Uno de los acontecimientos que marcan el inicio del siglo XX en la historia mundial es la Primera Guerra Mundial e, inserta en ella, pero con una entidad propia debido a su alcance posterior, la Revolución Rusa.
España ya había inaugurado el siglo XX con mucha sangre y poca fe en el futuro, tras la pérdida de sus últimas posesiones coloniales y, aunque no participaríamos en ninguno de los eventos guerreros futuros, la historia nos reservaría nuestra propia ración de más pérdidas que ganancias. De hecho, nuestro país fue el primer campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial, pero, sin duda, fue también el primer experimento de exportación del modelo soviético en la Europa occidental.
Lo que sí tienen difícil los adeptos y admiradores del evento comunista es encontrar una única fecha única de celebración de tal acontecimiento. Si hasta ahora los “podemitas” han celebrado con gran algazara el centenario del comienzo del periodo revolucionario, en febrero de este año, lo cierto es que la verdadera revolución se produjo en octubre. En esa fecha se produjo el ascenso de Lenin al poder, al tomar los soviets el poder del Estado, eliminando a la Duma mucho más moderada y dando rienda suelta a un espíritu de venganza contra el poder y las clases sociales que habían controlado Rusia desde hacía siglos. Se puede asegurar que esta etapa, a pesar de la opinión de los de Podemos, sí fue sangrienta, larga y, además sentó las bases de uno de los regímenes más sanguinarios que ha conocido la historia.
La situación de la Rusia prerrevolucionaria era la de un polvorín, propia de cualquier nación que comenzase la Revolución Industrial, pero agravada tanto por el tamaño del país, como de la miseria del mismo. Una enorme masa de campesinos inculta y pobre, una incipiente clase obrera, no muy abundante pero muy concentrada en las principales ciudades y una poderosísima nobleza, a la que las circunstancias unieron a una naciente y enriquecida burguesía. Pero la entrada en la Primera Guerra Mundial, con los reveses militares que se produjeron a causa de la falta de medios, unido a que la movilización de más de 15 millones de soldados dejó sin efectivos granjas y fábricas, y que provocó una enorme carestía, encendieron la mecha revolucionaria en un momento clave de la historia de ese país.
Se desencadenaron cuantiosas revueltas y huelgas reivindicando mejores condiciones y mayores salarios. Aunque algunas fábricas accedieron a las peticiones para elevar los salarios, la inflación de guerra anuló su efecto. Las protestas se extendieron y el Zar sólo supo acallarlas con violencia; en respuesta, los trabajadores de la industria fueron a la huelga y paralizaron de hecho el ferrocarril y el resto de redes de transporte. Las pocas mercancías que estaban disponibles no podían llevarse a su lugar de destino. Los precios se dispararon a medida que los bienes esenciales eran cada vez más escasos. En 1917, el hambre amenazaba a muchas de las grandes ciudades. El fracaso de Nicolás en resolver los problemas económicos de su país y la promesa del comunismo por aplacarlos compusieron el núcleo de esta revolución.
¿Y dónde estaba Lenin mientras esto ocurría? Realmente, Lenin llevaba, salvo un breve periodo en 1.905, 17 años exiliado. Aunque su activismo desde el exilio había sido tal, que Alemania, en guerra con Rusia, colaboró activamente en repatriarle con el fin de provocar algún quebradero a su enemigo. Y es que, lejos del ideal romántico, principalmente occidental, que retrata a Lenin como el humanista liberal, tolerante y progresista, como el héroe revolucionario que peleó cuerpo a cuerpo para liberar al pueblo ruso de la opresión zarista y cuyo recuerdo redime al marxismo del horror estalinista, la verdad es que Stalin fue, en la mayor parte de los casos, el sucesor de Lenin.
Fue él el creador de los Gulags, o campos de concentración, de la Cheka, el iniciador de las tomas masivas de rehenes y de los asesinatos en masa. De modo que a Stalin sólo le quedó perfeccionar el sistema y llevarse la fama.
En cuanto a la gestión económica, fue más un político y un estratega que un gestor. Ya desde 1.860, gracias al reformismo de dirigentes como Sergei Witte y Piotr Stolypin, que abrieron la economía al exterior y potenciaron el crédito, el mercado agrario se hallaba en plena transformación y el crecimiento industrial multiplicó por diez su volumen hasta las fechas prerevolucionarias.
Lenin, defendiendo las tesis de su ideólogo economista Gueorgui Plejánov, rechazó cualquier crítica económica contra Marx, aunque conocía la debilidad teórica del principio valor-trabajo, piedra angular de todo el modelo marxiano.
El por qué es simplemente estratégico: este modelo valor-trabajo se adaptaba perfectamente a las necesidades de la revolución. Lo prioritario era adoctrinar a las masas para conseguir la destrucción del estado capitalista. Con ese fin se instauró un sistema de intervenciones y controles cuya única finalidad era la destrucción de la economía para crear lo que posteriormente se conoció como “comunismo de guerra”. En realidad, toda una estrategia pensada para combatir y erradicar cualquier tipo de propiedad privada, haciendo así realidad el famoso “Todo el poder para los sóviets”, y que incluiría la colectivización agraria, la concentración financiera en un banco nacional soviético y el control sobre la producción y distribución.
El aspecto más dramático de la estrategia económica leninista fue su intento de controlar la distribución a través de un monopolio estatal de compra de productos de consumo y alimentos. Las requisas masivas y las compras forzadas a precios ruinosos provocaron la oposición del campesinado y una auténtica guerra contra el campo (desde el verano de 1918 a la primavera de 1921), que dio lugar a una ola de terror sin precedentes.
Finalmente, ante la hambruna en las ciudades y el peligro inminente de colapso de la revolución, Lenin desistió de su empeño sin lograr la colectivización de toda la economía, tarea que llevó a cabo Stalin una década más tarde. Su fracaso forzó un periodo menos represivo, la Nueva Economía Política (NEP), durante la cual se volvió a una cierta permisividad con la propiedad (aunque todo bajo control bolchevique) que dio lugar a un aumento de la superficie cultivada, la producción agraria y los índices industriales. La hambruna se alivió, aunque solo fuera temporalmente, pero para entonces, Lenin ya había entrado en la Historia como el gran pensador económico de inclinación humanista que aún hoy algunos nos quieren poner de ejemplo.