Roger Ibbotson y Rex Sinquefield realizaron un famoso conjunto de estudios sobre las tasas de rendimiento en los mercados financieros estadounidenses y concluyeron que durante un plazo de 85 años hasta el año 2010, la renta fija promediaba una rentabilidad del 5,5% frente al 9,9% que promediaba la renta variable, por lo cuál la prima de riesgo de la renta variable es de 440 puntos básicos frente a la estabilidad de la renta fija. El modo en que se obtiene el promedio es bien sencillo, proviene del sumatorio de los rendimientos anuales generados y dividirlos por el número de años contemplados en en el estudio, en este supuesto 85 años hasta el año 2010.
Eso no significa que el mercado premie a los inversores con una retorno del 9,9% cada año, es más habrá periodos excepcionales que la rentabilidad anual del mercado alcance el 40% o incluso más, por otro lado nos encontraremos en ocasiones que el mercado no descienda sino que sufra auténticos batacazos. Cuando suceden estos escenarios, el sentimiento cortoplacista, sobrevalora la realidad ya sea por una euforia desmedida o pánico incontrolable, permite que muchos inversores rechacen el promedio histórico y que los últimos rendimientos obtenidos en el mercado pasen a formar a partir de ese momento sean la nueva norma de Wall Street. Pues bien, en los años 1927 y 1928, o de 1995 a 1999 se creyó que a partir de ese momento el mercado ofrecería rendimientos entre el 25% y el 35%, pero como bien sabemos la historia esos escenarios fueron la antesala de un crack bursátil. Del mismo modo, que en 1930, 1931, 1973, 1974, 2007 y 2008 el batacazo superó el 20% hasta superar el 40% y sin duda se alejaban estrepitosamente del promedio del 9,9% que ofrece anualmente el mercado.
A pesar de que el mercado ofrece un 9,9% anual de promedio, han habido momentos en la historia que la renta variable ha caído en el más absoluto de los desprestigios. Por ejemplo, justo antes de que se iniciará el mercado alcista, en 1982 Bussines Week publicó en portada «La muerte de las acciones», menudo ojo tuvieron… ya que en 1987 el Dow Jones prácticamente se había cuatriplicado. Algo similiar sucedió al final de los años noventa, en la burbuja punto.com, en ese momento de auge puro y de euforia desmedida se creían que la nueva regla del mercado eran los últimos rendimientos anuales obtenidos y que al fin la Reserva Federal, había conseguido «poner en cintura» el ciclo económico.
Ahora lo que debemos hacer es medir la dispersión de los rendimientos anuales o frecuencias, para contextualizar cuáles son los escenarios más probables y aquellos más improbables que puedan surgir en un futuro. En el siguiente ejemplo podemos ver la distribución de frecuencias de los rendimientos de las acciones de compañías grandes grandes en el periodo comprendido entre 1926 y 2003.
Como podemos ver en el gráfico de rendimientos de las acciones de compañías grandes, hay una gran concentración de años, entorno al 10% anual y a medida que nos alejamos de este rendimiento anual, el número de años se va reduciendo paulatinamente. Como cualquier distribución normal, las frecuencias tendrían apariencia de montículo y simétrico o lo que es lo mismo en forma de campana. Aquí la estadística es nuestra aliada, y nos ofrece una base de datos amplia para valorar si estamos en un escenario probable o improbable. Cuando asistimos durante unos años a rendimientos que se concentran en los extremos debemos tener en mente que son frecuencias que se desvían ampliamente del promedio anual y que estos no durarán eternamente sino que más tarde o más temprano el mercado corregirá esos excesos volviendo a las frecuencias más cercanas al valor promedio.