Una de las prácticas más habituales que realizan las entidades financieras para diferenciar a sus clientes es lo que se denomina como segmentación.
Por lo general, a los clientes normales se les suele incluir en la banca tradicional como ‘clientes personas físicas’. En el caso de que sea un autónomo, hay entidades que lo segmentan como Pyme y otras como cliente persona física dependiendo de su actividad. A las empresas lógicamente las segmentan como ‘clientes personas jurídicas’, pudiendo hablar de diferentes tipos dentro de este colectivo atendiendo a su tamaño. Por último, los clientes ‘VIP’ o de posiciones de ahorro importantes, suelen ser segmentados dentro de la banca personal en la que tienen incluso un asesor personal que se encarga de todos sus productos.
De esta forma no hay ni un solo cliente que no esté segmentado en una categoría determinada. Es la forma normal que todas las entidades poseen para clasificar a sus clientes.
Pero no queda aquí la cosa ya que, para facilitar más el trabajo y la comercialización de productos, las entidades financieras emplean lo que se entiende como ‘colectivización’, o para ser más claros, agrupan a los clientes en colectivos. Aquí ya no es la forma jurídica o las cifras de sus posiciones en la entidad lo que los agrupa. Lo que se emplea para esta clasificación es un rasgo de su actividad profesional, laboral, sector al que se dedica o incluso la pertenencia a un grupo, que permite agrupar a un número de clientes mínimo que posee un rasgo en común.