Otrora España era una tierra de oportunidades, prácticamente cualquier inmigrante del mundo encontraba trabajo aquí y podía acceder a una vivienda digna. El inmigrante era la fuerza de trabajo, era la juventud, la promesa de crecimiento del país. Se oían anécdotas del estilo “gracias a las llegada de una familia con cuatro hijos a un pueblo remoto, no se cerró la escuela del pueblo”; venderle a un inmigrante era el gran negocio y más si se trataba de una hipoteca.
Pero todo llega a su fin y lo que hace un par de años era esperanza ahora es tan sólo humo y esto viene ocurriendo desde que comenzó la crisis, en 2007.