En junio de 2017, el estadounidense Alec Smith cumplió 26 años y dejó de estar bajo la cobertura del seguro médico de su madre, era diabético y tenía que pincharse insulina pero no podía pagar los 1.300$ mensuales que le costaba. Intentó racionarla pero finalmente, un mes después falleció.
Todos sabemos que los EEUU tienen un problema muy gordo con la sanidad que en el caso de los diabéticos es un drama. Los precios de la insulina se triplicaron entre 2002 y 2013, y se duplicaron entre 2012 y 2016. Para ponerlo en perspectiva, en 1996 un vial de Humalog producido por Eli Lilly costaba 21 dólares, hoy tiene un precio de 324 dólares, a pesar de que el coste de producción se mantiene estable. Para quienes dependen de varios viales al mes, los gastos pueden ascender a miles de dólares.
En la industria farmacéutica estadounidense, el 90% del mercado mundial de la insulina pertenece a tres empresas: Novo Nordisk, Eli Lilly y Sanofi. Estas empresas tienen esencialmente un monopolio en el mercado; simplemente no hay competencia para bajar el precio. Además, sus aumentos de precio han sido constantes a lo largo del tiempo.
Todas las personas con diabetes de tipo I dependen de la insulina para sobrevivir, y muchas están dispuestas a gastar lo que haga falta para conseguir su dosis necesaria. Las grandes farmacéuticas se están aprovechando claramente de esta parte vulnerable de la población, atiborrándose de costes astronómicos y dejando fuera a los que no pueden pagarlos.
Un grupo de dedicados biohackers cree que para hacer más accesible la insulina es necesario quitar el monopolio a las tres grandes compañías farmacéuticas que la producen. Por eso han creado la Open Insulin Foundation, una organización sin ánimo de lucro que tiene previsto desarrollar el primer modelo de producción de insulina de código abierto del mundo.
El equipo está formado por decenas de voluntarios dirigidos por su fundador, Anthony DiFranco, un diabético de tipo I. Ahora son capaces de producir los microorganismos necesarios para la insulina con un biorreactor. También están trabajando para desarrollar un equipo que pueda purificar las proteínas producidas por el biorreactor.
Con un hardware de código abierto equivalente a los biorreactores patentados, la fundación espera dar a los laboratorios de todo el mundo acceso al equipo necesario para producir la proteína de la insulina a pequeña escala.
“Muy poca gente tiene realmente ideas concretas sobre cómo resolver estos problemas”, dice DiFranco. “A nivel de los fundamentos técnicos, está claro que podemos hacerlo. Y si podemos, debemos hacerlo”.
Pero el proceso no ha sido fácil. Durante seis años, el equipo de DiFranco ha intentado aplicar la ingeniería inversa a la producción de insulina con experimentos dirigidos por voluntarios en sus laboratorios comunitarios en ciudades como Oakland, Baltimore y Sunnyvale (California).
En la actualidad, empiezan a ver signos esperanzadores de un gran avance, como la obtención de un protocolo aprobado por la FDA para fabricar inyectables. El equipo estima que los costes serán un 98% más baratos que los de las grandes farmacéuticas, alcanzando precios de entre 5 y 15 dólares por vial. ¿Y lo mejor? Están dispuestos a regalar sus planes para fabricar insulina.
“Nuestro plan es tener un sistema de producción local que pueda funcionar en cualquier parte del mundo donde se necesite”, explica DiFranco. Open Insulin ya se ha asociado con laboratorios comunitarios, instituciones académicas, grupos de defensa de los pacientes y ONG de todo el país y más allá.
Esperan que su trabajo acabe llevando a la distribución de insulina en países que actualmente no tienen acceso a ella. “Hubo un tiempo para estar enfadados”, dice DiFranco. “Ahora que podemos ver el fin de esto pronto, ya no es enfado. Es sólo determinación”.
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Qué grandes!
asi es como realmente comienza una revolucion contra un sistema corrupto, Sr Difranco, me quito el sombrero.