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Si bien el momento preciso en que se produce una crisis es imposible de predecir, cualquiera que se tomó el tiempo de interpretar una década de deuda creciente, bajo nivel de ahorros, precios de activos en alza y un exceso de consumo está en condiciones de detectar las abundantes señales de riesgo, distorsiones, problemas estructurales y desequilibrios en aumento. Estados Unidos estuvo transitando un sendero de crecimiento insostenible durante por lo menos una década –probablemente más- antes de la crisis.
Restablecer el equilibrio y eliminar las distorsiones demandará tiempo, inversión y un cambio estructural, y debería ser el foco central de la política económica de Estados Unidos. El sector de los hogares es especialmente importante. Si el principal problema hubiera estado confinado a un apalancamiento y una toma de riesgo excesivos dentro del sector financiero, el shock económico habría sido importante, pero la recuperación más rápida. Fue la enorme pérdida de valor neto de los hogares lo que derrumbó la economía real (con ayuda de la restricción crediticia a las empresas más pequeñas).
Seamos claros: los ahorros elevados y un consumo reducido en relación a los niveles previos a la crisis probablemente sean permanentes incluso después de que los hogares reduzcan el apalancamiento y restablezcan los ahorros de retiro –un proceso que en Estados Unidos ha retirado aproximadamente 1 billón de dólares del lado de la demanda de la economía-. Para compensar la diferencia, los norteamericanos necesitan competir de manera efectiva por una porción de la demanda global.
¿Esto significa que Estados Unidos está encaminado hacia un “nuevo normal” en lugar de una vuelta a las condiciones previas a la crisis? Así es. Para ser franco, los norteamericanos vivieron más allá de sus posibilidades durante mucho tiempo. Dado que el endeudamiento extranjero financiaba un déficit comercial enorme, la economía estadounidense en general gastó más de lo que ganó, lo que causó y a la vez ocultó problemas estructurales.
De manera que el principal desafío post-crisis es no regresar al viejo normal, que no era sustentable, ni recuperarse de una profunda recesión de balance, sino más bien hacer una transición estructural del antiguo anormal a un nuevo normal que sea sustentable.
Esto no significa que la recuperación de los balances de los hogares pueda ignorarse en el período post-crisis. La Reserva Federal de Estados Unidos tuvo que realizar una prueba de malabarismo difícil: sin ninguna señal de inflación en el horizonte –y al menos cierto riesgo de deflación- mantuvo las tasas de interés bajas a pesar de que las condiciones crediticias mejoraron. Contrariamente a la mayoría de los comentarios, esta no es una estrategia de crecimiento, sino más bien un intento por limitar el riesgo considerable de otro revés importante, inducido por un mayor deterioro de los balances en el sector de la vivienda.
Es verdad, las tasas de interés bajas, junto con una segunda ronda de alivio cuantitativo, están causando distorsiones globales considerables, ya que los fondos fluyen hacia los mercados emergentes de rápido crecimiento, alimentando una presión inflacionaria y burbujas de activos. Pero, dada la fragilidad del mercado inmobiliario de Estados Unidos, elevar las tasas de interés podría hacer que los precios cayeran en picada, hundiendo nuevamente a la economía. A pesar de sus quejas, no resulta claro que las economías emergentes prefieran otra caída profunda de Estados Unidos a la actual inundación de flujos de capital que deben gestionar.
Como están las cosas, un consumo deficiente y un desempleo tercamente alto probablemente convivan con los norteamericanos durante algún tiempo. Pero no es éste el futuro que se le vendió a la población y, hasta hace poco, los mercados financieros actuaban como si la recuperación estuviera al alcance de la mano y fuera relativamente rápida. El rebote del gato muerto proverbial –cuando la caída libre se frena y los inventarios se agotan, causando que la producción repunte levemente- se malinterpretó como prueba de recuperación en forma de V: marcadamente hacia abajo y marcadamente hacia arriba otra vez.
A pesar de la impresión creada, particularmente en Estados Unidos, por los cometarios de los medios y el debate político, el estímulo fiscal claramente ayudó en la crisis, aunque su impacto esté disminuyendo rápidamente. Estudios recientes del Fondo Monetario Internacional indican que en la mayoría de los países avanzados, entre ellos Estados Unidos, el crecimiento de los déficits presupuestarios fue en gran medida automático, y se debió mucho más a ingresos tributarios en baja y a crecientes gastos en beneficios de desempleo que al gasto en estímulo.
El momento apropiado para una reducción fiscal es, por cierto, difícil de decidir. Por un lado está la preocupación sobre otra caída y deflación. Por otro lado está el riesgo de deuda excesiva, inestabilidad monetaria y –donde el desempleo es estructural- dudas sobre los beneficios de un estímulo adicional.
En rigor de verdad, los países avanzados, entre ellos Estados Unidos, se han cavado un hoyo profundo. Todavía no es un hoyo como el que se encuentra en Grecia, donde restablecer el equilibrio fiscal y reanimar el crecimiento económico probablemente resulte imposible sin una reestructuración de la deuda pública. Pero el descenso será difícil y doloroso. En esta etapa, el mejor curso sería adoptar un plan creíble de varios años, basado en presunciones de crecimiento razonables pero conservadoras, para reducir los déficits a niveles sustentables y limitar la acumulación de deuda pública.
Con un nuevo Congreso más hostil, y con la llegada inminente de miembros de un nuevo equipo económico, el desafío de Obama es construir un consenso alrededor de una estrategia de recuperación de mediano y largo plazo, con un foco en restablecer el crecimiento y el empleo. Los limitados recursos fiscales que están disponibles deberían estar destinados a áreas que afectan la competitividad en el sector comercializable. Esto significa renunciar a algunos servicios gubernamentales.
La verdad es que todo el crecimiento del empleo neto en la economía de Estados Unidos en los últimos 20 años ha sido en el sector no comercializable, donde los norteamericanos no tienen que competir. Los principales impulsores del crecimiento del empleo fueron el gobierno, la atención médica y, hasta la crisis, la construcción.
Si bien ésta es sólo una parte de una historia mucho más compleja, parece improbable que estos y otros sectores no comercializables puedan respaldar el crecimiento del empleo en el futuro. Con el sector comercializable neutralizado y los sectores no comercializables al tope, la economía carece de motores de crecimiento suficientemente poderosos.
Esto se debe enmendar, cosa que requiere que la competitividad se vuelva el eje central de la política económica estadounidense de más largo plazo –cuanto antes, mejor.
Michael Spence es profesor de Economía en la Stern School of Business, Universidad de Nueva York, y miembro sénior de la Hoover Institution, Universidad de Stanford.
Restablecer el equilibrio y eliminar las distorsiones demandará tiempo, inversión y un cambio estructural, y debería ser el foco central de la política económica de Estados Unidos. El sector de los hogares es especialmente importante. Si el principal problema hubiera estado confinado a un apalancamiento y una toma de riesgo excesivos dentro del sector financiero, el shock económico habría sido importante, pero la recuperación más rápida. Fue la enorme pérdida de valor neto de los hogares lo que derrumbó la economía real (con ayuda de la restricción crediticia a las empresas más pequeñas).
Seamos claros: los ahorros elevados y un consumo reducido en relación a los niveles previos a la crisis probablemente sean permanentes incluso después de que los hogares reduzcan el apalancamiento y restablezcan los ahorros de retiro –un proceso que en Estados Unidos ha retirado aproximadamente 1 billón de dólares del lado de la demanda de la economía-. Para compensar la diferencia, los norteamericanos necesitan competir de manera efectiva por una porción de la demanda global.
¿Esto significa que Estados Unidos está encaminado hacia un “nuevo normal” en lugar de una vuelta a las condiciones previas a la crisis? Así es. Para ser franco, los norteamericanos vivieron más allá de sus posibilidades durante mucho tiempo. Dado que el endeudamiento extranjero financiaba un déficit comercial enorme, la economía estadounidense en general gastó más de lo que ganó, lo que causó y a la vez ocultó problemas estructurales.
De manera que el principal desafío post-crisis es no regresar al viejo normal, que no era sustentable, ni recuperarse de una profunda recesión de balance, sino más bien hacer una transición estructural del antiguo anormal a un nuevo normal que sea sustentable.
Esto no significa que la recuperación de los balances de los hogares pueda ignorarse en el período post-crisis. La Reserva Federal de Estados Unidos tuvo que realizar una prueba de malabarismo difícil: sin ninguna señal de inflación en el horizonte –y al menos cierto riesgo de deflación- mantuvo las tasas de interés bajas a pesar de que las condiciones crediticias mejoraron. Contrariamente a la mayoría de los comentarios, esta no es una estrategia de crecimiento, sino más bien un intento por limitar el riesgo considerable de otro revés importante, inducido por un mayor deterioro de los balances en el sector de la vivienda.
Es verdad, las tasas de interés bajas, junto con una segunda ronda de alivio cuantitativo, están causando distorsiones globales considerables, ya que los fondos fluyen hacia los mercados emergentes de rápido crecimiento, alimentando una presión inflacionaria y burbujas de activos. Pero, dada la fragilidad del mercado inmobiliario de Estados Unidos, elevar las tasas de interés podría hacer que los precios cayeran en picada, hundiendo nuevamente a la economía. A pesar de sus quejas, no resulta claro que las economías emergentes prefieran otra caída profunda de Estados Unidos a la actual inundación de flujos de capital que deben gestionar.
Como están las cosas, un consumo deficiente y un desempleo tercamente alto probablemente convivan con los norteamericanos durante algún tiempo. Pero no es éste el futuro que se le vendió a la población y, hasta hace poco, los mercados financieros actuaban como si la recuperación estuviera al alcance de la mano y fuera relativamente rápida. El rebote del gato muerto proverbial –cuando la caída libre se frena y los inventarios se agotan, causando que la producción repunte levemente- se malinterpretó como prueba de recuperación en forma de V: marcadamente hacia abajo y marcadamente hacia arriba otra vez.
A pesar de la impresión creada, particularmente en Estados Unidos, por los cometarios de los medios y el debate político, el estímulo fiscal claramente ayudó en la crisis, aunque su impacto esté disminuyendo rápidamente. Estudios recientes del Fondo Monetario Internacional indican que en la mayoría de los países avanzados, entre ellos Estados Unidos, el crecimiento de los déficits presupuestarios fue en gran medida automático, y se debió mucho más a ingresos tributarios en baja y a crecientes gastos en beneficios de desempleo que al gasto en estímulo.
El momento apropiado para una reducción fiscal es, por cierto, difícil de decidir. Por un lado está la preocupación sobre otra caída y deflación. Por otro lado está el riesgo de deuda excesiva, inestabilidad monetaria y –donde el desempleo es estructural- dudas sobre los beneficios de un estímulo adicional.
En rigor de verdad, los países avanzados, entre ellos Estados Unidos, se han cavado un hoyo profundo. Todavía no es un hoyo como el que se encuentra en Grecia, donde restablecer el equilibrio fiscal y reanimar el crecimiento económico probablemente resulte imposible sin una reestructuración de la deuda pública. Pero el descenso será difícil y doloroso. En esta etapa, el mejor curso sería adoptar un plan creíble de varios años, basado en presunciones de crecimiento razonables pero conservadoras, para reducir los déficits a niveles sustentables y limitar la acumulación de deuda pública.
Con un nuevo Congreso más hostil, y con la llegada inminente de miembros de un nuevo equipo económico, el desafío de Obama es construir un consenso alrededor de una estrategia de recuperación de mediano y largo plazo, con un foco en restablecer el crecimiento y el empleo. Los limitados recursos fiscales que están disponibles deberían estar destinados a áreas que afectan la competitividad en el sector comercializable. Esto significa renunciar a algunos servicios gubernamentales.
La verdad es que todo el crecimiento del empleo neto en la economía de Estados Unidos en los últimos 20 años ha sido en el sector no comercializable, donde los norteamericanos no tienen que competir. Los principales impulsores del crecimiento del empleo fueron el gobierno, la atención médica y, hasta la crisis, la construcción.
Si bien ésta es sólo una parte de una historia mucho más compleja, parece improbable que estos y otros sectores no comercializables puedan respaldar el crecimiento del empleo en el futuro. Con el sector comercializable neutralizado y los sectores no comercializables al tope, la economía carece de motores de crecimiento suficientemente poderosos.
Esto se debe enmendar, cosa que requiere que la competitividad se vuelva el eje central de la política económica estadounidense de más largo plazo –cuanto antes, mejor.
Michael Spence es profesor de Economía en la Stern School of Business, Universidad de Nueva York, y miembro sénior de la Hoover Institution, Universidad de Stanford.