se­tenta y ochenta, hasta que em­pezó a ser fre­nado por las re­ti­cen­cias del úl­timo pre­si­dente so­cia­lista de la Generalidad, Joan Lerma, que no es­taba muy dis­puesto a con­ceder la pre­ten­dida pri­macía cul­tural e his­tó­rica de Cataluña sobre lo que fue an­tiguo Reino de Valencia, parte cons­ti­tu­tiva pero so­be­rana dentro de la co­rona de Aragón, y con dos si­glos (XIV y XV) de es­plendor cul­tural va­len­ciano. En todo caso, los de­va­neos pro­ca­ta­la­nistas del PSPV costó a éste perder elec­ciones su­ce­sivas en mu­ni­cipio y co­mu­ni­dad, hasta tiempos re­cien­tes, de­jando un vacío ocu­pado por re­pe­tidos man­datos del PP en la Comunidad y de Barberá en su ca­pi­tal, que fueron to­mados por unos como con­quistas de amor y por otros como bo­tín.

    Individualismo va­len­ciano. También crea­ti­vidad

    Aquel fue un pe­riodo que, en lo que con­cierne a la ciudad de Valencia, con­templó un bri­llante desa­rro­llo, lleno de aciertos pero tam­bién ta­cho­nado de algún cla­mo­roso fra­caso.

    Barberá co­menzó la en­tre­vista que me con­cedió po­niendo por de­lante la he­rencia re­ci­bida: una deuda fi­nan­ciera de pts. 30.000 mi­llones y otra de pagos por su­mi­nis­tros y ser­vi­cios de 50.000 mi­llo­nes. Esto su­po­nía, me ex­plicó, una carga fi­nan­ciera anual ‘cuatro mil y pico mi­llo­nes’.

    A su en­ten­der, la que había sido desde al­gunos si­glos la ter­cera ciudad de España en tér­minos de­mo­grá­ficos y eco­nó­micos es­taba siendo pos­ter­gada por Barcelona y Sevilla, fa­vo­re­cidas os­ten­to­sa­mente por los go­biernos so­cia­listas del mo­mento. La pri­mera en razón de las Olimpiadas, la se­gunda por la Expo 1992.

    La ciu­dad, me dijo la al­cal­desa, tiene “problema tre­men­dos”: de se­gu­ri­dad, de dro­gas, de trá­fico, de falta de do­ta­ciones y ser­vi­cios. El centro his­tó­rico se está ca­yendo, le hacen falta “miles de mi­llo­nes”. Los ba­rrios pe­ri­fé­ri­cos, sin do­ta­cio­nes. ¿Qué decir de las ca­rre­teras na­cio­na­les? La N-III, con cuatro de los diez peores puntos ne­gros de la red es­pañola… ‘y los cuatro en la pro­vincia de Valencia’. ¿Puente aé­reo?: “cuando lo pedí, ta­rarí que te vi”, ex­clamó.

    Le pre­gunté por qué Valencia con­sigue menos que Barcelona y Sevilla. En la Comunidad, me dijo, hay “una falta de con­vo­ca­toria co­mún”, pero la ex­pe­riencia his­tó­rica de los va­len­cianos nos de­bería haber en­señado ya cómo “ser ca­paces de co­rregir nuestra ten­dencia al in­di­vi­dua­lis­mo”.

    Desde aquel ne­ga­tivo diag­nós­tico, mucho han cam­biado las cosas de Valencia en los más de vein­ti­cuatro años de ‘reinado’ de Rita Barberá. Se men­ciona re­pe­ti­da­mente la Valencia de ba­rrios nue­vos, con ras­ca­cielos y todo, y la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero esta men­ción pasa por alto obras que se unen a ella en una se­cuencia ur­bana con­ti­nua, como el mul­ti­ki­lo­mé­trico ajar­di­na­miento del an­tiguo cauce del rio Turia, el Oceanográfico, el Palau de la Musica, el Palacio de Congresos, va­rios puentes mo­nu­men­ta­les, etc. También están el res­ca­tado Jardín Botánico, la re­no­va­ción del Mercado de Colón, una de­li­ciosa pieza de ar­qui­tec­tura nou­cen­tista y, por fin, la res­tau­ra­ción de la vieja Valencia con sus plazas e igle­sias, en un con­junto ur­bano ha­bi­table y mo­nu­men­tal, con obras sin­gu­lares como la trans­for­ma­ción del an­tiguo hos­pital en centro cul­tural y do­cu­men­tal. Y la ex­pan­sión de un metro mo­derno. Y la re­con­ver­sión de la playa de la Malvarrosa en un mag­ní­fico y largo paseo a ori­llas del mar.

    Hay una obra que yo ad­miro par­ti­cu­lar­mente: la asom­brosa sin­cro­ni­za­ción del sis­tema de se­má­foros de la ciu­dad, que siempre que estoy en Valencia me per­mite plan­tarme, entre siete y ocho mi­nu­tos, desde una ur­ba­ni­za­ción de Paterna hasta las Torres de Serranos; un re­co­rrido po­si­ble­mente de ocho o nueve km. so­bre­car­gado de trá­fico. No sé cómo lo ha­cen. Ni los al­caldes de Madrid, al pa­re­cer, tam­poco.

    Cuenta igual­mente en el haber de Barberá la con­tri­bu­ción mu­ni­cipal a los mu­seos de Arte Contemporáneo y el Pio V res­tau­rado, así como apoyos al res­cate de fi­guras como San Vicente Ferrer como hombre po­lí­tico, Luis de Santángel y el ar­qui­tecto mi­litar va­len­ciano, Luis Escrivá.

    También están sus medio triun­fo­s/­fra­ca­sos, como el puerto de Valencia como base de la Americas Cup, o la pro­lon­ga­ción de la mag­ní­fica ave­nida de Blasco Ibáñez hasta la playa, atra­ve­sando el ba­rrio de la Malvarrosa, una ba­talla que perdió dando con ello un triunfo cul­tural a la iz­quierda, que hoy ha des­pla­zado a su par­tido en las ins­ti­tu­cio­nes.

    En su caso par­ti­cu­lar, por culpa de una serie de asuntos de co­rrup­ción de su par­tido, en los que no ha que­dado de­mos­trada cul­pa­bi­lidad al­guna, por lo menos hasta su fa­lle­ci­miento el pa­sado miér­co­les, Barberá de­cidió re­ti­rarse a un se­gundo plano de su vida po­lí­tica. En todo caso, su fi­gura tiene de­recho a pasar a la cró­nica va­len­ciana, a tí­tulo de lo que quien­quiera que vi­site la ciudad puede ates­ti­guar, con grandes acier­tos, y tam­bién con­tro­ver­tidos re­sul­ta­dos. En la en­tre­vista Rita Barberá me señaló un mal po­lí­tico de nuestro país; uno que iró­ni­ca­mente ha pro­pi­ciado el pleito que, al pa­re­cer, la ha ma­tado: “los ciu­da­danos eligen no a sus re­pre­sen­tan­tes, sino a los par­ti­dos”. ¿Seguiremos igual que en 1991, a pesar de todo lo que ha pa­sado en este año 2016?

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