La inteligencia y el éxito en las finanzas tiene por qué ir de la mano, muchos son los ejemplos de genios o figuras que acaban arruinados y también al revés, auténticos patanes que acaban forrados. Hoy vamos a ver el caso de 3 cracks que se arruinaron.
Alan Turing.
Genio matemático e inventor (o uno de los inventores) de la computadora. Veamos que nos cuentan en “Curistoria”
Turing, en los primeros días de la Segunda Guerra Mundial, llegó a la conclusión de que una invasión de Inglaterra por parte de Alemania era algo probable y que llegada dicha situación el caos financiero era casi inevitable. En base a esto, cogió todos sus ahorros y los cambió por dos enormes lingotes de plata. Transportándolos en un carrito de bebé, se fue al campo y los enterró en dos lugares diferentes, esperando que así estuvieran a salvo hasta que llegaran tiempos más seguros.
Pasada la guerra, Turing le pidió ayuda a un amigo para buscar y recuperar su tesoro. Habían pasado algunos años y posiblemente el entorno había cambiado, por lo que Turing se construyó un detector de metales que junto con el críptico mapa del tesoro que había escrito años atrás debía: llevarle a su objetivo: recuperar sus ahorros. Tras dos intentos infructuosos, Turing y su amigo dieron por ilocalizable la sepultura de los lingotes de plata y abandonaron la búsqueda.
Lección: Diversifica tus inversiones y no las pierdas de vista
Newton.
El padre de la física clásica se vio atrapado en una de las primeras burbujas especulativas, la de la compañía de los mares del sur (que hablamos por aquí hace tiempo). Esta fue la inversión que Sir Isaac Newton hizo:
Newton tuvo la gran suerte de entrar en la burbuja de los Mares del Sur en sus principios y deshizo posiciones muy rápido, como debe ser, con beneficios. Entonces sufrió la experiencia más dolorosa que puede suceder en la inversión: observaba como todos sus amigos se enriquecían con la inversión que él había dejado. Así que entró de nuevo con mucho más dinero (incluso pidió prestado) justo en el momento de la explosión, para vender casi arruinado. A raíz de aquello se le atribuye la frase de: “Puedo calcular el movimiento de los cuerpos celestes , pero no la locura de la gente ”
Lección: No te dejes llevar por el sentimiento mayoritario. Nunca pidas prestado para una inversión.
Groucho Marx.
Y por último uno de los genios del humor se vio arruinado en el crack del 29, esto es lo que comentaba en su biografía (Groucho y yo)
Muy pronto un negocio mucho más atractivo que el teatral atrajo mi atención y la del país. Era un asuntillo llamado mercado de valores. Constituyó una sorpresa muy agradable descubrir que era un negociante muy astuto. Todo lo que compraba aumentaba de valor. Podías cerrar los ojos, apoyar el dedo en cualquier punto del enorme tablero mural y la acción que acababas de comprar empezaba inmediatamente a subir. Nunca obtuve beneficios. Parecía absurdo vender una acción a treinta cuando se sabía que dentro del año doblaría o triplicaría su valor.
Subí a un ascensor del hotel Copley Plaza, en Boston. El ascensorista me reconoció y dijo:
-Hace un ratito han subido dos individuos, señor Marx, ¿sabe? Peces gordos, de verdad. Hablaban del mercado de valores y, créame, amigo, tenían aspecto de saber lo que decían. Oí que uno de los individuos decía al otro: “Ponga todo el dinero que pueda obtener en United Corporation”.
Le di cinco dólares y corrí hacia la habitación de Harpo. Le informé inmediatamente acerca de esta mina de oro en potencia con que me había tropezado en el ascensor. Harpo acaba de desayunar y todavía iba en batín.
-En el vestíbulo de este hotel están las oficinas de un agente de Bolsa –dijo. Espera a que me vista y correremos a comprar estas acciones…
-Harpo -dije-, ¿estás loco? ¡Si esperamos hasta que te hayas vestido, estas acciones pueden subir diez enteros!
De modo que con mis ropas de calle y Harpo con su batín, corrimos hacia el vestíbulo, entramos en el despacho del agente y en un santiamén compramos acciones de United Corporation por valor de ciento sesenta mil dólares, con una garantía del veinticinco por ciento.
El mercado siguió subiendo y subiendo. Lo más sorprendente del mercado, en 1929, era que nadie vendía una sola acción. La gente compraba sin cesar. Un día, con cierta timidez, hablé a mi agente acerca de este fenómeno especulativo.
Mientras el mercado seguía ascendiendo hacia el firmamento, empecé a sentirme cada vez más nervioso. El poco juicio que tenía me aconsejaba vender, pero, al igual que todos los demás primos, era avaricioso. Lamentaba desprenderme de cualquier acción, pues estaba seguro de que iba doblar su valor en pocos meses.
Parecía que casi todos mis conocidos se interesaran por el mercado de valores. El fontanero, el carnicero, el panadero, el hombre del hielo, todos anhelantes de hacerse ricos, arrojaban sus mezquinos salarios -y en muchos casos sus ahorros de toda la vida- en Wall Street.
De vez en cuando algún profeta financiero publicaba un artículo sombrío advirtiendo al público que los precios no guardaban ninguna proporción con los verdaderos valores y recordando que todo lo que sube debe bajar. Pero apenas si nadie prestaba atención a estos conservadores tontos y a sus palabras idiotas de cautela.
Un día concreto, el mercado comenzó a vacilar. Unos cuantos de los clientes más nerviosos fueron presas del pánico. Todo el mundo quiso vender. Luego el pánico alcanzó a los agentes de Bolsa, quienes empezaron a chillar reclamando garantías adicionales. Luego, Wall Street lanzó la toalla y se derrumbó. Eso de la toalla es una frase adecuada, porque por entonces todo el país estaba llorando.
Algunos de mis conocidos perdieron millones. Yo tuve más suerte. Lo único que perdí fueron doscientos cuarenta mil dólares (o ciento veinte semanas de trabajo, a dos mil por semana). Hubiese perdido más pero era todo el dinero que tenía. Creo que el único motivo por el que seguí viviendo fue el convencimiento consolador de que todos mis amigos estaban en la misma situación. Incluso la desdicha financiera, al igual que la de cualquier otra especie, prefiere la compañía.
Lección: Aquí tenemos la suma de las dos lecciones anteriores, que probablemente sean los errores más comunes. A éstos (que nunca hay que olvidar) tenemos que sumar otra máxima. Si no sabes en lo que inviertes, no lo hagas.
Como veis gente muy inteligente y muy válida se ha visto arruinada por malas decisiones financieras, no es cuestión de inteligencia ni de ser un manirroto son pequeñas decisiones que se llevan tus ahorros.
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