Uno de los libros que más me han gustado de los últimos que he leído es el de “¿Está Vd de broma Sr Feynman?” se trata de la biografía del premio Nobel de física Richard Feynman (el de la izquierda en la foto). En principio no me parecen especialmente interesantes las vidas de los físicos pero ésta en concreto es realmente apasionante, un tipo que participó en el proyecto Manhattan, formó parte de una academia de salsa en Brasil, le fascinaban los bares de top less así como abrir cajas fuertes (abrió la que contenía todos los secretos de la bomba atómica) y principalmente, era un tipo cachondo con mucha curiosidad.
El capítulo 13, que os dejo a continuación, me parece un resumen perfecto de muchos de los males de la mayoría de los gobiernos. Cómo la burocracia puede lllevar a situaciones absurdas que generan una gran coste y pérdida de tiempo.
En cierta ocasión, un profesor de ciencias de un colegio universitario local vino a verme para pedirme que diera una charla en su centro. Aunque me ofreció cincuenta dólares, le dije que no tenía interés por el dinero. «¿Es el colegio universitario municipal, verdad?».
«Sí».
1Me acordé de la cantidad de papeleo en que normalmente me veo envuelto cada vez que he de tener tratos con la Administración, así que me reí y dije: «Me encantará dar la charla. No pongo más que una condición —hice un cálculo a ojo, y añadí—: que no haya de estampar mi firma más de trece veces, ¡incluido el endoso del cheque!».
El otro se ríe también: «¡Trece veces! ¡No hay problema!».
Así que empezamos. Primero tengo que firmar algo que dice que soy leal al gobierno, y que de lo contrario no puedo hablar en un centro municipal. Y tengo que firmarlo por duplicado, ¿de acuerdo? Después tengo que firmar alguna clase de descargo o finiquito para el Ayuntamiento, no me acuerdo de qué. Los números empiezan a subir enseguida.
Tengo que firmar que estoy adecuadamente empleado como profesor universitario, sin duda para evitar que, por tratarse de un asunto oficial, haya algún caradura que contrate a su mujer o a un amigo, y luego ni venga a dar la charla. Había toda clase de cosas que garantizar. Y el número de firmas, en alza.
Bueno, el otro, que había empezado riéndose estaba ya muy nervioso, y aunque por poco, lo logramos. Había tenido que firmar exactamente doce veces. Quedaba todavía una firma, la del endoso del cheque, así que adelante. Doy la charla.
Algunos días más tarde vino el hombre a entregarme el cheque y venía sudando auténticamente. No podía entregármelo a menos que firmase un impreso declarando que realmente di la charla.
Le dije: «Si firmo el impreso no puedo firmar el cheque. Ahora bien, usted estuvo presente; usted escuchó la conferencia.¿Por qué no firma usted?».
«Mire —dijo—, ¿no le parece que todo esto es una tontería?».
«No. Fue un acuerdo que establecimos al principio. No nos pareció que fuéramos a llegar a las trece; pero fue lo acordado y yo estimo que debemos atenemos a lo convenido hasta el final».
Me dijo: «He trabajado mucho en este asunto; he llamado a todo el mundo. Lo he intentado todo, y me dicen que es imposible. Sencillamente, no puede usted recibir su dinero a menos que firme usted la declaración».
«Muy bien —dije yo—. Yo he firmado solamente doce veces, y he dado ya la charla. Ese dinero no me hace falta».
«Le juro que detesto tener que hacerle esto».
«Está bien. Hicimos un trato; no se preocupe». Al día siguiente me telefonea. «¡Les es imposible no darle el dinero! Ya lo han pasado a intervención, y la partida está consignada, y ahora tienen que entregárselo para justificar el gasto».
«Vale. Si tienen que darme el dinero, que me lo den».
«Pero usted tiene que firmar la declaración».
«¡No la firmaré!».
Estaban en un atolladero. No había ninguna caja de serpientes donde meter el dinero que este hombre se había ganado, pero por el que no estaba dispuesto a firmar.
Finalmente, acabaron arreglándolo. Tardaron muchísimo, y la cosa fue muy complicada, y yo consumí mi decimotercera firma en cobrar mi cheque.
Y así seguirmos, con la misma broma.
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Para atolladero el de Yevgueni Prigozhin.
Por suerte ayer ya se lo arreglamos.
Sí, es que su avión chocó por pura casualidad contra un inocente misil que pasaba por su camino.
Un día marchas para tomar Moscú y al siguiente "se estrella" tu avión...
Así es la vida.