Los inversores suelen incluir bonos extranjeros o internacionales en sus carteras por algunas razones principales: para aprovechar tipos de interés o rendimientos más altos y para diversificar sus carteras. Sin embargo, la mayor rentabilidad esperada de la inversión en bonos extranjeros va acompañado de un mayor riesgo derivado de fluctuaciones monetarias adversas.
Debido a los niveles relativamente más bajos de rentabilidad absoluta de los bonos en comparación con la renta variable, la volatilidad de las divisas puede tener un impacto significativo en la rentabilidad de los bonos. Por lo tanto, los inversores deben ser conscientes del riesgo cambiario que conllevan los bonos extranjeros y aplicar medidas para mitigar el riesgo cambiario.
El riesgo cambiario no surge únicamente de la tenencia de un bono en moneda extranjera emitido por una entidad extranjera. Existe en cualquier momento en que un inversor posea un bono que esté denominado en una moneda que no sea la moneda nacional del inversor, independientemente de que el emisor sea una institución local o una entidad extranjera. Las empresas multinacionales y los gobiernos emiten habitualmente bonos denominados en diversas monedas para beneficiarse de los menores costes de los préstamos, y también para igualar sus entradas y salidas de divisas.
El riesgo cambiario surge de la moneda de denominación del bono y de la ubicación del inversor, y no del domicilio del emisor. Un inversor español que tiene un bono en yenes emitido por Toyota Motor está obviamente expuesto al riesgo cambiario. ¿Pero qué pasa si el inversor también tiene un bono en dólares emitido por Telefónica? El riesgo cambiario también existe en este caso, aunque Telefónica sea una empresa nacional.
Una caída en la divisa en la que está denominado su bono reducirá los rendimientos totales. Por el contrario, una apreciación de la divisa impulsará aún más la rentabilidad de mantener el bono, la guinda del pastel, por así decirlo.
Para entenderlo pensemos en la posibilidad de un inversor estadounidense que compró un bono a un año por un valor nominal de 10.000 euros, con un cupón anual del 3% y que cotiza a la par. El euro alcanzaba su cota más alta en ese momento, con un tipo de cambio frente al dólar estadounidense de 1,45, es decir, 1 euro = 1,45 dólares. Como resultado, el inversor pagó 14.500 dólares por el bono denominado en euros. Desafortunadamente, cuando el bono venció un año después, el euro había caído a 1,25 frente al dólar estadounidense. Por lo tanto, el inversor sólo recibió 12.500 dólares al convertir los ingresos por vencimiento de los bonos denominados en euros. En este caso, la fluctuación de la moneda resultó en una pérdida cambiaria de 2.000 dólares.
El inversor pudo haber comprado inicialmente el bono porque tenía un rendimiento del 3%, mientras que los bonos estadounidenses comparables con vencimiento a un año sólo generaban un 1%. El inversor también puede haber asumido que el tipo de cambio se mantendría razonablemente estable durante el período de tenencia de un año del bono.
En este caso, el diferencial de rentabilidad positiva del 2% ofrecido por el bono en euros no justificaba el riesgo de cambio asumido por el inversor estadounidense. Si bien la pérdida cambiaria de 2.000 dólares se compensaría en cierta medida con el pago de un cupón de 300 euros (suponiendo que se efectúe un pago de intereses al vencimiento), la pérdida neta de esta inversión sigue siendo de 1.625 dólares (300 euros = 375 dólares). Esto equivale a una pérdida de aproximadamente el 11,2% de la inversión inicial de 14.500 dólares.
Por supuesto, el euro también podría haber ido en sentido contrario. Si se hubiera apreciado a un nivel de 1,50 frente al dólar estadounidense, la ganancia derivada de la fluctuación favorable del tipo de cambio habría sido de 500 dólares. Incluyendo el pago de cupón de 300 ó 450 euros, el rendimiento total habría sido del 6,55 por ciento sobre la inversión inicial de 14.500 dólares.
Marc Fortuño