El miedo suele ser un gran aliado en estados de alarma como el que ahora atravesamos. Aprovechando la situación, estafadores y delincuentes intentan hacer su temporada alta ya que el raciocinio de las personas anda ocupado en otros menesteres, haciéndoles más proclives a caer en engaños y fraudes.
Así, desde la venta de mascarillas a domicilio hasta el hacerse pasar por funcionarios de la sanidad pública son solo algunas de las triquiñuelas de estos malparidos para aprovechar la situación y golpear el bolsillo de los más débiles, normalmente ancianos, a sabiendas de que el miedo será un aliado para su propósito.
Así, por ejemplo, varios usuarios han denunciado una estafa en la que una persona se hace pasar por empleado de una cadena de supermercados. Llama para supuestamente facilitar la adquisición de alimentos y evitar que la posible víctima se desplace al supermercado, ofreciéndole tomar el pedido por teléfono. La compra, afirma el estafador, se puede pagar en efectivo o, lo más peligroso, dando su número de tarjeta de crédito.
Otro caso que se está dando es el de una empresa fantasma que se encarga de llamar a personas mayores para hacerles una “prueba gratuita de coronavirus” a domicilio. De esta manera consiguen el acceso al domicilio, algo que aprovechan para tirar de fuerza física y obtener un beneficio a costa de una incauta víctima.
Pero el gran tirón lo está teniendo en submundo de las ciberestafas. Plataformas en las que se venden mascarillas o desinfectantes que nunca llegan, o empresas que venden contenidos digitales, con suscripciones a servicios que directamente no existen. Muchas veces, estas transacciones se realizan suplantando a organizaciones como Unicef o la Organización Mundial de la Salud y buscan, además de nuestro dinero, nuestros datos personales (para luego conseguir dinero, sin duda).
Ya en las primeras semanas, cuando el virus solo se había expandido por China de forma masiva, la empresa de ciberseguridad Kaspersky alertó de e-mails que parecían llegar desde los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades, ofreciendo recomendaciones de prevención. Para verlas, los usuarios tenían que abrir una página, introduciendo antes la contraseña de sus correos electrónicos. Y ahí es donde se abría la puerta a los ciberdelincuentes.
Después, ha sido el Cuerpo de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil el que alertaba de otros timos, como el que circulaba por WhatsApp y en el que para comprarse una mascarilla había que facilitar datos bancarios. Estos ataques son conocidos como phishing, adquirir información confidencial de las víctimas suplantando la identidad de una fuente legítima. El fenómeno existe desde que existe Internet, pero un detonante como una situación de alarma lo ha agravado.
En este sentido, no cabe duda de que son una de las industrias con mayor tasa de crecimiento. Según Catherine De Bolle, directora de la Europol, es sorprendente lo rápido que los delincuentes desarrollan sus modelos de fraude: “Mientras mucha gente está luchando contra la epidemia y ayudando a las víctimas, hay delincuentes que están aprovechándose de la crisis; es algo que no podemos aceptar… las estafas en una crisis sanitaria son especialmente peligrosas y pueden poner en peligro vidas”.
En el sector farmacéutico, ya antes de la aparición de esta crisis, siempre han aparecido medicamentos falsificados en Internet fácilmente adquiribles en momentos en que escasean. En una reciente investigación mundial en 90 países junto con otras autoridades policiales, se identificaron más de 2.000 sitios web en los que se ofrecían píldoras, aerosoles o ungüentos ineficaces contra el coronavirus.
Para protegernos de estos delincuentes no hay nada como el sentido común y una alta dosis de desconfianza. De hecho, las autoridades recomiendan a los consumidores desconfiar si en la publicidad y ofertas de venta de productos o servicios se utiliza un lenguaje o imágenes que sugieran explícita o implícitamente que un producto puede prevenir o curar la infección por COVID-19; o se hace referencia a médicos, profesionales sanitarios, expertos u otras fuentes no oficiales que declaran que un producto puede prevenir o curar una infección por el coronavirus.
Igualmente, siempre hay que levantar la ceja si se utilizan expresiones que urgen al usuario a adquirir el producto haciendo referencia a la escasez o a la oportunidad. Y, por supuesto, hay que desconfiar también si se pide información personal sin justificación o si se precisa instalar algún tipo de aplicación para adquirir el producto o servicio.
Pero estas estafas no solo las reciben personas individuales fruto del miedo o la incertidumbre, sino también a los propios gobiernos. En Bélgica, las autoridades ordenaron mascarillas a un fabricante de Turquía por cinco millones de euros que nunca fueron entregadas, según informó el periódico belga Le Soir. En España, las autoridades también fueron timadas con miles de test ineficaces que daban demasiados resultados negativos.
Para terminar, solo deseo que todos estos delincuentes enfermen de verdad y se tengan que curar con aquello que venden. Pero sin duda esto no pasará. Ocurrirá como con Esperanza Aguirre, que tras pasar buena parte de su carrera política desmantelando el sistema público de sanidad madrileño, se contagió con el virus y fue atendida por ese mismo sistema público.