Soy bastante escéptico respecto a la que sabemos de la Prehistoria, hay demasiadas suposiciones cuando se describen diferentes culturas por el tipo de corte de sus utensilios o cuando se interpreta el significado del arte rupestre. Si debemos desconfiar hasta de las fuentes escritas, el intentar construir la Historia de cientos de miles de años utilizando restos arqueológicos dispersos, se me hace poco creíble aunque por supuesto encuentro muy meritorio intentarlo. Sin embargo, sí que me fío de la genética, me parece una ciencia lo suficientemente desarrollada como para fiarnos de las conclusiones de sus estudios. Y lo que dice es que los primeros “homínidos” nacieron en África hace casi dos millones de años y se desperdigaron por Asia y Europa y que también en África nació el homo sapiens hace unos 300 mil años. A día de hoy –y según parece, desde hace ya más de 30 mil años- es el único homínido que vive en nuestro planeta.
Lo más curioso es que los homo sapiens estuvimos al borde de la extinción por una grave sequía en África. Sólo unos pocos (se cree que apenas 2 mil) sobrevivieron gracias a que diversos grupos se trasladaron a las costas en Mozambique y Sudáfrica y de ellos procedemos los más de 7 mil millones actuales. Nos resulta difícil imaginar este proceso porque hablamos de miles de años y miles de kilómetros, y ni siquiera estamos seguros de por dónde se realizaron tantas migraciones pero pequeños grupos fueron desplazándose por todo el mundo, conviviendo con otros homínidos (por ejemplo en la Europa dominada por los neandertales) e imponiéndose a ellos. Y la genética muestra que todos, desde los esquimales a los aborígenes australianos descendemos de esos africanos y que las diferencias son mínimas. Por eso ser racista es básicamente una estupidez. De hecho, según los científicos los menos mezclados del mundo, los que más cercanos están al homo sapiens original son los bosquimanos: negros, bajitos y muy delgados.
Si nos creemos la versión más idílica, los humanos nos expandimos por nuestra curiosidad innata pero a poco que analicemos cómo tan poca población –se cree que en todo el mundo durante miles de años tan sólo había un millón de humanos por lo que la presión demográfica era mínima- tuvo tantas ganas de emigrar, vemos que hay algo más. Mientras éramos nómadas tiene sentido moverse pero una vez que nos convertimos en sedentarios ¿Por qué un grupo humano se iba a instalar en las montañas de lo que hoy es Nepal habiendo sitio en el fértil y mucho más cálido valle del Ganges? La única respuesta posible es que huían de otros humanos.
Nuestra economía durante miles de años era de pura subsistencia: arramplar con todo lo comestible de una zona y trasladarse a otra pero desde el momento que un grupo pelea contra otro, ya se está desarrollando el instinto de propiedad. Si todos nos hubiéramos llevado bien compartiendo los recursos, la humanidad se habría desarrollado únicamente en las mejores zonas, en los climas templados, justo donde se desarrollaron las primeras civilizaciones debido precisamente a una mayor densidad de población. Pero eso pasó mucho tiempo después, antes el nacionalismo más primitivo (“mi tribu tiene más derechos que la tuya a este territorio”) empujó a muchos a peores zonas siendo la guerra y el conflicto, por más triste que resulte, el motor de la expansión humana por todos los rincones del planeta
Milenios después los europeos descubrimos América por el interés económico de encontrar especias, nos interesamos por África buscando esclavos y el fruto de todo eso, junto a los avances tecnológicos, ha derivado con el tiempo en un mundo global en el que de algún modo nos hemos reencontrado todos aquellos grupos de humanos que hace milenios se disgregaron. Seguimos siendo nacionalistas pero cada vez recurrimos menos a las guerras y la mayoría ha entendido que el comercio es una solución mucho más inteligente para relacionarnos y por supuesto más honesta que, por ejemplo, el colonialismo imperante hasta hace unas décadas y que no dejaba de ser un robo de recursos de unos a otros. Es cierto que a día de hoy aún hay muchas reminiscencias colonialistas por la enorme diferencia económica y de poder geopolítico entre unas naciones –y sus más grandes empresas- y otras pero también que la situación es mucho mejor. Indudablemente algo estamos haciendo bien, lo que no significa que no se pueda hacer mucho mejor, claro.
Nuestro número no deja de crecer y no parece que tengamos mucho interés en expandirnos hacia zonas menos pobladas, de hecho desde hace tiempo nos empeñamos en concentrarnos en núcleos reducidos llamados ciudades. Ésta y otras tendencias demográficas las dejaremos para el próximo día.