Uno de los vocablos más empleados en terminología financiera es el interés. Entendemos por interés por el retorno del ahorro o bien como el coste del capital en forma de crédito, estableciendo una relación entre el tiempo y el dinero que supone un ingreso para el ahorrador o prestador. Pero este concepto no es nuevo del capitalismo financiero, sino que es tan antiguo como la propia economía cuyo nacimiento tiene su punto de partida con el intercambio de bienes y servicios en pequeñas comunidades.
En realidad, el interés está estrechamente vinculado con la naturaleza debido a que ésta se reproduce a un interés compuesto. Por ejemplo, una oveja suele tener tres corderos al año, por lo que su tasa de reproducción es de un 300% anual. En los primeros pasos de las economías de pequeñas sociedades se aplicaba intereses únicamente a aquellos bienes que eran capaces de producir otros bienes y aquellos que no producían no quedaba aplicado ningún interés al ser considerado como una cesión.
Si nos ceñimos al lenguaje propio en las lenguas arcaicas observaremos que la palabra interés está relacionado estrechamente con la reproducción. En el griego el término τόκος significa engendrar o bien en el latín fēnus significa fecundo o feto.
En la Antigua Mesopotamia, en el año 1750 a.C. se instauró el Código de Hammurabi, que recibe este nombre por el sexto rey de Babilonia Hammurabi, siendo el primer código legislativo de la historia del hombre y que muestra un gran raciocinio en su estructura legislativa. En particular, se creó una regulación muy estricta sobre las finanzas, aceptando el interés, definiendo la usura y condenándola. La legislación se encontraba bajo la premisa que los intereses estuvieran vinculados al trigo y la plata y además, contemplaba aquellos supuestos en que estos no se podían abonar los intereses al acreedor, basados en el principio de buena fe. Estos son algunos de sus ejemplos de regulación:
– La Ley 48 recoge que en el supuesto de catástrofe natural como una inundación o bien escasez de agua, que llevó a no levantar el trigo ese año, exime al deudor de cumplir con la prestación sólo por el periodo de una cosecha.
– La Ley 66 describe que si uno tomó dinero prestado de un comerciante y el comerciante lo apura para pagar y no tiene nada que dar, le dará al negociante su huerto diciendo: «Toma por tu dinero los dátiles de mi huerto». Si el negociante no lo acepta, el propietario tomará los dátiles que se encuentren en el huerto y pagará al negociante el capital y su interés según el tenor de su tableta.
– La Ley 94 dice: Si un negociante ha prestado a interés trigo o plata y si, cuando ha prestado a interés ha entregado menos trigo o plata, o si cuando ha percibido su crédito, recibió más cantidad de trigo o plata, este negociante perderá todo. Este supuesto contemplaba la existencia de mala fe ya que el comerciante no obra con rectitud, engañando a la contraparte.
Estos fueron los primeros pasos del interés por el capital, los cimientos de nuestra civilización hasta culminar con la creación de los Bancos Centrales, autoridades monetarias con el poder de fijar arbitrariamente los intereses y crear dinero de la nada. Una perversión para beneficiar a diferentes agentes económicos como son los integrantes del sistema financiero y al propio Gobierno, en contra de los intereses de los ahorradores. Me pregunto dónde habremos perdido el principio de buena fe del Código de Hammurabi…