Pocas políticas gubernamentales son tan controvertidas y ampliamente desacreditadas como los rescates públicos de las instituciones financieras. Para el ciudadano medio, la idea de utilizar el dinero de los contribuyentes para pagar por el juego excesivo de unos pocos privilegiados despierta un profundo sentimiento de injusticia, especialmente cuando esos pocos privilegiados son instituciones financieras privadas.
Este es el sentimiento que llevó a miles de personas a las calles en protesta contra el “rescate de Wall Street” cuando en septiembre de 2008 surgieron noticias sobre el plan del Tesoro de Estados Unidos de comprar hasta 700.000 millones de dólares en valores respaldados por hipotecas de los bancos. Sin duda ese fue el primer paso para el incremento de la deuda global.
A partir de ese punto, las principales autoridades monetarias del mundo decidieron manipular el precio del dinero en todas sus expresiones. Rebajaron los tipos de interés a mínimos y expandieron sus balances con las compras de deuda en el mercado secundario de deuda para hacer caer las TIRs y que los Estados pudieran acudir a una financiación más barata, en un momento de estrés presupuestario y de déficits disparados.