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En septiembre, Catherine Ashton, la Alta Representante de la UE para Asuntos Exteriores, consiguió deshacer el punto muerto en las relaciones Servia-Kosovo al llevar a las dos partes a la mesa de negociación. El poder blando de la UE sigue tan visible como siempre.
Además, este mismo mes el muro de visados que ha rodeado esa región durante los dos últimos decenios ha caído por fin para todo el mundo (con la excepción de los albaneses de Kosovo). Es como si la crisis en el centro de la UE no hubiera llegado a su periferia balcánica. Así es al menos como la Comisión Europea quiere ver los Balcanes y como quiere esa región presentarse.
Pero la realidad es menos tranquilizadora. Una mirada más detenida revela que actualmente los Balcanes son una mezcla de los problemas económicos de estilo griego, la política de estilo Berlusconi y el entusiasmo de estilo turco por lo que se refiere a la voluntad de la UE de integrar a los países de esa región.
Para entender esa mezcla, imagínese un día de elecciones lluvioso en un país no nombrado y que casi las tres cuartas partes de las papeletas de voto queden en blanco. El Gobierno pide que se vuelvan a celebrar las elecciones, cuando brille el sol. El resultado es aterrador: la protesta aumenta y el 83 por ciento del electorado vota sin elegir a un candidato.
Ése es el argumento de la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, visión antiutópica de las democracias pospolíticas, en las que la población está irritada, la minoría gobernante es conspiratoria e insegura y la vida social está paralizada. También es una buena descripción de lo que piensan los ciudadanos de los Balcanes de sus nuevos sistemas políticos.
El “cualquier sitio” de Saramago es “todas las partes” de los Balcanes. Cuando en la última encuesta de Gallup Balkan Monitor se les pidió que dijeran en quién confiaban, la mayoría de los que respondieron expresaron fe en la Iglesia, en la UE y en las Naciones Unidas, pero se mostraban muy recelosos de las instituciones nacionales, incluidas las elegidas democráticamente.
Diez años después de la última guerra en la región, los Balcanes siguen comprendiendo un conjunto de protectorados frustrados y Estados débiles. Bosnia y Kosovo están atrapados en el laberinto de la política de semiindependencia; Albania, Montenegro y Macedonia son repúblicas pequeñas y claustrofóbicas con gobiernos populistas y disgregadores y fuerzas de oposición que están desanimadas y al mismo tiempo desaniman.
Servia ha perdido Kosovo, pero sigue sin encontrarse a sí misma, mientras que los croatas están divididos sobre la adhesión a la UE y una mayoría de ellos piensa votar en contra de ella. Servios y croatas siguen disintiendo sobre la historia, pero muchos están de acuerdo en que el pago de impuestos es un desperdicio de dinero y la mayoría en que ningún partido ni ningún político expresa sus opiniones.
La UE ha perdido su magia, pero aún no su importancia. Es cierto que, ante la disyuntiva de mantener el nombre constitucional de su país o llegar a una avenencia con Grecia para poder adherirse a la Unión, los macedonios no ceden. También los servios dicen que fingir que Kosovo forma parte de Servia es más importante que adherirse a la UE.
Pero una cosa son las declaraciones y otra, muy distinta, la realidad. Está claro que, para que los ciudadanos de esa región puedan abrigar una esperanza realista de una vida mejor y de estabilidad política, ha de estar relacionada con las perspectivas de su país con vistas a la adhesión a la UE y a eso se debe que los Balcanes sean tan importantes para entender la nueva situación en Europa. Los habitantes de esa región siguen creyendo en la UE, pero no están seguros de que la UE crea en sí misma.
Además, ya no saben cómo podrán crecer sus economías en la Europa posterior a la crisis. Anteriormente, había dos modelos para las economías pequeñas que intentaban incorporarse a la UE: el modelo irlandés de reformas radicales del mercado y el modelo griego de contabilidad creativa y absorción de fondos europeos. Ahora los dos modelos han descarrilado.
La mejor forma de entender las repercusiones de la crisis actual de la UE en los Balcanes es decir que se trata de una crisis de imaginación política. Hace tan sólo dos o tres años, los habitantes de dicha región estaban preocupados por vivir en las afueras de Europa; ahora están preocupados por la propia Europa. En otro tiempo, era popular decir a los macedonios que podían llegar a ser otra Bélgica. Ahora hemos de preguntarnos si los macedonios desearían ese resultado, dado el complicado y despilfarrador funcionamiento actual de Bélgica. De hecho, nadie puede asegurar que Bélgica no se desplomará en los diez o veinte próximos años.
¿Cómo se sostendrán las instituciones multiculturales de los Balcanes, creadas después de un decenio de guerra y nacionalismo ferviente, en un momento en que se oye a políticos europeos destacados decir que el multiculturalismo está muerto? ¿Cómo se pueden transformar los acuerdos establecidos para detener la guerra en una garantía eficaz para un futuro común que comprenda la adhesión a la UE?
Los europeos, centrados en sus propios problemas, no tienen tiempo para pensar en las repercusiones que tiene la crisis de la UE en los países de la periferia de Europa. Eso debe cambiar. La “nueva normalidad” de los Balcanes es en gran medida un reflejo de la de Europa.
Ivan Krastev es Presidente del Centro de Estrategias Liberales (Sofía), miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas (Viena) y Director Ejecutivo de la Comisión sobre los Balcanes.
Además, este mismo mes el muro de visados que ha rodeado esa región durante los dos últimos decenios ha caído por fin para todo el mundo (con la excepción de los albaneses de Kosovo). Es como si la crisis en el centro de la UE no hubiera llegado a su periferia balcánica. Así es al menos como la Comisión Europea quiere ver los Balcanes y como quiere esa región presentarse.
Pero la realidad es menos tranquilizadora. Una mirada más detenida revela que actualmente los Balcanes son una mezcla de los problemas económicos de estilo griego, la política de estilo Berlusconi y el entusiasmo de estilo turco por lo que se refiere a la voluntad de la UE de integrar a los países de esa región.
Para entender esa mezcla, imagínese un día de elecciones lluvioso en un país no nombrado y que casi las tres cuartas partes de las papeletas de voto queden en blanco. El Gobierno pide que se vuelvan a celebrar las elecciones, cuando brille el sol. El resultado es aterrador: la protesta aumenta y el 83 por ciento del electorado vota sin elegir a un candidato.
Ése es el argumento de la novela Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, visión antiutópica de las democracias pospolíticas, en las que la población está irritada, la minoría gobernante es conspiratoria e insegura y la vida social está paralizada. También es una buena descripción de lo que piensan los ciudadanos de los Balcanes de sus nuevos sistemas políticos.
El “cualquier sitio” de Saramago es “todas las partes” de los Balcanes. Cuando en la última encuesta de Gallup Balkan Monitor se les pidió que dijeran en quién confiaban, la mayoría de los que respondieron expresaron fe en la Iglesia, en la UE y en las Naciones Unidas, pero se mostraban muy recelosos de las instituciones nacionales, incluidas las elegidas democráticamente.
Diez años después de la última guerra en la región, los Balcanes siguen comprendiendo un conjunto de protectorados frustrados y Estados débiles. Bosnia y Kosovo están atrapados en el laberinto de la política de semiindependencia; Albania, Montenegro y Macedonia son repúblicas pequeñas y claustrofóbicas con gobiernos populistas y disgregadores y fuerzas de oposición que están desanimadas y al mismo tiempo desaniman.
Servia ha perdido Kosovo, pero sigue sin encontrarse a sí misma, mientras que los croatas están divididos sobre la adhesión a la UE y una mayoría de ellos piensa votar en contra de ella. Servios y croatas siguen disintiendo sobre la historia, pero muchos están de acuerdo en que el pago de impuestos es un desperdicio de dinero y la mayoría en que ningún partido ni ningún político expresa sus opiniones.
La UE ha perdido su magia, pero aún no su importancia. Es cierto que, ante la disyuntiva de mantener el nombre constitucional de su país o llegar a una avenencia con Grecia para poder adherirse a la Unión, los macedonios no ceden. También los servios dicen que fingir que Kosovo forma parte de Servia es más importante que adherirse a la UE.
Pero una cosa son las declaraciones y otra, muy distinta, la realidad. Está claro que, para que los ciudadanos de esa región puedan abrigar una esperanza realista de una vida mejor y de estabilidad política, ha de estar relacionada con las perspectivas de su país con vistas a la adhesión a la UE y a eso se debe que los Balcanes sean tan importantes para entender la nueva situación en Europa. Los habitantes de esa región siguen creyendo en la UE, pero no están seguros de que la UE crea en sí misma.
Además, ya no saben cómo podrán crecer sus economías en la Europa posterior a la crisis. Anteriormente, había dos modelos para las economías pequeñas que intentaban incorporarse a la UE: el modelo irlandés de reformas radicales del mercado y el modelo griego de contabilidad creativa y absorción de fondos europeos. Ahora los dos modelos han descarrilado.
La mejor forma de entender las repercusiones de la crisis actual de la UE en los Balcanes es decir que se trata de una crisis de imaginación política. Hace tan sólo dos o tres años, los habitantes de dicha región estaban preocupados por vivir en las afueras de Europa; ahora están preocupados por la propia Europa. En otro tiempo, era popular decir a los macedonios que podían llegar a ser otra Bélgica. Ahora hemos de preguntarnos si los macedonios desearían ese resultado, dado el complicado y despilfarrador funcionamiento actual de Bélgica. De hecho, nadie puede asegurar que Bélgica no se desplomará en los diez o veinte próximos años.
¿Cómo se sostendrán las instituciones multiculturales de los Balcanes, creadas después de un decenio de guerra y nacionalismo ferviente, en un momento en que se oye a políticos europeos destacados decir que el multiculturalismo está muerto? ¿Cómo se pueden transformar los acuerdos establecidos para detener la guerra en una garantía eficaz para un futuro común que comprenda la adhesión a la UE?
Los europeos, centrados en sus propios problemas, no tienen tiempo para pensar en las repercusiones que tiene la crisis de la UE en los países de la periferia de Europa. Eso debe cambiar. La “nueva normalidad” de los Balcanes es en gran medida un reflejo de la de Europa.
Ivan Krastev es Presidente del Centro de Estrategias Liberales (Sofía), miembro permanente del Instituto de Ciencias Humanas (Viena) y Director Ejecutivo de la Comisión sobre los Balcanes.