Hay, ha habido y habrá grandes genios en todo el mundo: escritores, músicos, bailarines, pintores… Tal vez te estés imaginando que son personas que no duermen, tienen exceso de cafeína y se pasan el día entero trabajando. Pues no, en general, no son así la mayoría de los casos. Sí es cierto que se esfuerzan y trabajan, pero también duermen y tienen una vida además del trabajo como tú y como yo.
Eso sí, cada uno con sus manías y sus cosas. Algunos ejemplos:
Thomas Wolfe, descubrió una noche su infalible método creativo: en una hora poco inspirada Wolfe se dio por vencido y se quitó la ropa para acostarse. Entonces, desnudo frente a la ventana descubrió que su cansancio se había evaporado de repente. Se sentía fresco y con ganas de escribir de nuevo. Regresó a la mesa y escribió hasta el amanecer “con asombrosa rapidez, facilidad y seguridad”. Intentando descifrar qué había provocado aquel cambio súbito se dio cuenta de que, frente a la ventana, había estado acariciándose inconscientemente los genitales y que aquello inducía una tan “agradable sensación masculina” que había avivado sus energías creativas. Desde entonces, Wolfe utilizó regularmente este método para inspirar sus sesiones de escritura.
Stephen King trabaja todos los días del año, incluidos festivos, a partir de las ocho de la mañana, y no se permite levantarse hasta haber producido 2.000 palabras.
Isaac Asimov interiorizó de tal modo el horario de trabajo en la tienda de caramelos de su padre, que trabajó toda su vida de seis de la mañana hasta la una de la madrugada del día siguiente.
Charles Dickens necesitaba un silencio absoluto para escribir y su estudio tenía que estar escrupulosamente organizado, con el escritorio frente a la ventana y, sobre él, sus plumas de ganso y tinta azul junto a un jarroncito de flores frescas, un abrecartas, una bandejita con un conejo encima y dos estatuillas de bronce.
Immanuel Kant no salió jamás de su ciudad natal, donde impartió el mismo curso en la universidad durante 40 años. Su criado le levantaba a las cinco de la madrugada. Almorzaba siempre a la misma hora y a las tres y media daba su famoso paseo. Se iba a la cama exactamente a las diez
Thomas Mann tenían prohibido hacer ruido entre las nueve de la mañana y mediodía; el novelista alemán escribía sólo en ese lapso y todo lo que llegara después debía esperar al día siguiente. Para evitar interrupciones, se aseguraba de que todas las habitaciones contiguas a su estudio estuvieran cerradas con llave antes de sentarse a escribir.
Glenn Gould se pasaba el día encerrado en su casa de Toronto; aseguraba no practicar al piano más que una hora diaria, y el resto del tiempo lo dedicaba a leer, hacer interminables listas de tareas pendientes, estudiar partituras y llamar por teléfono a diestro y siniestro, lo que le suponía facturas de cuatro dígitos.
Agatha Christie escribía en cualquier sitio, lo mismo le daba la encimera de mármol del lavabo que la mesa del comedor.
Louis Armstrong fumaba abiertamente marihuana durante sus giras interminables.
Truman Capote admitía que no podía pensar sin un cigarrillo entre los dedos y algo de beber.
Kafka relataba que no podía sentarse a escribir hasta las once y media de la noche; continuaba, en función de sus «fuerzas, inclinación y suerte», hasta las dos o las tres de la madrugada, alguna vez incluso hasta las seis. A la mañana siguiente, en la oficina, estaba tan agotado que apenas podía ponerse a trabajar y soñaba con acurrucarse a dormir en un carrito «con forma de ataúd» que usaban para transportar documentos.
¿Tienes alguna rutina que te haga ser un gran genio?