La mal llamada brecha de género no implica que dos personas realizando el mismo trabajo durante las mismas horas reciban retribuciones diferentes por su sexo, al menos no es eso lo que dice la estadística. Es posible que todos conozcamos algún caso así pero contra eso están las leyes anti-discriminación y se puede ganar el caso si se aportan las pruebas suficientes. Dado que estos juicios no son nada comunes (el 0,1% de las multas por inspecciones laborales en 2017: 135 infracciones y 772.000 €), es evidente que ese no es el problema. Tampoco lo es, desde un punto de vista laboral, el sexo. Los estudios dicen que no existe brecha de género por sexismo ya que no empieza hasta que la mujer no se convierte en madre. Puede parecer una perogrullada pero eso significa que esto no pasa por su sexo sino por su decisión de procrear. A partir del primer hijo no es que la mujer gane menos que un hombre realizando la misma función –eso sería ilegal- sino que deja más veces su trabajo, pide más excedencias, acepta más empleos parciales y en general, su carrera laboral –siempre hablando desde un punto de vista estadístico- es menos prioritaria que antes. Y eso se acaba notando en menos ascensos y menos retribuciones.
Para evitar que esto pase en octubre de 2016 el Congreso instó al gobierno a igualar el permiso de paternidad al de maternidad –y que ambos sean intransferibles- aunque de momento está en ello dado que añade un alto coste al empleador (de momento sólo lo aplicará Euskadi a sus funcionarios a partir de 2019) que deberá pagar 16 semanas a alguien que no trabaja durante ese periodo. Pero aunque se aplique no va a cambiar apenas nada primero porque el cuidado de un hijo es cosa de más de una década y de hecho, si esas 16 semanas fueran tan importantes, entonces la brecha aparecería entre trabajadores que no procrean y los que sí, pero brecha seguiría existiendo (si la clave fueran esas 16 semanas, que no lo creo) y para colmo, desincentivaría la natalidad. De hecho, lo mejor que se puede hacer desde la Administración no tiene que ver con el género, sino con compaginar mejor los horarios laborales de los padres con los de los hijos. Y por supuesto, educar desde la infancia a los hombres en la corresponsabilidad en el cuidado de la familia pero doy por hecho que eso ya se da en las escuelas, otra cosa es lo que ocurra en cada casa, ya se sabe que el ejemplo es la mejor forma de educación.
Hasta 1975 una mujer no podía tener una cuenta corriente a su nombre ni pedir un pasaporte sin permiso de su marido y –aunque es evidente que aún quedan ramalazos machistas en nuestra sociedad– desde entonces se ha mejorado mucho. Es cierto que a mi me chirría mucho que Felipe, sin ser el primogénito, sea el rey por ser varón o que la religión católica, mayoritaria en nuestro país, crea que Dios sólo llama a la vocación sacerdotal a las personas con pene pero también creo que se exagera en muchas ocasiones; por ejemplo quitar el trabajo a unas chicas que se ganaban un buen jornal de azafatas en la f1, ¿en qué mejora la situación de la mujer? Si eliminamos los concursos de misses, prohibimos a Cristina Pedroche que ejerza de mujer-objeto en las Campanadas, si tapamos los cuadros con desnudos femeninos, si decimos portavozas, si prohibimos los piropos… ¿van a vivir mejor las mujeres, van a dejar de existir las violaciones y los actos de violencia de parejas y exparejas, casos que son infinitamente más graves que esos? Pero es que además el tema de la brecha de género no es una cuestión de machismo sino de maternidad y ahí entramos en algo tan peligroso como atacar la libertad de las personas. Por ejemplo, (gracias al profesor Combarro) se puede observar -en Europa mucho más que en España- cómo las mujeres van prefiriendo empleos a tiempo parcial según tienen hijos, algo que no pasa en los hombres