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¿Cómo medimos el riesgo de un país?

Los inversores están habituados a que en los análisis aparezca el concepto prima de riesgo, para medir en un momento determinado, cuál es el riesgo país.  La prima de riesgo mide el spread o diferencial de la rentabilidad del bono a diez años de un país determinado frente al llamado ‘activo libre de riesgo’. Así se evalúa el riesgo adicional que están aceptando los inversores.

Los inversores esperan ser compensados ​​adecuadamente por la cantidad de riesgo que asumen en forma de una prima de riesgo o rentabilidad adicional por encima de la tasa de retorno de una inversión libre de riesgo. En otras palabras, los inversores corren el riesgo de perder su dinero debido a la incertidumbre de un fallo potencial de inversión por parte del prestatario a cambio de recibir una mayor rentabilidad adicional como recompensa el emisor cumple periódicamente.

Sin embargo, el hecho de ejercer una comparativa de un bono frente a otro puede llevar a resultados caprichosos en el momento de evaluar el riesgo país. La prima de riesgo española o italiana se forman gracias al diferencial de rentabilidad entre sus bonos a diez años frente al bono alemán a diez años o bund.

¿Cómo medimos el riesgo de un país? 1

Tenemos un problema en el momento de evaluar el riesgo de un bono soberano utilizando la prima de riesgo, y es que si de repente Alemania incrementa su riesgo y por ello, la TIR (el precio) del bund sube más que la de los bonos españoles o bien italianos, consecuentemente nos enfrentaríamos a que la prima de riesgo de ambos países desciende. ¿Significaría ello que España o Italia ostentan un menor riesgo país? Obviamente no, sino que el riesgo adicional frente al activo ‘libre de riesgo’ ha descendido.

Por ello, existe una mejor manera de evaluar la solvencia del emisor de un bono y es mediante los CDS (Credit Default Swap) que son simplemente seguros para cubrir el riesgo de impago de un producto de renta fija. La base de este tipo de contratos es que el comprador realiza pagos al vendedor (prima) hasta la fecha de vencimiento de un contrato y como contrapartida, el vendedor acepta que, en caso de que los emisores de deuda incumpla tanto en los cupones como en el principal del vencimiento, el vendedor pagará al comprador todos los intereses que se habrían pagado entre ese momento y la fecha de vencimiento.

Dado que con la evolución de la prima de los  CDS se evalúa directamente el riesgo del emisor y no se establece una comparativa entre emisores, tiene más sentido que sea utilizado para medir el riesgo que corre el inversor. En términos generales se tiende a seguir los CDS a cinco años para medir la probabilidad de impago o default de un emisor determinado.

Mientras que la prima de riesgo española se ha mantenido plana desde el cuarto trimestre de 2015 cotizando alrededor de los 120 puntos básicos, como vemos en el siguiente gráfico, que mide la probabilidad de impago de España e Italia hasta la actualidad, la probabilidad de default ha caído desde un 9% hasta el actual 4,909%, es decir, el riesgo país se ha reducido de manera clara.

Por su parte, la prima de riesgo de España e Italia se igualó en el mes de julio del año 2016 tras el Brexit que introdujo una fuerte dosis de volatilidad en los mercados. Sin embargo, el riesgo de default que miden los CDS, mantenían claramente la diferencia entre el riesgo de solvencia de ambos emisores, mostrando que el riesgo de impago de España era de tres puntos porcentuales por debajo que el de Italia.

Carlos Lopez

Redactor de Euribor.com.es. Escribiendo desde el 2006 sobre el Euribor, economía, finanzas, bolsa, hipotecas y ahorro

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  • El mal trago de Trump va a ser rápido: La presión por la trama rusa obliga al Departamento de Justicia a nombrar un fiscal especial http://ow.ly/qAwo30bOWdZ

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  • El sector tu­rís­tico va viento en popa. Es más, po­dría in­cre­mentar sus nú­meros este año con res­pecto a los re­gis­trados el pa­sado ejer­ci­cio

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  • Emilio Saracho aún tendrá que limpiar y poner en orden la casa del Banco Popular antes de que algún potencial comprador se acerque con intenciones de matrimonio financiero. El lastre del ladrillo (casi 37.000 millones de euros hasta el cierre de marzo de este año) deja en mínimos el interés de algunos bancos poco dispuestos, o con un músculo escaso, para hacer frente a dicha carga.

    El Popular ha reconocido el interés de algunos bancos para encarar su compra, aunque en fuentes del sector bancario español se habla más de "curiosidad" que de intenciones firmes por encarar un matrimonio que se presume algo más que complejo. "Esto debe de ser una operación para algunos de los grandes, que podrían encajar los activos tóxicos. Nosotros ya tenemos bastante en Londres", asegura una fuente oficial del Sabadell, una de las entidades que ya se perfilaron hace casi un año como potencial comprador.

    El grupo de José Oliu ha demostrado en los últimos años un gran capacidad de integración, al igual que ha ocurrido con CaixaBank. Eso sí, el consejero delegado de este segundo banco, Gonzalo Gortázar, ya descartaba durante la presentación de los resultados del primer trimestre su intención de hacerse con el Popular, ya que su prioridad se centra en al integración del portugués BPI. "Nos jugamos mucho", sostenía a finales de abril el propio Gortázar.

    Algo similar se esgrime desde el Sabadell que ha considerado este 2017 como un año de transición para encarar la migración de TSB desde la plataforma tecnológica de Lloyds, una mudanza que resulta "muy compleja" según reconocen las mismas fuentes antes citadas".

    Ante estos desmarques, las posibilidades se reducen a los dos grandes. El BBVA de Francisco González (FG) ya mantuvo contactos con el anterior presidente del Popular, el ahora denostado Ángel Ron. Otra cuestión es que ahora interese dicha operación.

    Aunque ha participado en diversas integraciones, con esquema de protección de activos (EPA) o respaldo de las arcas del Estado como Unnim, el BBVA de FG se ha mantenido al margen de algunas iniciativas del Gobierno. Un claro ejemplo es que fue el único banco que se quedó al margen de entrar en el accionariado de la Sareb o banco malo.

    El Santander, por su parte, se ha mantenido ajeno a las diversas integraciones necesarias por la crisis sufrida en el sector bancario español. Al igual que otros directivos, el consejero delegado del Santander, José Antonio Álvarez, se mostró confiado en la capacidad del nuevo equipo gestor del Popular y su capacidad para mantener la independencia de la entidad. Algo que, cada vez, se ve menos probable.

    El consejero delegado de Bankia, José Sevilla, también mostró sus mejores deseos a los nuevos gestores del Popular, pero ahora el ministro de Economía, Luis de Guindos, ya ha situado a la entidad nacionalizada entre los interesados por el grupo presidido por Emilio Saracho. Muchos son los que ven un encaje entre las dos entidades, pero por medio se cuela la anunciada integración de BMN, el otro banco en manos del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).

    Con independencia de las ofertas no vinculantes que reciba el Popular, el banco se tomará aún algún tiempo para evaluar si su venta o una ampliación de capital son la mejor fórmula para encarar su futuro. Eso sí, el tiempo se agota a pasos agigantados para Emilio Saracho.

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  • Se trata de lo que el geo­po­lí­tico Mackinder lla­maba el “heartland” del mundo: la in­mensa masa con­ti­nental que se ex­tendía entre los ecú­menos de Europa Occidental y el de un im­perio in­menso, en­tonces su­mido en una pos­tra­ción ab­yecta: China. Sólo dos grandes po­ten­cias es­taban en con­di­ciones de dispu­tarse el con­trol de lo que aquel geo­po­lí­tico lla­maba ‘la isla mun­dial’: Gran Bretaña y el Imperio Ruso.

    Quien lo dominase (San Petersburgo o Londres) podría dominar el mundo. Rusia poseía los inmensos territorios de Siberia, y dominaba como satélites una inmensa franja de sultanatos centroasiáticos, mientras que Gran Bretaña poseía la populosa India, más Birmania, Malasia, Ceilán, etc.

    La predicción de Mackinder no fue puesta a prueba en los términos por él previstos. Fue la Revolución Rusa la que se propuso (y logró) incorporar el cinturón de sultanatos a la Unión Soviética. Años después el imperio británico declinaba como resultado de su ruinoso triunfo en la segunda guerra mundial. Otra revolución comunista, la de China, y setenta años después, quien tiene un proyecto razonablemente creíble sobre el futuro del ‘heartland’ del mundo es Pekín. Y en lugar de ser un teatro para el choque de imperios, ese corazón continental aparece en nuestros días como la base para lanzar el proyecto más ambicioso en términos de infraestructuras, inversiones y desarrollo material que conocerán (si se lleva a cabo y tiene éxito) las generaciones que están por venir.

    Al menos esa es la versión (o visión) ‘rosada’ que lanzó hace pocos días Xi Jinping, el presidente del estado comunista más grande y poderoso del mundo, en la conferencia mundial conocida como Iniciativa para la Ruta de la Seda (Silk Road and Belt Initiative), en que la palabra Belt es traducida al español por los chinos como “Franja”, en alusión al componente marítimo del proyecto, que serviría a China para volcarse, por un mismo impulso, sobre la periferia meridional de Asia y su vasto interior.

    Se trata de un proyecto que no ha recibido gran aliento desde Bruselas. Estuvieron presentes en Pekín, con un nivel de segundo orden de representación, el Reino Unido, Francia y Alemania, pero con representaciones del máximo nivel España, Italia, Grecia, República Checa, Hungría, Serbia, Belorusia, Suiza, Turquía, etc. Significativamente, también estuvo el presidente de Rusia, Putin.

    La UE como tal no tiene asumido aún este proyecto chino, todavía en grado incipiente de definición, y del que aún no se sabe cómo se solapará con las relaciones que China mantiene con cada una de las capitales. En Berlín no se percibe de forma clara qué puede añadir el concepto de Ruta de la Seda a las intensas y cuantiosas relaciones, en términos financieros, industriales y tecnológicos, que Alemania y China mantienen desde los ochenta del siglo pasado.

    El entusiasmo de Grecia por los cálculos chinos, de hacer del puerto del Pireo su punto de acceso preferencial al continente europeo, no causa entusiasmo en los grandes puertos del norte de Europa. Y se comprende el entusiasmo de Rajoy y del primer ministro italiano, Gentiloni, por la idea de que el tráfico marítimo de China desembarque en Europa por los puertos mediterráneos.

    Este proyecto de entrada mercantil de China en Europa a través del Mediterráneo explica a su vez el interés de los países balcánicos y centroeuropeos en servir de vías de acceso continental para un tráfico comercial particularmente potenciado. Serbia, la República Checa y Polonia esperan inversiones chinas en sus sistemas de ferrocarril.

    Pero otro enfoque geopolítico nos devuelve a la antigua visión de Mackinder. Se trata del sueño de las naciones situadas en el corazón continental de Asia, de abrir rutas de comercio e intercambios con Europa y el lejano Oriente. Es de allí en esas sociedades y gobiernos, donde comenzó a tomar cuerpo la idea de una Ruta de la Seda de rango mundial. A ella se refería frecuentemente el presidente de Kazakstán, Nursultan Nazarbayev. Azerbayán organizó en 1999 una conferencia que se llamó la Nueva Ruta de la Seda. Rusia tenía su propia Ruta de la Seda desde el siglo XIX: el Transiberiano. Hoy hay diseños para cinco vías de acceso rápido terrestre entre Asia y Europa, una Ruta de la Seda polivalente.

    El comunicado de la conferencia trata de asociar la idea de la Ruta de la Seda a otros proyectos y estrategias de desarrollo comercial, industrial, tecnológico, con límites geográficos prácticamente indeterminados. Presentes en Pekín estuvieron los presidentes de algunos países africanos, más los de Chile y Argentina, y el de Filipinas. Precisamente el mandatario de esa nación, Rodrigo Duterte, pudo haberse preciado de ser el líder del primer país asiático que estableció un tráfico comercial directo entre el imperio chino y Europa occidental, a través de la posesión española de las Filipinas, donde la comunidad ‘sangley’ de chinos mantenía el activo comercio triangular China-Manila-Acapulco, confiado al conocido como Galeón de Manila.

    ¿Qué decir de un proyecto que suscita el entusiasmo de muchos países interesados, sobre todo porque lo necesitan o les parece muy prometedor, por un lado, y el escepticismo o la tibieza de otros, por otro lado? Probablemente lo iremos viendo en esta columna en las próximas semanas, y sin duda en muchas otras.

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  • Italia tiene en volumen más del doble de deuda pública que España y respeto al PIB también tiene más, es normal que pague un poco más por colocarla, aunque sea por ley de oferta y demanda

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