Tras la caída de Berlín, que significaría el final del Tercer Reich y, por tanto, de la segunda guerra mundial, tuvo lugar una extraña celebración entre el mariscal soviético Gueorgui Zukhov, uno de los pocos militares de los que se dice que jamás perdió una batalla, y el general Eisenhower. Ambos celebraron la victoria brindando con Coca-Cola. Ante la agradable sorpresa que mostró el mariscal, le respondió el futuro presidente de los Estados Unidos ordenando el envío periódico de una serie de paquetes de White Coca, Coca-Cola sin caramelo, sin etiqueta y sin color. Este sería el primer contacto de un producto plenamente occidental con la plana mayor soviética. Esta relación se iría incrementando con cuentagotas a lo largo del tiempo.
El siguiente encuentro de envergadura tuvo como protagonistas a Nikita Jrushchov, el líder soviético, al entonces vicepresidente estadounidense Richard Nixon y una botella de Pepsi. Ambos líderes discutían sobre el mejor sistema de gobierno y, ante el acaloramiento del soviético, un perspicaz ejecutivo de Pepsi le ofreció el refresco, que fue bebido sin problemas. La imagen del líder soviético con la Pepsi en la mano sería utilizada como reclamo publicitario.
Cuando tiempo después Pepsi se lanzó a la conquista de la Unión Soviética se encontró con problemas con el pago. Los rublos no eran intercambiables en los mercados internacionales, por lo que se optó por una suerte de trueque. El pago se haría con vodka. Así, a partir de 1972, Pepsi se empezó a fabricar en la Unión Soviética mientras que grandes cantidades de Stolíchnaya, una marca moscovita de vodka creada a principios de siglo, eran comercializadas en todo occidente. En los 80, el consumo de Pepsi en la URSS, aun como producto de lujo, se elevaba a 1000 millones de botellas anuales, fabricadas en 21 plantas de producción.
Pero empezaba el proceso de desintegración soviética, lo que complicó el tema de los pagos. La solución llegó en 1989 con el trueque más estrambótico: la URSS pagó la factura de Pepsi con la entrega de parte de la obsoleta flota de guerra rusa. Así, 17 submarinos, un crucero, una fragata y un destructor fueron entregados a la compañía, que se convertía de esta forma en la séptima potencia naval del mundo en flota submarina. Nuevamente, Pepsi utilizó esto para su beneficio publicitario, afirmando que estaban desarmando a la URSS más rápidamente que los acuerdos diplomáticos.
Otro de los momentos estrella lo protagonizó, cómo no, McDonald’s. A principios de 1990, en plena Perestroika, el primer McDonald’s abría sus puertas en la Unión Soviética. El acontecimiento, fue multitudinario y las colas interminables, a pesar de que los tres rublos que costaba una hamburguesa (4 céntimos de euro actuales) eran entonces una pequeña fortuna. Ese día, en el que las colas comenzaron a las 4:30 de la madrugada, visitaron el establecimiento cerca de 30.000 personas.
No fue fácil para la compañía su establecimiento. Debido a las restricciones en las importaciones, se vieron obligados a construir un gran centro de procesamiento en las afueras de Moscú para producir los alimentos. La falta de suministro eléctrico en el mismo por falta de cableado obligó a las autoridades rusas al despliegue de militares para tender líneas eléctricas con las que dar servicio a la planta.
Y es que eran tiempos convulsos en la Unión Soviética. De hecho, sólo un año más tarde, el propio Gorbachov se vería obligado a dimitir, lo que llevaría a su fin a la URSS, dando origen a la caída del comunismo y la Rusia que hoy conocemos.
Quizás fue esa una de las razones por las que McDonald’s recibió 27.000 solicitudes de empleo para ese primer establecimiento, de los que sólo 630 fueron aceptados. Los tiempos que llegaron después fueron demasiado agitados para el crecimiento de la compañía. La inestabilidad y la hiperinflación golpearon fuerte y sin piedad la economía rusa. De pronto en los mostradores había de todo, pero casi nadie se podía permitir nada.
Ahora, McDonald’s tiene 735 restaurantes en Rusia de los que más de un centenar se encuentran en Moscú en los que se ha dado de comer a 140 millones de personas. Y sirve, además de para servir comida rápida, como un curioso termómetro del para medir el estado de las relaciones de Rusia con Occidente, ya que el gobierno de Putin suele transmitir la presión geopolítica a empresas de países vecinos o naciones rivales. Lo cual sólo es una de las funciones que la multinacional ha tenido. Otra curiosa ha sido el servir para establecer un tipo de cambio no oficial entre monedas no intercambiables. Es decir, entre monedas sin un tipo de cambio establecido o poco fiable, a veces, el precio que artículos de multinacionales establecen cada nación puede dar una idea aproximada del tipo de cambio entre las monedas.
En la actualidad, McDonald’s celebra sus treinta años en Rusia. El evento, que pretendía conmemorarse reviviendo precios de aquel entonces, se ha visto truncado por las autoridades rusas ante el temor por el famoso coronavirus que, sin haberse declarado en Rusia ha provocado que el Ayuntamiento de la capital rusa haya recomendado “abstenerse de realizar eventos públicos en un futuro cercano en lugares donde los ciudadanos se reúnen en masa, para minimizar así los riesgos de infección”.