A día de hoy, nadie duda de la existencia de ciclos económicos, con sus fases de depresión y auge. Los economistas que han analizado estos fenómenos identifican una superposición de ciclos largos y cortos y aunque existen medidas económicas para paliar los efectos negativos del ciclo, lo cierto es que tales medidas pueden agotarse, y abrirse nuevos períodos de recesión.
Los ciclos económicos largos fueron estudiados por primera vez, con permiso de Joseph Schumpeter, por el economista ruso Nicolái Kondrátiev allá por 1932, en plena Unión Soviética estalinista, en un intento por determinar la supremacía del sistema de planificación comunista sobre el sistema capitalista. En su estudio determinó que la economía capitalista se movía al hilo de subidas y bajadas, en un ciclo de 50 años, y la conclusión fue que el sistema capitalista no sería nunca abatido por el modelo marxista, ya que mostraba siempre signos de supervivencia. Esto le valió su ejecución en 1938. Sin entrar a validar o refutar el modelo de Kondratiev se puede afirmar que los ciclos largos, de alguna manera se dan, aunque lo cierto es que, con la globalización éstos parecen ir acortándose.
Sin embargo, en aquella época no se conocían las posibilidades de la política monetaria para estimular una economía a la baja y además la incidencia de la economía sobre la política era importante. Hoy, el paso ha cambiado, tanto es así que son las decisiones políticas las que determinan la marcha de la economía. Así, los precios del petróleo o de la energía eléctrica, la situación política de Venezuela, la decisión de Donald Trump de iniciar una guerra comercial, el Brexit o el conflicto catalán, son circunstancias de origen político que determinan la marcha de la economía más allá del punto del ciclo económico en que nos encontremos.
Así, desde 2008, tras un periodo de expansión, la economía entró en recesión y los resortes económicos se pusieron en marcha para aminorar el impacto de la crisis. Sin embargo, los bancos centrales, definitivamente en manos políticas, llevaron los tipos de interés a cero y pusieron los estímulos monetarios en marcha. Se salvó el sistema financiero y se acortó la zona de depresión del ciclo, pero no las deficiencias económicas necesitadas aún de profundas transformaciones.
Igualmente, la geopolítica se ha superpuesto a la economía creando nuevas inestabilidades que se ven en forma de Brexit, el auge de los populismos de ambos extremos del espectro político, Estados Unidos en manos de quizás un buen empresario, pero un pésimo político, Rusia intentando reconquistar posiciones perdidas en Europa, etc. Todas, inestabilidades políticas, que promueven, hoy más que nunca, fuertes vaivenes en la economía.
Esto provoca la entrada de otras ciencias sociales dentro de la economía. Así, Joshua Goldstein, después de analizar más de 100 conflictos políticos, sugiere la existencia de un “reloj de conflictos” que marca cambios políticos de gran alcance. Para él, como para otros científicos sociales que estudian estos fenómenos, 2020 sería un año en el que los riesgos políticos aumentarían severamente, lo que llevaría, sin duda a un alto riesgo de una nueva crisis económica.
Sin embargo, hay más voces que intentan alertar de la cercanía de otro periodo de recesión. Según los estrategas del banco JP Morgan, la próxima crisis financiera podría estallar en poco más de un año. El modelo de JP Morgan obtiene sus conclusiones en función de una serie de variables, como la extensión de la expansión económica, la duración potencial de la próxima recesión, el grado de apalancamiento de los agentes, las valoraciones de los precios de los activos y el nivel de desregulación e innovación financiera previo al comienzo de la crisis. Aun así, asumiendo una recesión de tipo medio, el modelo muestra unas estimaciones de efectos mucho más suaves que las de la crisis de 2008.
Igualmente, a juzgar por el diagnóstico del FMI, en su reunión de otoño, el escenario es más que factible. Ya no disimula su apuesta por una crisis dentro de dos años. Después de recortar sus previsiones de crecimiento global en dos décimas, hasta situar su predicción en el 3,7%. Y su economista jefe, Maurice Obstfeld, no sólo abandonó el beneficio de la duda, sino que incidió en que “hay nubarrones a la vista por la súbita debilidad de la actividad” y porque la pérdida de dinamismo “ofrece muestras de un mayor desequilibrio de lo esperado”. Además, hablaba de que las potencias industrializadas ya no disponían del acopio de combustible monetario y fiscal que usaron tras la quiebra de Lehman Brothers para activar estímulos financieros y económicos
Las causas señaladas como riesgos de esta nueva recesión serían en gran medida, la guerra comercial fratricida desencadenada por la Administración Trump con varios de sus históricos aliados. El precio del proteccionismo en un mundo globalizado ha llegado, hasta ahora, según el FMI, a los 430.000 millones de dólares. De seguir por esa senda, la previsión para 2020 retrocederá, al menos medio punto porcentual.
Por otra parte, la debilidad de Europa y Japón es otro elemento preocupante dentro de la ecuación. El FMI habla para la zona del euro de un modesto crecimiento del 2% este año, cuatro décimas por debajo de su previsión de finales de 2017 y dos menos que su predicción de primavera. Para Japón, el panorama es aún más tenue: un alza del 1% en 2018 y de nueve décimas el próximo ejercicio. En el caso europeo, el Brexit y la complicada situación italiana no dejan sino de crear incertidumbres en el corto-medio plazo.
Si a esto le unimos el alto grado de endeudamiento y de déficit público de buena parte de las economías occidentales, lo que limita su capacidad de reacción, y que los colchones financieros de empresas, gobiernos y bancos centrales se han reducido drásticamente, lo que dificulta las políticas de estímulos en caso de crisis en 2020 la tormenta podría estar otra vez encima. Y lo peor es que muchos no se han recuperado todavía de la anterior.