25.10.2010 - Financial Times
El año pasado, los líderes del Grupo de los 20 (G-20) se las ingeniaron para tirar todos para el mismo lado.Cuando falta algo menos de tres semanas para la cumbre de Seúl, sus miembros están decididos a hacer lo contrario. Los ataques de Estados Unidos a China porque su moneda no está lo bastante devaluado se vuelven más estridentes. Beijing, a su vez, acusa a EE.UU. de inundar el mundo de liquidez. La mayoría de los otros países, atrapados en el fuego cruzado, le echan la culpa a ambos; y los representantes de Brasil ni siquiera participaron de la reunión de ministros de Finanzas de este fin de semana.
En un intento por arrojar aceite sobre aguas turbulentas —aunque tal vez haya sido como agregar nafta al fuego—, Tim Geithner, el secretario del Tesoro de EE.UU., le ha escrito a otros ministros de Finanzas del G-20 proponiendo ampliar el foco más allá de los tipos de cambio. Los países del G-20, dice en su carta, deberían comprometerse a mantener sus déficits o sus superávits de cuenta corriente dentro de un límite que sea un porcentaje del producto nacional.
Reorientar la discusión hacia el tema de la cuenta corriente es sensato, ya que está en el centro de los desequilibrios globales; los tipos de cambio son simplemente instrumentos para influenciarlos, y están lejos de ser los únicos. Las metas en materia de cuenta corriente dejarían abierta la cuestión de cómo achicar los excesos: a través de ajustes en el tipo de cambio nominal o real, o por medio de otras políticas que afecten los déficits o los excedentes del sector público o el privado.
La propuesta podría ser políticamente fructífera, además de sólida desde el punto de vista económico. En el mejor de los casos, alentaría a China a reequilibrar con métodos que le resulten más aceptables que una concesión muy visible en términos del yuan, como la de permitir que suba la inflación o se fortalezca la capacidad de gasto de los hogares. (Aunque Geithner deja en claro que también se necesitan ajustes en el tipo de cambio).
El secretario del Tesoro prevé excepciones para los “exportadores de materias primas estructuralmente grandes”. Y tiene razón. En 1977 Noruega tuvo un déficit de 14% del producto ya que absorbió capital para desarrollar sus yacimientos petroleros del Mar del Norte. Hoy tiene un superávit de 16%. Estos desequilibrios no son distorsiones sino el resultado natural de necesidades de inversión y ahorro que varían según el tiempo y el lugar.
Nadie debería hacerse la ilusión de que el G-20 —un grupo que, según dijo el primer ministro de la India, Manmohan Singh, está en “serias dificultades”— logrará avanzar sobre este tema. Sin embargo, uno tiene derecho a preguntarse para qué está el G-20, si no es para eso. Además, la carta de Geithner muestra que, con el tiempo, la gente acepta las buenas ideas. Los límites de cuenta corriente fueron propuestos por John Maynard Keynes en Bretton Woods, en 1944, y los estadounidenses los rechazaron.
El año pasado, los líderes del Grupo de los 20 (G-20) se las ingeniaron para tirar todos para el mismo lado.Cuando falta algo menos de tres semanas para la cumbre de Seúl, sus miembros están decididos a hacer lo contrario. Los ataques de Estados Unidos a China porque su moneda no está lo bastante devaluado se vuelven más estridentes. Beijing, a su vez, acusa a EE.UU. de inundar el mundo de liquidez. La mayoría de los otros países, atrapados en el fuego cruzado, le echan la culpa a ambos; y los representantes de Brasil ni siquiera participaron de la reunión de ministros de Finanzas de este fin de semana.
En un intento por arrojar aceite sobre aguas turbulentas —aunque tal vez haya sido como agregar nafta al fuego—, Tim Geithner, el secretario del Tesoro de EE.UU., le ha escrito a otros ministros de Finanzas del G-20 proponiendo ampliar el foco más allá de los tipos de cambio. Los países del G-20, dice en su carta, deberían comprometerse a mantener sus déficits o sus superávits de cuenta corriente dentro de un límite que sea un porcentaje del producto nacional.
Reorientar la discusión hacia el tema de la cuenta corriente es sensato, ya que está en el centro de los desequilibrios globales; los tipos de cambio son simplemente instrumentos para influenciarlos, y están lejos de ser los únicos. Las metas en materia de cuenta corriente dejarían abierta la cuestión de cómo achicar los excesos: a través de ajustes en el tipo de cambio nominal o real, o por medio de otras políticas que afecten los déficits o los excedentes del sector público o el privado.
La propuesta podría ser políticamente fructífera, además de sólida desde el punto de vista económico. En el mejor de los casos, alentaría a China a reequilibrar con métodos que le resulten más aceptables que una concesión muy visible en términos del yuan, como la de permitir que suba la inflación o se fortalezca la capacidad de gasto de los hogares. (Aunque Geithner deja en claro que también se necesitan ajustes en el tipo de cambio).
El secretario del Tesoro prevé excepciones para los “exportadores de materias primas estructuralmente grandes”. Y tiene razón. En 1977 Noruega tuvo un déficit de 14% del producto ya que absorbió capital para desarrollar sus yacimientos petroleros del Mar del Norte. Hoy tiene un superávit de 16%. Estos desequilibrios no son distorsiones sino el resultado natural de necesidades de inversión y ahorro que varían según el tiempo y el lugar.
Nadie debería hacerse la ilusión de que el G-20 —un grupo que, según dijo el primer ministro de la India, Manmohan Singh, está en “serias dificultades”— logrará avanzar sobre este tema. Sin embargo, uno tiene derecho a preguntarse para qué está el G-20, si no es para eso. Además, la carta de Geithner muestra que, con el tiempo, la gente acepta las buenas ideas. Los límites de cuenta corriente fueron propuestos por John Maynard Keynes en Bretton Woods, en 1944, y los estadounidenses los rechazaron.