Un estudio genético global ha demostrado lo que la arqueología y la antropología ya habían indicado: absolutamente todos los tipos humanos del planeta, desde los esquimales a los aborígenes de Australia, desde los arios a los chinos, proceden de África. La ciencia pues ha demostrado que es absolutamente cierto lo de que todos somos hermanos si bien ha abierto nuevas dudas ya que se han encontrado restos humanos en la Patagonia que no han evolucionado genéticamente de los del norte de América –que a su vez proceden del grupo asiático- sino directamente del grupo humano original de África por lo que de algún modo -a día de hoy inexplicable- africanos primitivos llegaron por mar a Sudamérica cuando no existían barcos. Dejando esto de lado, lo cierto es que lo racional –y yo diría que lo ideal- sería que hubiera un nacionalismo humano, que el bienestar de otro hombre, aún a miles de kilómetros de distancia, fuera algo que nos preocupara tanto como el de un compatriota. Pero esto no pasa en la realidad.
Por casualidad ví en la televisión cómo un colombicultor explicaba que en épocas de hambre en España se criaban palomos que se soltaban para que ligaran con alguna hembra, trajeran a su vuelta a las jaulas a las palomas conseguidas y que éstas sirvieran de cena esa noche. El otro día contaba Perpe, que vive en Shanghai, que allí hay un mercado de compra-venta de palomas y de sus huevos porque se las comen. En la Gran Depresión se hizo famosa una frase de Grocuho Marx: “No entiendo de economía, pero sé que las cosas van bien cuando son los neoyorkinos los que dan de comer a las palomas y no las palomas las que dan de comer a los neoyorkinos”. Es decir, estamos en crisis, hemos perdido mucho con ella, pero aún somos –en la Europa del siglo XXI en comparación a muchas zonas del planeta- unos privilegiados. Por supuesto tenemos toda la razón para quejarnos, tenemos derecho a ello y debemos hacerlo porque no es justo aceptar una involución como la que está provocando toda esta situación pero nuestro problema –al menos aún- es de calidad de vida mientras que para cientos de millones de personas el problema es la supervivencia.
Por razones –también de casualidad y que no vienen al caso- acabé ayudando a un cura con el aluvión que –antes de la crisis- tenía de inmigrantes ilegales, especialmente con los de Europa del Este, que apenas chapurreaban algo de inglés y con los que no conseguía comunicarse. Era una labor enriquecedora y con la que aprendí mucho, desde cómo viven realmente los que duermen en la calle (su complicidad por ejemplo con encargados de grandes almacenes para asearse en los baños a unas determinadas horas) a las condiciones de los que consiguen, sin tener papeles, alguna habitación en algún piso-patera pasando por entender el pánico que suelen sentir todos por usar los albergues municipales por el miedo a robos (es curioso cómo los inmigrantes de un país de quién más desconfían es de los inmigrantes de otro país) etc. Y el proceso siempre era el mismo: en un primer momento, asustados como estaban por una posible deportación, agradecen exageradamente toda la atención que se les muestra, sus caras de alegría son toda una motivación pero en cuanto pasan algunos semanas y a veces en días, empiezan a poner peros a la ayuda que reciben. Recuerdo que nos llegó un cargamento de latas de kilo de carne en salsa procedentes del Ministerio de Asuntos Exteriores y que estaban destinadas a ayuda a países árabes (¿por qué llegó a un almacén de comida de Barcelona? Yo también lo pregunté pero nadie me lo supo explicar). El caso es que la etiqueta estaba en español y árabe y decía que el 100% del contenido era ternera (si no lo hacían así, por motivos religiosos podían rechazarlo al pensar que pudiera ser cerdo) y las repartimos pensando que estábamos ofreciendo un producto de mayor calidad de la habitual pero al día siguiente uno me dijo que se lo diera a mi perro, que estaba muy salado. También pasaba que ayudabas a alguien y luego lo veías comprando cervezas en el supermercado…
Pero la cosa fue peor con la crisis y la llegada de nacionales a los comedores: personas que se quejaban de la calidad de la comida, de que los yogures caducaban ese mismo día, de que tenían muy malas digestiones cada vez que comían allí… como dice el título del artículo todo esto es subjetivo y lo mismo otro ha visto otra cosa pero en general ver a personas que se aprovechan de un comedor social para ahorrar y así poder pagar la letra de la hipoteca de ese mes cuando en otro lugar del mundo ese mismo alimento podría salvarle la vida a otro ser humano, me superaba. Me hizo valorar mucho más el trabajo tan poco reconocido de los miles de voluntarios que trabajan en el sector de la caridad en España. Yo no pude soportarlo y como ya no me necesitaban para el lenguaje porque los inmigrantes extranjeros se redujeron al mínimo me dediqué de nuevo a colaborar sólo económicamente pero desde esta experiencia siempre enfocado al Tercer Mundo, donando fondos hacia donde de verdad se puede salvar una vida, no sólo por el alimento, también por ejemplo financiando una escuela cuya gratuidad hay familias en España que no valoran.
Sé que esto que digo es impopular, que la mayoría cree que la solidaridad debe aplicarse primero a los españoles y luego a los demás, que estamos en una sociedad donde la noticia no es que fallezcan 10 montañeros en un alud en el Himalaya sino que uno de ellos sea un compatriota como si su muerte tuviera más valor. Y lo entiendo, si desde niños se nos educa en resaltar las diferencias en lugar de las semejanzas con el resto de miembros de nuestra especie, se nos dice que nuestra tierra es la mejor, nuestro equipo de fútbol el que siempre debe ganar, nuestra religión la única verdadera etc. se nos queda enganchado en el cerebro, por eso la mayoría de la gente es nacionalista –con estado o sin estado, ese es otro tema- y entiendo que mi postura es minoritaria pero cada uno es como es. Dejemos pues para otro artículo un “economía subjetiva: nacionalismo” (de paso, aunque lo voy retrasando cada semana porque me parece un debate estéril, valorando económicamente una posible secesión dentro de España) y quizás otro en el que trate también sobre la solidaridad pero no de la voluntaria, sino de la obligatoria: los impuestos. Tampoco mi postura es la más popular en ese tema.
Artículo escrito originalmente por Droblo hace 10 años.
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lo vamos a resumir con dos citas
En España, de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa". Antonio Machado.
Divide y vencerás..Julio Cesar
Magnifico y valiente escrito.
Siempre me ha chocado que con la excusa de la solidaridad interterritorial se me obligue a financiar la operación de juanetes de la señora Paca de Almendralejo cuando con los 6, 7 o 8 mil euros que debe costar se salvarían decenas o centenares de vidas de niños del 3er mundo. Cambios de sexo por la seguridad social en Cádiz y 20 km. más abajo la misma policía apaliza y deja tirado en una cuneta a un homosexual... y no le importa a nadie. Somos capaces de lo mejor y de lo peor.
Confieso que vivo en una contradicción con ese tema: me rrrrrreventó que un amigo tuviese que escuchar, de familiares más acomodados, que se había comprado una vivienda que "no le correspondía", pero al mismo tiempo, también me rrrrrrrrrrrrrrrrrrrreventó ver a una compañera del instituto, en cuya casa los ingresos provenían de ayudas sociales, comprarse el IPhone más caprichoso del momento y despreciar (¡y de qué forma!) el que estaba de muestra, que estaba a mitad de precio pero lo había tocado “vete a saber quién” (y no fue el único detalle de ese tipo). Por eso, opino que cada uno puede hacer lo que quiera con su dinero, pero es razonable exigir un uso responsable de lo que se consigue por la solidaridad de los demás. Supongo que nadie se quiere sentir deudores u objeto de caridad, y por mecanismo de defensa nos ponemos “señoritos” si nos hacen favores, pero eso lógicamente cabrea mucho al solidario. Un poco en relación con eso, en mi comunidad autónoma, la resistencia espartana de los perceptores de ayudas sociales a que , como medida antifraude, se les identifique de forma biométrica (que por otro lado todos usan constantemente para desbloquear su móvil, que todos lo tienen) me saca de quicio.
Yo estoy de acuerdo en eso con Droblo. Apadrinamos a una niña en Africa para que tenga de comer y puede ir al colegio pues considero que mi dinero vale para mucho mas alli que darlo, por ejemplo, a los jovenes - varones y perfectamente sanos, de 30 y pico años - que piden dinero en la puerta del supermercado de al lado de mi casa; gente que podrian trabajar perfectamente (aunque fuese vendimiando...) y que van a usar el dinero para comprar alcohol y/o drogas. Cuando paso con mis hijos, les enseño que el dinero que no damos a estos, lo estamos dando a nuestra "ahijada" en Zambia, que con eso ella puede comer y ir a la escuela (que son cosas para las cuales, ninguna persona viviendo en España tiene que preocuparse).
Es decir, la caridad que doy para la gente en España se limita a lo que pago en impuestos...
Bonito articulo el de hoy
La solidaridad es parte la empatía entre las personas y creo que es bueno y sano echar un cable al que lo necesita
Aun así creo que deberíamos poder elegir como administramos esa solidaridad y no venir impuesta por ningún tipo de gobernante como sucede actualmente
No es mejor ni peor el que dona dinero a WWF, que lo dona a asociaciones contra enfermedades raras o el que lo dona a Open Arms o a un mendigo
Pero desde los diversos gobiernos la gestión de la solidaridad se vuelve tendenciosa, y con ello se convierte en una especie de objeto con el que se pueden hacer reproches de quien es más bueno que el otro y se pervierte la solidaridad en si misma
Tambien creo que el sistema actual de "solidaridad" genera gente dependiente de esa "solidaridad" y no les incentiva a dejar de vivir en estado de "persona vulnerable"