Los humanos nos consideramos muy importantes porque el desarrollo evolutivo de nuestro cerebro ha propiciado que colonicemos todo el planeta Tierra y podamos enorgullecernos de ser los miembros más inteligentes del reino animal. Sin embargo, somos una especie muy joven, hace tan sólo 200 mil años que existe al homo sapiens y el primer homínido que usó una herramienta, al primero que podemos decir que destacó sobre los demás –el homo hábilis- lo hizo hace unos 2.3 millones de años. Para hacernos una idea de lo poco que es eso lo podemos comparar con los dinosaurios que vivieron unos 160 millones de años.
A pesar de nuestra juventud el humano es el único animal que tiene la capacidad de dañar a todo el planeta -un límite físico de momento insalvable para la Humanidad- con su actual nivel de desarrollo y lo puede hacer muy rápidamente. Hay una corriente que aboga por frenar el aumento de la población para que esto no ocurra. Malthus ya advertía de esto en 1798, en su obra “Ensayo sobre el principio de la población” en el que expresó que la población suele aumentar en progresión geométrica (1, 2, 4, 8, 16, 32, etc.) en periodos anuales, de tal modo que se dobla cada veinticinco años mientras que la comida lo hace en progresión aritmética por lo que llegaría un momento en el que se acabarían los alimentos. Obviamente, Malthus no tuvo en cuenta ni el progreso agrícola ni los diferentes factores que pueden influir en el crecimiento demográfico. Dejando a un lado el espinoso tema del control de la natalidad, que ha variado de las hambrunas y las guerras de tiempos pasados a la “voluntariedad” habitual en las sociedades más modernas, lo cierto es que hasta ahora la economía no ha parado de demostrarnos que es capaz de generar más y más crecimiento a pesar del aumento de población y de la finitud de los recursos. Y aunque hay un problema con el reparto, contra lo que pudiera parecer las cifras indican que, aunque el ritmo sea lento, el hambre en el mundo se está reduciendo. Y parece que sí es posible que haya suficiente alimento para todos incluso aunque seamos varios miles de millones de personas más a finales de este siglo. La cuestión es: ¿Será posible mantener la “calidad de vida” en el sentido occidental que todos conocemos? Simplemente la legítima aspiración de un tercio de la población mundial (indios y chinos) por alcanzar nuestro status de “consumidores” está encendiendo todas las alarmas ecológicas. Y sin un entorno natural adecuado, es más posible una crisis alimentaria.
Nos queda la duda de si la ciencia podrá ir más rápido que el aumento de la población mundial. La versión optimista es que siguiendo con la tónica del último siglo nuevos logros seguro aparecerán (mejores aleaciones, cultivos agrícolas marinos, motores más eficaces aún…) y que seguramente a los agoreros les ocurra como a Malthus y menosprecien la capacidad del hombre de superar los problemas. La versión negativa es que los años corren en nuestra contra y no vamos a llegar a tiempo al actual ritmo de consumo insostenible. El principal ejemplo es el petróleo: ¿Se encontrará un combustible que pueda hacer despegar a un avión antes de que éste se acabe? O sin irnos tan al futuro, ¿Será rentable volar al precio que costará extraer el crudo dentro de 50 años, cuando el tráfico aéreo indio y chino sea similar al de los EUA? Son preguntas sin respuestas absolutas a día de hoy si bien la tendencia actual parece ofrecernos un futuro en el que europeos y norteamericanos frenaremos nuestro consumo -pero no de forma voluntaria por ecologismo, seguramente obligados por los precios y quizás por un menor crecimiento económico- mientras chinos, brasileños, indios etc. lo aumentarán. Difícil aventurar más y mucho menos adivinar el impacto ecológico de todo esto, más cuando una gran parte de la población se niega a ver los problemas que no le son inmediatos y cercanos, ¿Cómo si no entender la burbuja inmobiliaria en California cuando antes o después habrá un terremoto aún más devastador que el de Japón que puede sumerja una gran parte del estado en el océano Pacífico? Como dijo Christian de Duve, bioquímico inglés Nóbel de medicina en el año 1974:
“La selección natural acabará por destruirnos. Para que la selección natural nos pudiera ayudar a preservar nuestros recursos naturales, deberíamos haber desarrollado rasgos que nos permitieran sacrificar el presente por el bien del futuro. Hace falta sabiduría para sacrificar algo que supone una ventaja inmediata, a cambio de algo que será importante en el futuro, y la selección natural no hace eso. Solo “ve” lo que sucede en la actualidad. No se preocupa por tus nietos, o por los nietos de tus nietos
Mi mayor preocupación estriba en que la única forma de no estropear el planeta es reduciendo el consumo desmesurado algo que sólo haremos si hay una crisis muy fuerte –económica, energética o ambas- pero difícilmente reduciremos el desgaste de nuestros recursos naturales si finalmente encontramos una solución al problema del fin del petróleo y seguimos creciendo económicamente. Es decir: o hay una crisis enorme que modifique nuestros hábitos o la ausencia de esa crisis hará que deterioremos tanto el planeta que venga la crisis definitiva. El quid de la cuestión es que las sociedades no se han conformado nunca, fieles reflejos del espíritu humano de sus componentes. Jamás los humanos han decidido voluntariamente frenar su desarrollo, incluso luchando contra convencionalismos muy arraigados. Cuando la evolución científica ha ofrecido una nueva herramienta, la hemos acabado utilizando fuera “buena” o “mala” para el planeta o incluso para nosotros mismos (prueba de ello es el desarrollo de la tecnología armamentística). Evidentemente, si todos queremos más y partimos de lo mismo, sólo nos queda mejorar la productividad de lo que disponemos. Ese proceso ya se inició y ha ido desde reciclar la basura a la ingeniería genética (por ejemplo los polémicos transgénicos) pasando por el uso de mejores fertilizantes etc.. pero como aseguran los partidarios del decrecimiento dichas mejoras acaban provocando un mayor consumo por lo que por ejemplo lo que se ahorra con un motor de gasolina más eficiente se gasta porque se venden más coches. Es la paradoja de Jevons, según este científico los estados que a través de mejoras tecnológicas aumentan la eficiencia en el consumo de un recurso acaban aumentando el consumo total de dicho recurso en vez de reducirlo.
En cualquier caso, los dinosaurios nos proporcionan una esperanza cuando pensamos en nuestro fin como especie ya que desde que comenzó su extinción –parece ser que por un meteorito hace unos 70 millones de años – hasta que el último murió los científicos calculan que debieron pasar unos 2 millones de años, así que si ocurre alguna catástrofe planetaria, siendo más listos y adaptables que los dinosaurios, hay motivos para ser optimistas y no temer un fin cercano.