La teoría económica ortodoxa se ha caracterizado por realizar aportes en una infinidad de temas abusando de reducciones exageradas de abstracciones gráficas, demostraciones algebraicas o modelos matemáticos. La Curva de Laffer es un claro ejemplo, al mostrar una relación, en forma de “U” invertida, entre los ingresos fiscales y los tipos impositivos, sugiriendo la existencia de una tasa impositiva óptima que maximiza los ingresos fiscales. De esta curva se deduce que, tanto un recorte como una subida de esta tasa, nos alejaría del óptimo nivel de recaudación.
A pesar de que la intuición detrás de la curva de Laffer sigue una lógica aparentemente comprensible, el debate sobre su validez, fundamentado sobre la evidencia, es abundante.
El mundo de las políticas económicas actuales para averiguar el factor determinante del crecimiento económico y el ingreso se debate entre dos grandes tendencias. Por un lado, tenemos el pensamiento keynesiano, centrado en el fomento de la demanda y la revolucionaria idea de que el ahorro se ajusta a la inversión y no al revés. En este sentido es el ingreso, y no la tasa de interés, la variable que hace que el ahorro se ajuste al nivel de inversión. Por otro, Hayek y la escuela austriaca aseguraban que lo importante es el papel que juegan los inversores pacientes y austeros pues su comportamiento ayuda a canalizar el ahorro hacia la inversión por medio de la tasa de interés. De esta forma la única y verdadera fórmula para la prosperidad es dejar que las fuerzas del mercado se equilibren; el Estado solo viene a agravar la situación cuando interviene la economía. Así, la economía moderna se debate entre dos modelos: por un lado, está un Estado keynesiano robusto que empuja la demanda como motor del crecimiento y, por otro, un Estado de no intervención que, mediante la libertad, incentiva a los capitalistas a invertir basado en una economía de oferta.
Es bajo los auspicios de esta última escuela donde se fragua la idea de la curva de Laffer en 1974 argumentaba que normalmente la recaudación aumenta al subir las tasas impositivas pero que, llegado un punto, el incremento de las tarifas reducirá la recaudación. A la larga, este se convertiría en parte del argumentario de las políticas económicas de los gobiernos de derecha, partidarios de una baja tasa impositiva.
Derivada de esta curva de Laffer, encontramos la más desconocida curva de Rahn. Esta curva explicaría cómo es que hay países pobres que crecen con mucha fuerza mientras que otros no lo hacen en absoluto, porqué países como Alemania o Japón tienen tasas de crecimiento bajas o incluso negativas, mientras que otros países desarrollados, como Estados Unidos crecen a un buen ritmo.
La curva de Rahn relaciona el PIB de un país, o tasa de crecimiento de su economía, con el nivel de presión impositiva, entendiendo ésta como todo lo recaudado vía impuestos más todo lo que no se recauda pero que igualmente se gasta echando mano de deuda pública, es decir, lo que se considera el Gasto Público total y, por extensión, el tamaño del sector público.
Según esta relación, a medida que va aumentando el gasto público, se observa que, en un principio se genera un crecimiento del PIB muy acusado. Es decir, en una economía poco desarrollada, el que un gobierno genere el suficiente gasto para asegurar los servicios básicos que garanticen la estabilidad y la seguridad del país, debería permitir un rápido crecimiento de la economía. Esta tasa de crecimiento y esta prosperidad irían decreciendo paulatinamente conforme se acerca el tamaño óptimo del sector público. Pasado el punto óptimo, seguir aumentando el gasto público es entrar en ineficiencias. Es retirar por la fuerza el dinero de la población, de los profesionales, de los consumidores, de los inversores, y que unos políticos y unos funcionarios se dediquen a escoger lo que creen ellos que deberían consumir los otros, con lo que comienza el desastre. Entraríamos en la zona descendente de la Curva de Rahn, que indica que el gasto público empieza a afectar negativamente a la economía, a la actividad del país; esto es, al crecimiento del PIB.
Y llegados aquí, ¿Dónde está el tamaño óptimo del sector público que asegure un crecimiento saneado de una economía? A pesar de que no hay demasiado material sobre este tema, se estima que el tamaño adecuado del sector público estaría por debajo del 25% del peso en la economía. Es más, según varios economistas, entre los que destaca James A. Kahn, un gasto superior al 30% del PIB resulta especialmente dañino, estableciendo el punto óptimo en un intervalo, comprendido entre el 15% y el 25% del PIB.
Sin embargo, no deja de ser cierto que este óptimo de la curva depende también de la eficiencia del sector público, de tal modo que puede ocurrir que un gobierno sobrepase ese “límite” pero utilice ese exceso de una manera eficiente, de modo que se traduzca en crecimiento efectivo de la economía. Al igual que puede ocurrir lo contrario: que el gasto público sea del todo ineficiente, debido, por poner un ejemplo, a altas tasas de corrupción, lo que se traduciría en ineficiencias en la economía.
Es decir, cuanto peor lo haga el gobierno, más dinero necesitará. Cuanto mejor lo haga menos dinero necesitará y menos presencia económica tendrá. La Curva de Rahn no dice que el país con poco gasto público es rico. Dice que poco gasto público genera riqueza, esté el país en el nivel que esté. Si este es rico, lo será más aún. Si es pobre, dejará de serlo. Y, del mismo modo, un país rico con un muy elevado gasto público quedará ahogado y congelado en el tiempo, retrocediendo económicamente, o no avanzando ni siquiera al ritmo al que crece la población. Los mejores ejemplos de esto están en Europa occidental: Italia, Francia, Suecia, Alemania, etc.
4 comentarios
Está claro que Rahn no era francés… o lo expulsaron…..
La diferencia entre Europa tradicional y el resto del mundo está en el tamaño y complejidad de su estado.
Ojo…que en las empresas cuando crecen también hay algunas que crean un “estado” interior que las penalizan….. normalmente se llama “estructura”… y es un coste que siempre genera discusiones a la hora de repartir entre los que generan valor…. que si tienes un margen bruto de la venta del 30% y el “estado interior” te cuesta un 11%, ya te penaliza/frena/molesta el interés en generar más valor cuando sabes que la mitad se lo van a quedar los de 8-15 de la central.
#oreidubic
En la empresa donde trabajaba antes de la crisis, un conocido se me ofreció para intermediar para que consiguiéramos una obra (privada, no pública) de 1MM€ +/-…
Cuando mi jefe me dijo que una obra de 1MM€ era muy pequeña para nosotros, y más si había que pagarle a un comisionista, me quedé un tanto “planchado”…
Y me di cuenta, al menos un poco, que si no podíamos hacer obras pequeñas, es que éramos, tal vez, demasiado grandes…
Lamentablemente no me equivoqué mucho…
PD: Mi antiguo jefe sigue trabajando en el mismo sector en otra empresa que tenía de “respaldo”. Se supone que perdió mucho dinero y tal y tal; pero sé que sus hijos nunca han dejado de ir a escuelas privadas en todos estos años, así que no se yo si realmente le fue tan mal…
Seria interesante conocer esta grafica de Rahn para el caso concreto de España y también la de Laffer
Es evidente que muchos estados europeos tradicionales como bien dice Oreidubic están sobredimensionados y seguramente tienen personal “superfluo” en muchos casos duplicando funciones que solamente se dedica a calentar la silla o ni siquiera eso
No estoy muy convencido de esta parte “el Gasto Público total y, por extensión, el tamaño del sector público”
El gasto publico incluye pensiones, y pagos de otros conceptos que no se hasta que punto se pueden considerar como parte del “tamaño del sector publico” por que estos no son funcionarios en si mismos
Pero ya que son tantos seguro que alguno habrá para elaborar las curvas y publicarlas…
Si hay más jefes que empleados, mal. Punto.