El inversor posee en el mercado una gran variedad de activos financieros y no financieros para canalizar su ahorro. Estos productos financieros, tanto activos como pasivos, son muy diversos y abarcan desde el dinero en efectivo o en un depósito bancario hasta productos mucho más complicados como las acciones o instrumentos derivados, pasando por divisas o materias primas. En principio, los tres parámetros que debería tener en cuenta cualquier inversor a la hora de adquirir un activo financiero son: el riesgo, la rentabilidad y la liquidez.
El riesgo de un activo financiero posee dos acepciones distintas. Por un lado, el riesgo de contrapartida y que se mide por la probabilidad de que a su vencimiento el emisor del título cumpla sin mayor dificultad su compromiso y lleve a cabo las cláusulas de rentabilidad pactadas. Por otro lado, el riesgo de mercado, derivado de la fluctuación de su valor en los mercados financieros, de manera que si el precio de dicho activo cae podemos incurrir en fuertes pérdidas.
La rentabilidad del activo se medirá por su capacidad para producir intereses u otros rendimientos (dividendos, cupones, revalorización)al agente que los adquiere. Bajo la hipótesis de mercados eficientes suele asumirse que un activo cuanto más riesgo de mercado o de contrapartida tenga mayor rentabilidad ofrecerá. La hipótesis de mercados eficientes supone que en la vida real los inversores en promedio valoran correctamente los activos financieros.
Sin embargo, hay que tener mucho cuidado, ya que en la vida real los precios de los activos suelen estar en la mayoría de las ocasiones o sobrevalorados o infravalorados. Y es aquí donde se introduce un nuevo concepto de riesgo que no se suele incluir en los libros de texto, el riesgo precio. Si el inversor compra un activo financiero sobrevalorado, ya veremos en su momento como determinar si está sobrevalorado o no, los rendimientos que obtiene serán muy pequeños e incluso podría entrar en pérdidas, al margen del riesgo que asuma. Véase por ejemplo un inversor que comprará una cartera que replicara el índice de la bolsa nipona (Nikkei) en 1989, por encima de 40.000 y tras 25 años el selectivo se encuentra en los 24.000 puntos, o el índice de la bolsa española Ibex 35 en marzo de 2000 alrededor de 13.000 puntos frente a los 10.700 puntos actuales.
Otra de las características de un activo financiero tiene que ver con su liquidez, es decir, por la facilidad y la certeza de su transformación en dinero en el corto plazo, sin sufrir pérdidas. En teoría, cuanto menor sea la capacidad para un activo en convertirse en liquidez mayor debería ser su rentabilidad.
Normalmente se suele diferenciar entre los activos de elevada liquidez y los de baja liquidez. El dinero legal y bancario (depósitos a la vista) son los activos financieros más líquidos que existen y son los clasificados como activos de elevada liquidez y forman parte del de la oferta monetaria clasificada como M1. Los activos de baja liquidez son el resto de depósitos (de ahorro y a plazo) activos emitidos por el Tesoro, obligaciones societarias, créditos y préstamos, activos de renta variable y gran parte de ellos quedan clasificados como agregados monetarios de M2 y M3.
Para acabar, cada activo establece diferentes relaciones entre los tres parámetros descritos anteriormente, por lo que los activos de mayor riesgo serán aquellos que exista una mayor rentabilidad y a su vez posean un menor grado de liquidez como por ejemplo las acciones de una empresa cotizada en el Mercado Alternativo Bursátil (MAB). Por el contrario, aquellos activos que exista un menor riesgo menor, la rentabilidad será inferior y poseerán un mayor grado de liquidez como por ejemplo las Letras del Tesoro.