Una máxima de los gobiernos de izquierdas suele ser la de actuar como una especie de Robín Hood, entendido en el sentido de arrebatar recursos a los ricos para repartirlos entre los más desfavorecidos. En lenguaje más actual, esto se traduce en más gasto social financiado con más presión fiscal. Esto sólo significa una cosa, como todo aumento de presión fiscal, aunque lo recaudado redunde en mayor gasto social, se estarían detrayendo recursos a la inversión y a la creación de empleo para invertirlos en gasto, y esto, o se hace en su justa medida o puede resultar un estrepitoso fracaso. Y de esto puede hablar bastante bien Zapatero.
En el caso del nuevo gobierno de Pedro Sánchez ya se van perfilando algunas de las medidas que se van a tomar. El objetivo, recaudar 6.500 millones de euros extras a lo acordado en los Presupuestos del gobierno anterior, que, según se acordó, serían aplicados en aras a la tranquilidad de los mercados y los múltiples socios del Gobierno.
Así, tras asegurar que la recaudación por la “tasa Google” que lanzó su antecesor no será suficiente, ya que sólo recaudará alrededor de 2.000 millones de euros en los próximos dos años, se trabaja en un aumento de la tasa a los depósitos bancarios, que se aprobó en 2014 y cuyo tipo actual es del 0,03%. Con este aumento se prevé recaudar alrededor de 1.000 millones que irían destinados directamente al pago de las pensiones. Lo complicado de esto será que las entidades bancarias no repercutan sobre sus clientes esta tasa, aparte que siempre pueden primar más la colocación a sus clientes de otros productos que no estén gravados por la tasa. A esto se le une un previsible aumento de las cantidades que los bancos han de aportar al Fondo de Garantía de Depósitos. Además de obtener ingresos adicionales, esto le permitiría reducir el déficit, ya que el fondo es un activo del Estado.
Además, el Gobierno tiene previsto implantar un tipo mínimo del 15% en el Impuesto de Sociedades para grandes empresas, a partir del cual no se podrán efectuar deducciones. La forma de incrementar la recaudación en este gravamen pasará por eliminar bonificaciones y exenciones fiscales, de modo que el mínimo de recaudación se establezca en el 15%. Con esta medida se calcula que el estado ingresará unos 4.000 millones de euros, según las cifras recogidas por Cinco Días.
Sin embargo, el grueso de la financiación extra que pretende obtener el Gobierno se producirá con la eliminación del tope a las cotizaciones sociales. Esto elevará la presión fiscal a más del 50% para quienes cobran más de 60.000 euros. El límite máximo de las cotizaciones sociales alcanza los 3.751,2 euros al mes en España, éstas lógicamente corresponden a los sueldos más altos. Con la eliminación del tope, este límite ya no existirá, con lo que la cotización social podrá crecer al mismo ritmo que el salario. Lo que no se aclara es si esto conllevaría la eliminación del tope de pensión de estas personas, una vez llegado el momento de su jubilación.
Otras medidas que se barajan tienen que ver con la implantación de nuevos impuestos “medioambientales”, que se traducirán en gravar el consumo de combustibles fósiles. En concreto se trataría de equiparar el impuesto aplicado al diésel al de la gasolina, lo que supondrá un aumento del precio de la misma, ante el aumento de un 30,7% del impuesto especial.
A esto hay que unir la subida de IRPF (incluida en los Presupuestos) a quienes cobren entre 14.000 y 17.700 euros, junto con la subida de tramos para las rentas superiores a 150.000 euros.
La idea del Gobierno es empezar a tramitar estos impuestos cuanto antes para que puedan entrar en vigor “lo más próximo posible” al inicio de 2019, porque al tratarse nuevas figuras tributarias no se pueden incorporar en los Presupuestos Generales del Estado del próximo año, que ya está preparando el Ejecutivo.
Sin embargo, lo que también es cierto es que los vientos de cola de los que se venía aprovechando la economía española, léase bajos precios del petróleo y barra libre del Banco Central Europeo en la compra de deuda pública a interés cero, tienen fecha de caducidad. El petróleo ya lleva un tiempo en una paulatina escalada y, en cuanto al BCE, ya ha anunciado el final de esa política.
No se sabe si por ese motivo, o por enfriamiento de la economía internacional, el caso es que la economía se ha desacelerado en el primer trimestre al 0,7%, lo que significa un 2,8% elevado a tasa anual; la creación de empleo ha pasado de crecer a ritmos del 3% al 2,6% en el primer trimestre de 2018; la inversión productiva, que llegó a alcanzar crecimientos del 7,9%, se ha desplomado al 2,3% y las exportaciones se han desplomado desde el 8,9% en 2017 al 1,8% en el mismo periodo. Si sumamos a esto el previsible enfriamiento del principal motor de la economía, como es el turismo, las perspectivas no son especialmente halagüeñas.