A estas alturas del cuento no voy a descubrir a nadie que estamos viviendo una sequía crediticia de tintes apocalípticos.
Si a las propias entidades financieras ya les cuesta conseguir liquidez para hacer frente a sus propias deudas con el mercado mayorista extranjero, provisionar las operaciones fallidas y reducir sus estructuras sobredimensionadas, es evidente que no hay dinero para las PYMEs.
La postura fácil, y cierta en gran parte, es atacar a los bancos y cajas. Ustedes han analizado las financiaciones a promotores, las hipotecas a particulares y los préstamos personales y empresariales con la misma capacidad de predicción que muchos adivinos de pacotilla.
Además han despilfarrado el dinero con redes de sucursales a modo de bares. Han perdido el dinero de sus clientes en casos Madoff y demás artimañas financieras. Y ahora no tienen liquidez para cumplir con la función que la economía les tiene encomendado: captar dinero de los ahorradores y prestarlo a los inversores y consumidores.
Pero este artículo no trata de la responsabilidad de la banca en no tener liquidez para que la economía siga funcionando de forma normal. Trata de si la banca debería prestar dinero a las PYMEs para evitar que cierren.
Parece lo mismo, pero hay mucha diferencia.