De todos es conocida (uso esta frase para darme importancia, por si había dudas) mi crítica feroz a la función que la cúpula directiva diseñó para el director de sucursal: ser un colocador de productos profesional. Mi juicio no se centra, en absoluto, en la profesionalidad o en la ética de los empleados de banca comercial; los verdaderos culpables son los señores y señoras que fuman puros y beben coñac en los despachos de las cúpulas directivas.
No es una casualidad el verdadero despropósito de sucursales de colocación de productos que se ha extendido por toda la geografía nacional en los tiempos previos al estallido de la burbuja inmobiliaria. Era una estrategia conscientemente creada por una mayoría de entidades financieras, para convertir las oficinas en meros escaparates y puntos de venta.
Como viene siendo habitual en los últimos tiempos, los bancos interpretan las necesidades de sus clientes a su antojo. ¿El cliente español necesita una persona para fiarse de nuestros productos? Pues le ponemos una oficina en cada calle. Otra cosa es que los vendedores bancarios hagan mucho más que convencerle de que contrate lo que le digamos, pero bueno, nadie es perfecto.