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Cada día, en el mundo se consumen aproximadamente 84 millones de barriles de petróleo (un barril equivale a unos 160 litros). Y la demanda no cesa de crecer. Según el World Energy Outlook presentado esta semana por la Agencia Internacional de la Energía (AIE), lo hará a un ritmo superior al uno por ciento anual hasta el año 2035 (la agencia ofrece previsiones a 25 años), lo que significa que al final del periodo la cifra se habrá elevado hasta los 99 millones de barriles diarios. Sin embargo, los descubrimientos no marchan al mismo ritmo; ni mucho menos. Actualmente, por cada barril nuevo que se encuentra se consumen cinco. La AIE calcula para 2035 un precio medio del barril de 113 dólares, frente a la media de 60 dólares del año pasado.
Los años dorados del petróleo se vivieron en la década de los sesenta, cuando se descubría el equivalente a unos 50.000 millones de barriles anuales. Esa tasa se ha rebajado en la actualidad hasta los 7.000 millones, con el inconveniente de que el que se descubre es de peor calidad y en yacimientos más complejos -caros- de explotar.
Hay quienes afirman que no hay problemas con las reservas y que si no hay más producción es para jugar con los precios. Otros, por el contrario, llevan tiempo hablando del peak oil o pico del petróleo, que es el momento de máxima producción mundial, a partir del cual empezaría a decaer. Toma su nombre de la teoría del pico de Hubbert, un geofísico que predijo correctamente este momento de la producción estadounidense, con casi quince años de antelación: lo anunció en 1956 y llegó en 1970. Los más optimistas sitúan ese momento en torno a 2020. Otros, más conservadores, lo acercan incluso a este año. Entre estos últimos se encuentra la Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo y del Gas (ASPO por sus siglas en inglés), una red formada por instituciones y científicos procedentes de diversos países.
Lo que nadie pone en duda es que es un producto finito, esencial para el desarrollo económico, cuya producción se concentra en manos de muy pocos. Sigue siendo, con diferencia, el combustible dominante, aunque su participación va cayendo a medida que los precios (el barril de brent está en torno a los 87 dólares) y las medidas gubernamentales para promover la eficiencia y la búsqueda de alternativas propician el abandono del crudo en sectores industriales y la generación de electricidad.
Mientras ese peak oil llega, los países mueven ficha para asegurarse el suministro. Aunque no todos al mismo ritmo ni con idénticas políticas. Es el caso de la Unión Europea, por ejemplo, donde se llevan años hablando de la oportunidad -otros hablan de imperiosa necesidad- de articular una estrategia común que, entre otras cosas, haga valer el potencial comprador de sus veintisiete socios, en su mayoria fuertemente dependientes de las importaciones de crudo... pero nada parecido acaba de llegar.
En todo caso, cualquier pronóstico es difícil, amén de incierto, por cuanto que las reservas reales son una especie de arcano. La práctica totalidad de países productores, comenzando por los integrados en el principal cartel -Opep-, consideran el dato materia reservada. En Arabia Saudí, por ejemplo, su divulgación es castigada con la pena capital. Lo que sí se sabe, con más o menos certeza, es que el 60 por 100 del petróleo actualmente extraído procede de instalaciones con más de 35 años de explotación intensiva. También que los nuevos yacimientos aparecen con cuentagotas. De ahí, la preocupación.
Los años dorados del petróleo se vivieron en la década de los sesenta, cuando se descubría el equivalente a unos 50.000 millones de barriles anuales. Esa tasa se ha rebajado en la actualidad hasta los 7.000 millones, con el inconveniente de que el que se descubre es de peor calidad y en yacimientos más complejos -caros- de explotar.
Hay quienes afirman que no hay problemas con las reservas y que si no hay más producción es para jugar con los precios. Otros, por el contrario, llevan tiempo hablando del peak oil o pico del petróleo, que es el momento de máxima producción mundial, a partir del cual empezaría a decaer. Toma su nombre de la teoría del pico de Hubbert, un geofísico que predijo correctamente este momento de la producción estadounidense, con casi quince años de antelación: lo anunció en 1956 y llegó en 1970. Los más optimistas sitúan ese momento en torno a 2020. Otros, más conservadores, lo acercan incluso a este año. Entre estos últimos se encuentra la Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo y del Gas (ASPO por sus siglas en inglés), una red formada por instituciones y científicos procedentes de diversos países.
Lo que nadie pone en duda es que es un producto finito, esencial para el desarrollo económico, cuya producción se concentra en manos de muy pocos. Sigue siendo, con diferencia, el combustible dominante, aunque su participación va cayendo a medida que los precios (el barril de brent está en torno a los 87 dólares) y las medidas gubernamentales para promover la eficiencia y la búsqueda de alternativas propician el abandono del crudo en sectores industriales y la generación de electricidad.
Mientras ese peak oil llega, los países mueven ficha para asegurarse el suministro. Aunque no todos al mismo ritmo ni con idénticas políticas. Es el caso de la Unión Europea, por ejemplo, donde se llevan años hablando de la oportunidad -otros hablan de imperiosa necesidad- de articular una estrategia común que, entre otras cosas, haga valer el potencial comprador de sus veintisiete socios, en su mayoria fuertemente dependientes de las importaciones de crudo... pero nada parecido acaba de llegar.
En todo caso, cualquier pronóstico es difícil, amén de incierto, por cuanto que las reservas reales son una especie de arcano. La práctica totalidad de países productores, comenzando por los integrados en el principal cartel -Opep-, consideran el dato materia reservada. En Arabia Saudí, por ejemplo, su divulgación es castigada con la pena capital. Lo que sí se sabe, con más o menos certeza, es que el 60 por 100 del petróleo actualmente extraído procede de instalaciones con más de 35 años de explotación intensiva. También que los nuevos yacimientos aparecen con cuentagotas. De ahí, la preocupación.