droblo
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(el autor es profesor de Economía Política de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard)
Como las dificultades de Irlanda amenazan con extenderse a Portugal, España e incluso Italia, es tiempo de reconsiderar la viabilidad de la unión monetaria europea.
No es fácil decirlo porque no soy euroescéptico. A diferencia de otros, como mi colega de la Universidad de Harvard, Martin Feldstein, que argumenta que Europa no es una zona monetaria natural, pienso que esa unión está justificada en el contexto de un proyecto europeo más amplio que ha hecho hincapié –y aún lo hace- en la creación de instituciones políticas que van de la mano con la integración económica.
La mala suerte de Europa es que ha sido golpeada por la peor crisis financiera que haya habido desde los años treinta, cuando apenas está a medio camino de su proceso de integración. La eurozona estaba muy integrada como para que los efectos de contagio transfronterizos no causaran caos en las economías nacionales, pero no lo suficientemente integrada como para tener la capacidad institucional necesaria para gestionar la crisis.
Consideremos lo que pasa cuando bancos en Texas, Florida o en California toman malas decisiones de crédito que amenazan su supervivencia. Si los bancos son meramente ilíquidos, la Reserva Federal en Washington está lista para intervenir como institución de crédito de último recurso. Si se les considera insolventes pueden declararse en quiebra o las autoridades federales asumen el control mientras que el Organismo Federal de Garantía de los Depósitos Bancarios (FDIC por sus siglas en inglés) compensa a los depositantes.
De igual manera, en caso de quiebra, las leyes federales y los tribunales rápidamente fallan a favor de los acreedores y lo hacen sin consideración de las fronteras estatales. Independientemente del resultado, los gobiernos estatales no socializan la deuda privada (sino el gobierno federal, de ser el caso) y no pone en riesgo las finanzas públicas a nivel estatal.
A su vez, los gobiernos estatales no tienen poder legal para abrogar contratos de deuda frente a los acreedores fuera del estado y no tienen incentivos para hacerlo (dada la ayuda que obtienen del gobierno federal). Así, incluso en medio de una crisis financiera, los bancos y las empresas no financieras pueden continuar pidiendo créditos si sus hojas de balance son saludables y no están contaminadas por los “riesgos soberanos” de su gobierno estatal.
Mientras tanto, el gobierno federal compensa una buena parte de las caídas de los ingresos de los estados mediante transferencias o reducciones de impuestos. A los trabajadores que les está yendo mal de cualquier modo se pueden mover fácilmente a otros estados con un mejor desempeño sin preocuparse por las diferencias lingüísticas o el choque cultural. Casi todo esto sucede automáticamente sin negociaciones largas y contenciosas entre los gobernadores estatales y funcionarios federales, sin asistencia del FMI o sin poner en tela de juicio la existencia de los Estados Unidos como entidad política económica.
Entonces, el problema real en Europa no es que España o Irlanda se hayan endeudado demasiado o que mucha deuda española o irlandesa esté en las hojas de balance de bancos de otros lugares de Europa. Después de todo, ¿a quién le importa el déficit en la cuenta corriente de Florida –o quién siquiera sabe a cuánto asciende? No, el verdadero problema es que Europa no ha creado las instituciones a nivel de Unión Europea que un mercado financiero integrado necesita.
Esto refleja la ausencia de instituciones políticas adecuadas en el centro. La Unión Europea nos ha enseñado lecciones valiosas en las últimas décadas: primero, que la integración financiera requiere la eliminación de la volatilidad entre monedas nacionales; después, que acabar con los riesgos cambiarios exige eliminar las monedas nacionales por completo; y ahora, que la unión monetaria es imposible entre democracias si no hay una unión política.
Se debió haber previsto que la parte política de la ecuación llevaría tiempo para adaptarse. Es fácil culpar a los políticos europeos por falta de liderazgo. Sin embargo, no hay que subestimar la magnitud del proyecto que los gobiernos europeos emprendieron.
De hecho, el ejemplo análogo más cercano es la propia experiencia de los Estados Unidos en la creación de una República Federal. Como muestra está la larga lucha de ese país por los “derechos de sus estados” –y de hecho la propia Guerra Civil- construir una unión política a partir de entidades autogobernadas es un proceso difícil y lento.
Los Estados aprecian naturalmente su soberanía. Peor aún, la propia unión económica puede avivar la llama del nacionalismo y poner en riesgo la integración política. Pone mucha presión en las instituciones de cada país (por ejemplo la presión en los Estados de bienestar de Europa), alimenta el resentimiento contra los extranjeros (para muestra obsérvese los buenos resultados recientes que han tenido los partidos antiinmigrantes), y hace que las crisis desde el exterior tengan más oportunidades de desarrollarse y sean más costosas (como lo demuestra claramente la situación de ahora).
Desafortunadamente, tal vez ya sea demasiado tarde para la eurozona, Irlanda y los países del sur de Europa deben reducir la carga de su deuda y mejorar mucho la competitividad de sus economías. Es difícil imaginar cómo pueden alcanzar ambos objetivos y permanecer en la eurozona.
Los rescates de Grecia e Irlanda son sólo paliativos temporales: no sirven para reducir el endeudamiento y no han evitado el contagio. Además, la austeridad fiscal que prescriben retrasa la recuperación económica. La idea de que las reformas estructurales y del mercado laboral pueden dar lugar a un crecimiento rápido es únicamente un espejismo. Por ello, la necesidad de reestructurar la deuda es una realidad inevitable.
Aun si los alemanes y otros acreedores aceptan una reestructuración –no a partir de 2013, como ha pedido la canciller alemana Angela Merkel, sino desde ahora—existe el problema adicional de restablecer la competitividad. Este es un problema que comparten todos los países deficitarios, pero que se agudiza en el sur de Europa. Estar en la misma zona monetaria que Alemania condenará a estos países a años de deflación, desempleo elevado y trastornos políticos internos. A estas alturas, salir de la eurozona podría ser la única opción realista para una recuperación.
La fragmentación de la eurozona podría no significar su fin. Los países podrían volver a adherirse y hacerlo de manera creíble una vez que cumplan los requisitos fiscales, normativos y políticos. Por el momento, es probable que la eurozona haya llegado al punto en el que un divorcio en buenos términos es una mejor opción que años de deterioro económico y aspereza política.
Como las dificultades de Irlanda amenazan con extenderse a Portugal, España e incluso Italia, es tiempo de reconsiderar la viabilidad de la unión monetaria europea.
No es fácil decirlo porque no soy euroescéptico. A diferencia de otros, como mi colega de la Universidad de Harvard, Martin Feldstein, que argumenta que Europa no es una zona monetaria natural, pienso que esa unión está justificada en el contexto de un proyecto europeo más amplio que ha hecho hincapié –y aún lo hace- en la creación de instituciones políticas que van de la mano con la integración económica.
La mala suerte de Europa es que ha sido golpeada por la peor crisis financiera que haya habido desde los años treinta, cuando apenas está a medio camino de su proceso de integración. La eurozona estaba muy integrada como para que los efectos de contagio transfronterizos no causaran caos en las economías nacionales, pero no lo suficientemente integrada como para tener la capacidad institucional necesaria para gestionar la crisis.
Consideremos lo que pasa cuando bancos en Texas, Florida o en California toman malas decisiones de crédito que amenazan su supervivencia. Si los bancos son meramente ilíquidos, la Reserva Federal en Washington está lista para intervenir como institución de crédito de último recurso. Si se les considera insolventes pueden declararse en quiebra o las autoridades federales asumen el control mientras que el Organismo Federal de Garantía de los Depósitos Bancarios (FDIC por sus siglas en inglés) compensa a los depositantes.
De igual manera, en caso de quiebra, las leyes federales y los tribunales rápidamente fallan a favor de los acreedores y lo hacen sin consideración de las fronteras estatales. Independientemente del resultado, los gobiernos estatales no socializan la deuda privada (sino el gobierno federal, de ser el caso) y no pone en riesgo las finanzas públicas a nivel estatal.
A su vez, los gobiernos estatales no tienen poder legal para abrogar contratos de deuda frente a los acreedores fuera del estado y no tienen incentivos para hacerlo (dada la ayuda que obtienen del gobierno federal). Así, incluso en medio de una crisis financiera, los bancos y las empresas no financieras pueden continuar pidiendo créditos si sus hojas de balance son saludables y no están contaminadas por los “riesgos soberanos” de su gobierno estatal.
Mientras tanto, el gobierno federal compensa una buena parte de las caídas de los ingresos de los estados mediante transferencias o reducciones de impuestos. A los trabajadores que les está yendo mal de cualquier modo se pueden mover fácilmente a otros estados con un mejor desempeño sin preocuparse por las diferencias lingüísticas o el choque cultural. Casi todo esto sucede automáticamente sin negociaciones largas y contenciosas entre los gobernadores estatales y funcionarios federales, sin asistencia del FMI o sin poner en tela de juicio la existencia de los Estados Unidos como entidad política económica.
Entonces, el problema real en Europa no es que España o Irlanda se hayan endeudado demasiado o que mucha deuda española o irlandesa esté en las hojas de balance de bancos de otros lugares de Europa. Después de todo, ¿a quién le importa el déficit en la cuenta corriente de Florida –o quién siquiera sabe a cuánto asciende? No, el verdadero problema es que Europa no ha creado las instituciones a nivel de Unión Europea que un mercado financiero integrado necesita.
Esto refleja la ausencia de instituciones políticas adecuadas en el centro. La Unión Europea nos ha enseñado lecciones valiosas en las últimas décadas: primero, que la integración financiera requiere la eliminación de la volatilidad entre monedas nacionales; después, que acabar con los riesgos cambiarios exige eliminar las monedas nacionales por completo; y ahora, que la unión monetaria es imposible entre democracias si no hay una unión política.
Se debió haber previsto que la parte política de la ecuación llevaría tiempo para adaptarse. Es fácil culpar a los políticos europeos por falta de liderazgo. Sin embargo, no hay que subestimar la magnitud del proyecto que los gobiernos europeos emprendieron.
De hecho, el ejemplo análogo más cercano es la propia experiencia de los Estados Unidos en la creación de una República Federal. Como muestra está la larga lucha de ese país por los “derechos de sus estados” –y de hecho la propia Guerra Civil- construir una unión política a partir de entidades autogobernadas es un proceso difícil y lento.
Los Estados aprecian naturalmente su soberanía. Peor aún, la propia unión económica puede avivar la llama del nacionalismo y poner en riesgo la integración política. Pone mucha presión en las instituciones de cada país (por ejemplo la presión en los Estados de bienestar de Europa), alimenta el resentimiento contra los extranjeros (para muestra obsérvese los buenos resultados recientes que han tenido los partidos antiinmigrantes), y hace que las crisis desde el exterior tengan más oportunidades de desarrollarse y sean más costosas (como lo demuestra claramente la situación de ahora).
Desafortunadamente, tal vez ya sea demasiado tarde para la eurozona, Irlanda y los países del sur de Europa deben reducir la carga de su deuda y mejorar mucho la competitividad de sus economías. Es difícil imaginar cómo pueden alcanzar ambos objetivos y permanecer en la eurozona.
Los rescates de Grecia e Irlanda son sólo paliativos temporales: no sirven para reducir el endeudamiento y no han evitado el contagio. Además, la austeridad fiscal que prescriben retrasa la recuperación económica. La idea de que las reformas estructurales y del mercado laboral pueden dar lugar a un crecimiento rápido es únicamente un espejismo. Por ello, la necesidad de reestructurar la deuda es una realidad inevitable.
Aun si los alemanes y otros acreedores aceptan una reestructuración –no a partir de 2013, como ha pedido la canciller alemana Angela Merkel, sino desde ahora—existe el problema adicional de restablecer la competitividad. Este es un problema que comparten todos los países deficitarios, pero que se agudiza en el sur de Europa. Estar en la misma zona monetaria que Alemania condenará a estos países a años de deflación, desempleo elevado y trastornos políticos internos. A estas alturas, salir de la eurozona podría ser la única opción realista para una recuperación.
La fragmentación de la eurozona podría no significar su fin. Los países podrían volver a adherirse y hacerlo de manera creíble una vez que cumplan los requisitos fiscales, normativos y políticos. Por el momento, es probable que la eurozona haya llegado al punto en el que un divorcio en buenos términos es una mejor opción que años de deterioro económico y aspereza política.