La lista de museos más grandes del mundo la lidera el Smithsoniano de Washington con una exposición de más de 140 millones de objetos, le sigue el Hermitage de San Petersburgo con más de 3 millones de obras de arte y el tercer lugar lo podría ocupar el Louvre de París con un fondo de cerca de medio millón de obras.
Pero también lo podría ocupar un museo que no existe como tal pero está lleno de valiosísimas piezas esperando a ser vistas, ese ese de la foto. Un no-museo con cerca de 1 millón de obras de arte entre las que se encuentran unas 1.000 obras de Picasso e incluso tuvo el cuadro más caro de la historia, cuando la familia Nahmad de marchantes de arte londinenses escondió allí el “Salvator Mundi” de Leonardo da Vinci en óleo sobre tabla, que se vendió en 2017 por 450 millones de dólares.
Se trata del Puerto Libre de Ginebra, un lugar gris con un pasado oscuro.
“Las obras de arte son creadas para ser vistas”, dijo una vez el director del Louvre, Jean-Luc Martínez, refiriéndose a los puertos libres como los más grandes museos que nadie puede ver.
Este extenso y valiosísimo museo pertenece a un grupo de marchantes de arte, coleccionistas, transportistas y empresas extraterritoriales (generalmente de propiedad opaca), que valoran el anonimato y la seguridad de tipo carcelario que ofrece la instalación suiza. Con sus climas controlados, sus registros confidenciales y su enorme potencial de ahorro de impuestos, los puertos francos se han convertido en el aparcamiento elegido por los inversores que buscan completar sus carteras de inversión con arte.
El Puerto Libre de Ginebra ha sido utilizado en el pasado (y probablemente en el presente) para llevar a cabo un tráfico ilícito, algo que se demostró cuando la policía italiana tuvo acceso a él hace un par de años porque sospechaba que allí se podían esconder tesoros robados. Cuando abrieron las tapas de 45 cajas vieron que contenían antigüedades romanas y etruscas saqueadas, incluyendo raros e importantes sarcófagos antiguos.
En general está lleno de cosas que se revalorizan con el tiempo, desde obras de arte, monedas, libros antiguos, joyas e incluso más de 3 millones de botellas de vino.
Los puertos libres se originaron en el siglo XIX para el almacenamiento temporal de mercancías como el grano, el té y los bienes industriales. Sin embargo, en los últimos decenios, un puñado de ellos -incluido el de Ginebra- han pasado a funcionar cada vez más como depósitos de almacenamiento para los millonarios. Situados en países y ciudades con impuestos favorables, los puertos libres ofrecen ahorros y una seguridad que los coleccionistas y comerciantes encuentran casi irresistible. (Alguien que comprase un cuadro de 50 millones de dólares en una subasta en Nueva York se ahorraría una millonada en impuestos si deja el cuadro allí).
Para entender mejor el tipo de cliente de estos puertos podemos seguir el rastro de una colección con obras de Andy Warhol, Jeff Koons, Joan Miró y otros, por valor de 28 millones de dólares, que ahora se encuentran almacenadas en el puerto franco de Ginebra. Equalia, una empresa registrada por Mossack Fonseca (el bufete de abogados del que salieron los “papeles de Panamá”), almacenó las obras en nombre de un corredor de diamantes, Erez Daleyot, en 2009. Una vez almacenadas, las obras se utilizaron como garantía de las deudas que el Sr. Daleyot tenía con un banco belga. Ahora un hombre llamado Leon Templesman, presidente de una empresa neoyorquina de fabricación de diamantes, Lazare Kaplan International, está intentando embargar el arte como parte de una disputa con el Sr. Daleyot y el banco.
Este en un buen ejemplo que demuestra la complejidad de perseguir el patrimonio de los millonarios y como los paraísos fiscales no tienen por qué estar demasiado lejos.