El plan maestro de Elon Musk es llevar al hombre a la Marte y vamos a imaginarnos que él viaja en esa primera expedición junto con la tripulación, algún médico, algún científico, algún mecánico… de todo un poco.
Recientemente leí un artículo titulado “la paradoja de la riqueza” que hipotetiza sobre este tipo de viajes.
Atrapados en un cohete construido a medida, los motores se encienden y el viaje al espacio comienza. El copiloto también lleva años soñando con con este viaje. Ha trabajado en el ejército como piloto de caza toda su vida por salarios de clase media, y tiene unos ahorros que son una pequeña fracción que los del más ilustre de los pasajeros. ¿Cómo será cuando llegue a Marte? ¿La gran disparidad de riqueza causará problemas porque el copiloto y el millonario de turno esperarán un nivel de vida diferente? Es fácil ver en este escenario que no las habrá. Una vez que dejen el planeta Tierra, sus diferencias de ingresos y riqueza acumulada no tendrán sentido. Todos en Marte serán económicamente iguales por la sencilla razón de que no habrá bienes o servicios para comprar.
La riqueza es una construcción social. No es posible que un individuo sea rico (es decir, que tiene mayor acceso, en relación con otras personas, a los bienes y servicios que la sociedad produce) si no hay sociedad que produzca bienes y servicios, en ese caso el concepto de riqueza no tiene sentido.
En los tiempos modernos, la riqueza depende de una sociedad funcional en la que todos los miembros tengan un nivel mínimo de bienestar y satisfacción vital, porque la mayor parte de la riqueza es de naturaleza contractual. Las personas ya no “poseen” la mayor parte de sus bienes como lo hacían en el pasado. En tiempos bíblicos cuando la riqueza se medía en acres de tierra, o sacos de grano, o cabezas de ganado, los ricos poseían sus bienes. Hoy en día, la propiedad de la tierra se concede mediante una escritura presentada en el registro, y pocas personas utilizan sus tierras para producir sus propios alimentos.
Las cuentas bancarias se han convertido en creaciones digitales. A través del depósito directo y servicios de pago de facturas, el intercambio de salarios por trabajo y dinero por bienes y servicios. Todo se logra mediante la conmutación de bits dentro de las computadoras. El comercio de acciones es enteramente electrónico. Las empresas ni siquiera se molestan en emitir certificados de acciones en papel como se hacía en el pasado. Lo que se llama “dinero en efectivo” no es más que trozos de papel emitidos por el gobierno que ya no son canjeables por metales preciosos. Incluso el oro no se utiliza casi como metal precioso si no más bien para guardarlo en la caja fuerte de un banco.
Sin una sociedad que reconozca, honre y haga cumplir todos estos contratos, la mayor parte de lo que llamamos “riqueza” desaparecería.
Los servicios, tanto públicos como privados, que utilizamos a diario requieren de millones de personas, que necesitan ser alimentadas, alojadas y atendidas cuando uno enferman. En las aquellos sitios en donde las disparidades de riqueza se han vuelto extremas, resulta problemático proporcionar servicios básicos.
Un buen ejemplo de este problema lo tenemos en Ibiza en donde los médicos tienen que vivir en viejos hospitales y los profesores en gimnasios lo que ha llevado a muchos a directamente renunciar a su plaza. Este mismo caso se está viviendo en otras ciudades prósperas, como San Francisco o Nueva York, con la vivienda disparada y ocurre cuando la prosperidad no lo es para todos. En estos casos puede desembocar en lugares para ricos sin los menores servicios básicos.
Como Marte.