El BCE debe hacer algo más que controlar la inflación

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El 2 de mayo de 1998, los once países fundadores de lo que se conoce como eurozona, España entre ellos, aprobaron definitivamente el proyecto de Unión Monetaria Europea (UME), con su moneda única, que entraría en vigor el 1 de enero de 1999. Ese día, los bancos centrales nacionales de los estados miembros transfirieron sus competencias en materia de política monetaria al Banco Central Europeo (BCE). Esta institución supranacional fue creada con un objetivo prioritario: mantener la inflación anual por debajo, pero cerca, del 2 por 100.

Este principio se ha mantenido a rajatabla en sus casi doce años de vida (apenas quedan unos días para celebrar este aniversario): la tasa media anual de inflación en la zona del euro ha sido del 1,9 por 100 en noviembre. La rigidez a la hora de controlar los precios responde al mandato de cuidar de que el euro garantice el mantenimiento del poder adquisitivo de los ciudadanos de la zona euro. Sin embargo, la gran crisis ha demostrado que son necesarias muchas más acciones. La cuestión es cuáles y por parte de quién. Porque ahora, algunos de los países que le otorgaron esa misión quieren que se extralimite de sus competencias y practique una política monetaria más expansiva. Lo que haga falta con tal de evitar una escalada en los ataques a las deudas de los países periféricos.

Jean Claude Trichet, como presidente del BCE, se encuentra pues ante una complicada tesitura. Por un lado, no puede demostrar un ápice de debilidad que induzca a cuestionar la independencia de la institución frente a los gobiernos de los países de la eurozona. Por otro, con unos precios más que controlados, ¿debe quedarse de brazos cruzados mientras las dudas sobre las deudas públicas de varios países se extienden como la pólvora?

En una conferencia que ha pronunciado este 3 de diciembre ante el Club Euro Americano de Prensa en París, ha puesto negro sobre blanco su opinión: "Seamos claros. Las tensiones de la deuda soberana que vemos hoy en día tienen sus raíces en el incumplimiento de las normas de disciplina fiscal que los padres fundadores de la UEM acordaron en el Tratado de Maastricht". Y la ha reiterado: "Desde hace varios años, las políticas fiscales en muchos países europeos violan la letra y el espíritu del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. No se ha hecho nada por corregirlas. Es evidente que se ha cometido un error".

En su opinión, las políticas macroeconómicas no han sido estrictas y las presiones por parte de la Comisión Europea para que se enderezaran han sido, si no inexistentes, si demasiado ligeras, dos problemas que el presidente del BCE se ha ocupado de recordar como anteriores a la crisis y ésta simplemente los ha puesto en evidencia.

La UEM, como su nombre indica, se basa en dos pilares, económico y monetario. Trichet cree que flaquea demasiado por el lado económico. Y, lo que es peor, considera imprenscindible que los responsables políticos reconozcan que es preciso "reforzar considerablemente nuestro modelo económico", en particular el sistema de gobernanza pero que, a este respecto, las propuestas presentadas por la Comisión y por el grupo de trabajo del Consejo "no representan el paso decisivo para responder a las exigencias de la unión monetaria que hemos creado".

Por unas razones o por otras, cada vez se hace más evidente la necesidad de replantearse Maastricht, el pacto de estabilidad, las bases de la UEM, el euro... Al menos, reflexionar si tiene sentido y a qué precio. Mientras, Trichet seguirá hablando de inflación y apelando a la estabilidad fiscal por un lado y aplicando medidas no convencionales por otro.

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