Como ya pasó el año pasado con la Revolución Rusa, no he podido sustraerme a la tentación de comentar sobre el gran acontecimiento que ocurrió hace un siglo: el fin de la 1ª Guerra Mundial (entonces conocida como Gran Guerra), que a pesar de su enorme importancia histórica, ha quedado eclipsada para el gran público por la Segunda. De hecho, hasta su inicio es muy poco conocido por el gran público; incluso quien sabe que el origen procede del asesinato del heredero del trono de Austria-Hungría, tiene dificultades para relacionarlo con todo lo que vino después.
Por supuesto hubo muchos factores coincidentes que llevaron a la guerra (como por ejemplo la rivalidad franco-alemana que no se cerró tras la derrota francesa de 1871 o los celos alemanes por el poderío colonial británico) pero la origen fue el nacionalismo serbio que fue acusado del atentado. El imperio austro-húngaro tardó un mes en atacar militarmente Serbia, aliado de los rusos (alianza que aún se mantiene) mientras Alemania invadía Bélgica para llegar a Francia lo que metió a Reino Unido en la contienda. Todo esto ocurrió de forma lenta, en un mundo no tan ultra-comunicado como el actual por lo que, por ejemplo, turistas ingleses se sorprendieron de la declaración de guerra mientras estaban en Alemania. Pocos meses después se sumó al conflicto el Imperio Otomano y al año siguiente lo hizo Italia. En total participaron 32 naciones (27 ganaron, 4 –Alemania, Austro-Hungría, el Imperio Otomano y Bulgaria- perdieron y luego está el caso de Rusia que luego explicaré). Lo raro desde el punto de vista bélico es que el frente principal, el que se desarrollaba en el centro de Europa, apenas sufrió cambios desde 1914 –cuando in extremis los franceses rechazaron a los alemanes cerca de París- hasta 1917.