Este jueves, el Banco Central Europeo (BCE) sorprendió al mercado con una decisión de política monetaria cargada de matices: recortó los tipos de interés en 25 puntos básicos, discutió la posibilidad de un recorte más agresivo de 50 puntos básicos y eliminó de su comunicado una frase clave sobre mantener una postura restrictiva “durante el tiempo que sea necesario”. Estas señales fueron interpretadas por los inversores como una clara inclinación acomodaticia, anticipando un posible recorte de 50 puntos básicos en enero. Sin embargo, horas después, Bloomberg filtró información desde el propio BCE apuntando a una estrategia más gradual con dos recortes consecutivos de 25 puntos básicos en enero y marzo.
Al día siguiente, los mercados ajustaron sus expectativas, este giro subraya la complejidad de la comunicación del BCE y su impacto en las interpretaciones del mercado. La eliminación de la orientación futura en el comunicado fue una decisión innecesaria que generó incertidumbre.
La presión para que el BCE recorte tipos con mayor rapidez se basa en las perspectivas económicas, consideradas excesivamente optimistas por buena parte de los analistas. Por ejemplo, el crecimiento proyectado del 1,1% en la eurozona para 2025 ha sido calificado como un escenario de “Ricitos de oro” por Carsten Brzeski, analista de ING, al considerar que ignora factores como el impacto de la posible reelección de Trump en EE. UU. o el debilitamiento del consumo.
A pesar del recorte reciente, los expertos ven espacio para una política más expansiva. Analistas de Pimco y Fidelity consideran que los riesgos a la baja podrían forzar al BCE a llevar los tipos por debajo del nivel neutral estimado, situado en torno al 2%. Deutsche Bank se suma a esta tendencia, pronosticando un tipo terminal entre el 1% y el 1,75%, una revisión a la baja respecto a previsiones previas de hasta el 2,25%.
Desde Bank of America, liderados por Rubén Segura Cayuela, sostienen que el BCE está demasiado enfocado en señales pasadas, como la inflación doméstica aún por encima del 4%, y no actúa con la agilidad que exigen las circunstancias. Esta visión, reflejada en la metáfora del “conductor inseguro mirando el retrovisor”, destaca el dilema del BCE: equilibrar el estímulo económico con los riesgos inflacionarios.
No obstante, los datos sugieren un enfriamiento de las presiones inflacionarias. Encuestas recientes muestran una caída en las expectativas de precios de venta de las empresas de servicios, mientras que las proyecciones de inflación del BCE para 2026 y 2027 sitúan la subyacente en 1,9% y la general en un 2%. Este escenario respalda un enfoque más flexible, aunque todavía dependiente de la evolución de los datos.
Además de los desafíos internos, el BCE enfrenta posibles perturbaciones externas. La amenaza de nuevos aranceles de EE. UU. bajo una posible presidencia de Trump y la llegada masiva de bienes chinos a Europa podrían desestabilizar aún más el bloque. Este entorno refuerza la necesidad de políticas monetarias adaptables para contrarrestar los impactos negativos en el superávit comercial europeo.
Mientras tanto, la economía de la eurozona muestra señales mixtas: un crecimiento positivo en 2024, pero revisiones a la baja en las proyecciones para los próximos años. El BCE estima un crecimiento del PIB de apenas el 0,7% en 2024, alcanzando un modesto 1,4% en 2026.
Con estos factores en juego, los mercados esperan que el BCE adopte una postura más decidida en las próximas reuniones, equilibrando el delicado acto de mantener la estabilidad económica sin perder de vista la necesidad de estímulo.
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