Julio de 2002. Me encuentro en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, recibiendo de manos del decano mi tan ansiado título de Licenciado en Economía.
La Argentina se encuentra viviendo lo que fue catalogado por el economista Guillermo Calvo como “La peor crisis en los tiempos de paz”, producto de la salida de la convertibilidad.
El país vive una crisis de confianza en la cuál “todo vale nada”: las medidas aplicadas fracasan una atrás de la otra, y cuando todos pensamos que lo peor ya pasó, un nuevo evento nos sorprende y nos coloca ante nuevos desafíos financieros y de vida.
Puedo cerrar los ojos y verme claramente aquél día, con una mezcla de sensaciones derivadas de lo delicado del contexto y la felicidad por el logro cumplido, sintiendo que hay algo que no termina de cerrar en todo lo aprendido en los 6 años de carrera universitaria en las aulas de una facultad que ahora voy dejando atrás: Macroeconomía, Microeconomía, Economía Internacional, Desarrollo y Crecimiento Económico, etc… se basan en un supuesto cada vez más discutido, en donde somos agentes racionales a la hora de tomar decisiones económicas-financieras; lo cuál quiere decir que conocemos y evaluamos todas y cada una de las alternativas presentes, y en el momento de decidir nos inclinamos por la opción lógica, beneficiosa y racional para nuestros propios intereses.
Algo empezaba a hacer ruido en mi cabeza: el comportamiento de los agentes económicos de mayor importancia (inversores, Reserva Federal de EE.UU, SEC, FMI, brokers) durante la última mitad de la década de los ´90 había sido, en la práctica, cualquier cosa menos racional.
Y no podía, por más que quisiera, evitar preguntarme a mi mismo, una y otra vez: ¿Podré aplicar algún día todo lo aprendido?
Los inversores emocionales y la sensación del “único juego del barrio”.
Los inversores muchas veces no hacen caso a los pronósticos acerca de los riesgos de inversión en ciertos activos y actúan sin medir consecuencias, tal es el caso de las burbujas financieras.
Los economistas hablamos sobre el potencial de las decisiones de la FED en Washington, acerca de curvas de Phillips, el modelo IS-LM, las expectativas racionales de Lucas o discusiones sobre las ganancias agregadas causadas por la inflación y los métodos contables tradicionales; pero los inversores tienen muy poco interés en decodificar esos complicados términos.
¿Cuáles son entonces los parámetros que tienen en cuenta entonces la gente al analizar donde poner su dinero?
Un factor de sumo interés es la sensación de que el mercado de capitales es “the only game in town” (el único juego del barrio), como un sentido emocional que puede tener una fuerte importancia en el proceso.
Psicológicamente, el sentimiento que un inversor cualquiera tenga hacia el mercado dependerá en gran medida de cómo le esté yendo al resto de las personas conocidas por él que invierten en el mismo. Si un inversor no participó de las ganancias recientes que otros inversores si disfrutaron, se puede experimentar una suerte de depresión ansiosa. Este sentimiento es considerado altamente motivante por los psicólogos.
Cuando un individuo conoce a otro que ganó más en el mercado de capitales realizando inversiones que él mismo no se animó a llevar a cabo en su momento, es muy probable que experimente una sensación dolorosa, que incluso tiende a disminuir el ego de esa persona.
Es entonces que el sujeto en cuestión puede pensar que si pudiese participar en solamente un año de alza en el mercado, esa sensación dolorosa podría desaparecer.
Quizás, el individuo podría incluso llegar a pensar que las potenciales pérdidas podrían no ser tan importantes como soportar nuevamente estar fuera de un mercado alcista y ver como sus amigos embolsan suculentas ganancias producto de sus inteligentes inversiones, con lo cual, la única decisión segura parecería ser estar “dentro” del mercado.
¿Se llega a comprender la importancia de esta afirmación? Un inversor terminará evaluando que prefiere entrar tarde y perder su capital antes que seguir fuera y ver como otros ganan, es decir, prefiere perder a dejar de ganar. ¿Racionalidad? No lo parece.
Como se pude observar, el estado emocional de los inversores en el momento de la toma de decisiones es, sin duda, uno de los factores más importantes a la hora de analizar las causas de un mercado eufórico.
La paradoja del pájaro en el arbusto.
9.290.000 resultados aparecen en Google al escribir Behavioral Finance (Finanzas del Comportamiento o Economía Conductual, la rama de la Economía que estudia la relación entre las emociones y las finanzas).
Esta nueva ciencia basa parte de sus postulados en experimentos que demuestran que de racionales, poco y nada tenemos a la hora de invertir nuestro dinero.
La paradoja del pájaro en el arbusto es muy conocida por sus propulsores. “Más vale pájaro en mano que ciento volando” dice un viejo proverbio significando que es mejor tener algo seguro (bajo riesgo) que algo especulativo (alto riesgo). La parte paradójica es que los inversores a menudo no hacen un análisis de probabilidad para el menor riesgo/mayor beneficio, si no que adoptan sus decisiones de un modo más especulativo. El riesgo podría reducirse sensiblemente buscando información precisa, y aún sabiendo esto, los inversores se apuran, caen presos de la impaciencia, arriesgan de más.
Es común que una persona dedique muchas más horas de su tiempo para realizar una investigación sobre que tipo de automóvil le conviene comprar (cuál marca, que motor, cuantas puertas, que modelo, etc…) que para averiguar información sobre el instrumento financiero en donde está invirtiendo. Y muchas veces la inversión en el coche puede ser 10 veces menor a la financiera, en donde probablemente esté colocando los ahorros de todo su vida.
Mejor tener algo seguro que especular por un lado, pero mejor especular que tener algo seguro, por otro. Cada vez que explota una burbuja financiera como la de los hipotecas subprime en 2008, nos damos cuenta que la mayoría prefiere especular. ¿Por qué quebró Lehman Brothers y tantos otros? Muy simple: porque estuvieron manejados por personas que actuaron de manera emocional y prefirieron cien pájaros volando que uno en mano.
He aquí la paradoja, que se conoce con este nombre debido a que el proverbio en inglés, traducido, es “Vale más un pájaro en tu mano que dos en un arbusto” o por su expresión en inglés “Bird in the bush”.
¿Y ahora que hacemos?
Podría continuar este post citando más y más ejemplos que demuestran la irracionalidad de nuestros actos en la arena inversora, pero pienso que los casos citados deberían por lo menos despertar la curiosidad del lector en investigar un poco más el tema, del cuál, como toda ciencia nueva, abunda en la web.
Ahora, casi 8 años después de aquél evento en donde comenzaba mi carrera profesional, mi descrédito hacia los modelos tradicionales de la macroeconomía (muchos de los cuales son la base “dura” que respalda las políticas de ajuste hacia España, Portugal, Irlanda y Grecia de los organismos multinacionales como el FMI el Banco Mundial) crece a pasos agigantados.
Mi opinión es que el esfuerzo personal de cada individuo debe centrarse en una evaluación meticulosa sobre el peso del componente emocional al momento de realizar una inversión de cualquier tipo.
¿Estoy comprando esta acción porque un amigo la compró el mes pasado y ganó dinero? ¿Estoy dejando mi dinero en la caja fuerte del banco porque tengo miedo a que sucedan catástrofes financieras que nunca se materializan? ¿Le estoy prestando dinero a tal persona porque veo en él cosas que me recuerdan a mí aunque nunca le pregunté bien como me lo va a devolver?
Estas son un ejemplo de las preguntas que debemos hacernos. Los grandes inversores, aquellos que supieron hacer una diferencia en los mercados, comparten una cualidad superadora: la llamada “sangre fría” con la cuál compran en momentos de pánico y venden en momentos de euforia.
Sin duda, el activador que impulsa las decisiones correctas en materia financiera se encuentra más del lado del conocimiento de nuestras emociones que de los complejos e inocuos modelos económicos que nos enseñan en las aulas universitarias.