Tengo un amigo que hace unos años usó la indemnización por despido para montar una empresa y lo perdió todo. Tiempo después despidieron a su esposa y montaron otro negocio con el finiquiro y volvieron a pulirse todo y encima acumularon deudas. Hoy él está encantado con ser un asalariado y ella está intentando encontrar trabajo. Yo mismo –lo he contado aquí alguna vez- he intentado ser empresario un par de veces los últimos años y tampoco resultó y suerte que perdí muy poco. Son historias bastante comunes, en España dicen las estadísticas que el 50% de todas las empresas fracasan antes del primer año, un 70% lo hacen antes de cumplir los 3 años, y tan sólo un 20% supera con éxito los 5 años. Se ha escrito mucho de por qué ocurre esto y no voy a entrar en este largo y arduo tema, tan sólo que eso quiere decir que si 5 personas montan cada uno una empresa hoy, sólo uno la mantendrá a finales de 2020. Y lo peor es que alguno de los 4 es muy probable que haya acumulado deudas.
Y es que crear una empresa, más allá de la idoneidad de la idea o del talento del emprendedor, es complicado: trámites burocráticos, necesidad de financiación, imprevisibilidad del consumidor del que nunca se sabe si responderá o no al producto o a los servicios que ofrece el nuevo negocio… Pero pongamos que tenemos éxito y somos ese 1 entre 5 que tras 5 años tiene cierta seguridad y obtiene buenos resultado. Lo normal es que los primeros beneficios se dediquen bien a reinvertirlos en infraestructuras de la propia empresa, bien a devolver la liquidez que recibió al empezar (sea de créditos bancarios o prestado por familiares…) con lo que aparte de asignarse un buen sueldo, el emprendedor con éxito no suele “forrarse” pero si lo hace, sufrirá rechazo social. Y esto es muy injusto porque alguien que consigue vencer contra unas posibilidades en contra tan altas y que además su éxito repercute en más gente (sus empleados), tiene derecho a ganar mucho por ello. Y la sociedad debería valorar la figura del empresario porque él es el creador de empleo por antonomasia.
Supongamos que ese emprendedor que ha conseguido sobrevivir tras los primeros 5 años quiere crecer y para ello no le basta con reinvertir beneficios, entonces se plantea buscarse socios capitalistas que aporten capital con el que financiar su expansión y crear empleos. Su empresa cada vez es menos suya y tiene que repartir los beneficios y si consigue salir a bolsa, podría ser incluso entre millones de personas. Los casos de grandes empresas con el fundador como gran accionista de referencia no son demasiados (tenemos por ejemplo el caso de Roig y Mercadona) y aún más escasos tras una salida a bolsa (Inditex y Amancio Ortega son la excepción en un Ibex en el que las grandes compañías suelen tener a bancos y fondos de inversión como principales dueños y el resto de propietarios muy repartidos) por lo que el caso más habitual es el de un consejo de administración, elegido por los accionistas (en la práctica sólo por los más grandes) con unos ejecutivos que dirigen la compañía para dar el mayor beneficio posible a los múltiples dueños. Ese es su trabajo
Esto es clave porque en un mundo ideal lo mejor sería que si una gran empresa tiene altos beneficios, al igual que hace con los accionistas, reparta algo entre los trabajadores. No digo subir salarios porque puede que al siguiente año las cosas no vayan bien y bajarlos es más complicado pero ¿por qué no un bonus? Pues no es tan fácil. Lo primero es que tendrían que estar de acuerdo los dueños en ganar menos y eso puede ser sencillo cuando el dueño es uno o unos pocos pero no cuando son millones, ¿O es que los millones de españoles accionistas de BBVA, CaixaBank etc. estarían de acuerdo en reducir su dividendo para destinar parte de su beneficio –obtenido tras asumir el riesgo de invertir en dichas compañías- en aumentar las retribuciones de los trabajadores de esos bancos? No parece sencillo convencer a por ejemplo un accionista que invirtió en Banco Santander hace 10 años y cuya acción acumula una caída del 40% pero que consigue solventar las pérdidas gracias al cobro de dividendos –de los que parte se la lleva Hacienda por supuesto-, que ahora debe recortarlo para compartirlo con alguien que, sin arriesgar capital, ya lleva esos mismos diez años cobrando su salario. No olvidemos que salvo excepciones como una loto premiada o una gran herencia, el dinero de los accionistas originariamente también procede de trabajo que generó esos ahorros.
Y no me pongo de su lado, digo que no es fácil, que la gente confunde a las grandes empresas con sus máximos ejecutivos y no es cierto, lo que pasa es que esos directivos están ahí para dar el máximo beneficio posible a los dueños, que han invertido buscando precisamente eso y han contratado a esas personas con ese fin. De hecho, yo creo que a los empleados que se lo merezcan –no a todos por sistema, hay que premiar el mérito, no la presencia- debería dárseles un bonus siempre que la compañía obtenga beneficios ya que el trabajador ha influido más en el resultado operativo que el inversor. Pero repito que no es fácil. Y debemos recordar que también en las administraciones públicas hay mucha injusticia con los sueldos y no hablo sólo de enchufados a dedo o asesores políticos. Conozco empleados municipales que llevan 30 años haciendo un trabajo administrativo cada vez más sencillo debido a los avances tecnológicos que cada trienio aumentan su salario llegando a ganar más que su propio alcalde. Para colmo, hacen bien su trabajo en gran parte gracias a un informático externo, temporal y sub-mileurista, al que recurren en cuanto hay el más mínimo problema en el ordenador: y es que resulta absurdo pagar a alguien por su antigüedad y no por su eficiencia.