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En 2010, el conflicto económico entre Estados Unidos y China se tornó uno de los acontecimientos globales más preocupantes. Estados Unidos presionó a China para que revaluara el renminbi, mientras que China responsabiliza a la política de “alivio cuantitativo” de la Reserva Federal de Estados Unidos por la agitación de los mercados monetarios. Ambas partes mantienen un diálogo de sordos, aunque con algunos argumentos validos.
Los desequilibrios globales que estuvieron en la raíz de la crisis económica del 2008 no se corrigieron -de hecho, algunos hasta crecieron-. Estados Unidos sigue consumiendo más de lo que produce, lo que genera un déficit comercial crónico. El consumo se mantiene demasiado alto, en casi el 70% del PBI, comparado con un insosteniblemente bajo 35,6% del PBI en China. Los hogares están excesivamente endeudados y deberían ahorrar más.
La economía de Estados Unidos necesita una mayor productividad, pero las corporaciones estadounidenses, que están operando de manera muy rentable, están acumulando efectivo en lugar de invertirlo –y el alivio cuantitativo está destinado a prevenir la inflación-. En China, en cambio, es preciso frenar el préstamo bancario, pero los esfuerzos regulatorios se vieron afectados por un financiamiento fuera de balance y el desarrollo de un sector cuasibancario informal. La economía está dando señales de sobrecalentamiento.
Estos desequilibrios podrían reducirse si Estados Unidos usara un estímulo fiscal en lugar de monetario y si China permitiera que el renminbi se apreciara de manera disciplinada. Pero las políticas internas en ambos países se interponen en el camino.
En Estados Unidos, los republicanos, que ganaron las elecciones de mitad de mandato, estaban decididos a extender los recortes impositivos de Bush en su totalidad. Esto deja poco espacio para el estímulo fiscal, mientras que es más probable que el recorte impositivo se ahorre y no se invierta. Es por eso que la Fed tuvo que recurrir al alivio cuantitativo, a pesar de que tienda a estimular las burbujas de activos más que las inversiones productivas.
China interpreta el alivio cuantitativo como un plan para devaluar el dólar y forzar una revaluación del renminbi. Estados Unidos, a su vez, no logra entender por qué China se resiste tanto a permitir que el renminbi se aprecie, cuando esto serviría para desanimar las presiones inflacionarias.
Mantener un sistema monetario de dos niveles y una moneda subvaluada ha sido la clave para el éxito de China. Es mucho más eficiente que la tributación como un mecanismo para capturar una porción significativa de los pagos por las exportaciones chinas, que se acumulan como reservas de moneda y se pueden utilizar a discreción del gobierno central. Esto hizo que el gobierno central se volviera muy poderoso y atrajera a los mejores cerebros.
China preferiría mejorar el balance comercial removiendo las barreras comerciales en lugar de realizando un ajuste del tipo de cambio, porque es renuente a ejercer una presión adicional sobre sus industrias exportadoras y ansía ganar acceso a la tecnología estadounidense.
Estados Unidos mantiene restricciones a las exportaciones de alta tecnología a China debido a la falta de respeto que este país muestra por los derechos de propiedad intelectual. Estados Unidos prefiere precios más altos de las importaciones chinas para ayudar a aliviar las presiones deflacionarias –lo que también descartaría la necesidad de un alivio cuantitativo y eliminaría un motivo de queja por parte de China.
Como están las cosas actualmente, cada país implementa políticas que no ayudan al otro y son subóptimas para sus propias economías. La economía global en su totalidad se beneficiaría si ambas partes se escucharan mutuamente y coordinaran sus políticas económicas.
Pero está sucediendo todo lo contrario. El conflicto en la política económica se está propagando a la esfera geopolítica. Primero, China afirmó que tiene un “interés central” en el Mar del Sur de China y, efectivamente, reclama su “zona económica especial” de 200 millas en la región como aguas territoriales. La secretaria de Estado Hillary Clinton rebatió que Estados Unidos también tiene “intereses” en esta región, lo que lleva a los dos países a estar en desacuerdo sobre una región marítima vasta y críticamente importante en Asia.
Luego China se vio envuelta con Japón en una disputa sobre las islas Diaoyu o Senkaku. Pocos occidentales se dan cuenta de la seriedad con la que China se toma este asunto. Geológicamente, las islas están conectadas a Taiwán, y Japón cobró control sobre ellas al tomar posesión de Taiwán en 1895. Esto eleva estas rocas deshabitadas al mismo nivel de importancia que Taiwán o el Tíbet para la “doctrina única oficial de China”. China se fastidió profundamente cuando Estados Unidos respaldó la posición japonesa.
El rápido ascenso de China, y la igualmente rápida pérdida de poder e influencia de Estados Unidos, crearon una situación peligrosa. Con excepción de la transición pacífica del liderazgo mundial de Gran Bretaña a Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial, esos cambios de poder global siempre involucraron conflictos armados. El deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China es particularmente preocupante ya que tiene lugar en un contexto de desequilibrios globales y serias divisiones políticas internas, que llevan a ambos países a adoptar posiciones intransigentes.
Los desequilibrios globales podrían repararse, y los conflictos evitarse, sólo mediante una mayor cooperación internacional. Pero la política macroeconómica no es la única área que se beneficiaría con un mejor entendimiento entre los dos países.
Tomemos el caso de Afganistán. El país es rico en recursos minerales que China necesita, pero es Estados Unidos el que gasta 10.000 millones de dólares por mes en la ocupación de un país cuyo PBI anual asciende tan sólo a 15.000 millones de dólares. Como están las cosas, Estados Unidos probablemente reduzca su presencia antes que Afganistán se pacifique y los recursos minerales se desarrollen. Dado que China es el mercado obvio para estos minerales, tendría sentido que China alentara un compromiso continuo de parte de Estados Unidos haciendo un aporte significativo al costo de entrenar al ejército afgano.
China fue previsora cuando adoptó la doctrina del desarrollo armonioso, pero recientemente se alejó de ese precepto. Aparentemente, el ritmo del cambio fue demasiado rápido para que los líderes chinos se adaptaran a él. Al liderazgo le preocupa ocuparse de las necesidades de su propio pueblo, muchos de sus habitantes todavía viven en la pobreza. Pero China se convirtió en una gran potencia, con todas las obligaciones de mantener el orden mundial que esto conlleva, más allá de que el liderazgo lo reconozca o no.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó China en noviembre de 2009, reconoció el rápido crecimiento de China y ofreció una asociación para mantener y mejorar el orden mundial. Pero los líderes chinos rechazaron la oferta, con el argumento de que China es un país en desarrollo que apenas puede satisfacer las necesidades de su propia población.
Ese desacuerdo es desafortunado, porque la mejora de los niveles de vida chinos debería ir de la mano de la participación china en la construcción de un mejor orden mundial. Sólo si China le presta mayor atención a cómo la percibe y la acepta el resto del mundo puede seguir creciendo de una manera pacífica.
El liderazgo chino sabe que debe cumplir con las expectativas mínimas de su propio pueblo para mantener la paz y la estabilidad internas; ahora debe aprender a volverse aceptable para el resto del mundo en pos de preservar la paz y la estabilidad externas. Esto significa volverse una sociedad más abierta y desempeñar un papel más activo a la hora de mantener un orden mundial pacífico y estable.
China no debería considerar esto como una necesidad agobiante, sino como una inspiración para la grandeza. Los mejores períodos de la historia china fueron aquellos en los que el país estuvo más abierto tanto internamente como de cara al mundo exterior.
Por el contrario, en materia de poderío militar, China no estará a la altura de Estados Unidos por un tiempo. Si las tendencias actuales continúan, China probablemente dedique una proporción cada vez mayor de sus recursos al ejército a expensas de la población general, cuyas expectativas al liderazgo le resultará cada vez más difícil satisfacer.
En ese caso, la prosperidad de hoy probablemente resulte pasajera. Es factible que los vecinos preocupados busquen protección bajo las alas del águila estadounidense, reforzando el presupuesto militar de Estados Unidos, que ya está sobredimensionado. A menos que ambas partes hagan un esfuerzo deliberado para llegar a un mejor entendimiento, el mundo enfrenta tiempos turbulentos en el 2011 y después.
Los desequilibrios globales que estuvieron en la raíz de la crisis económica del 2008 no se corrigieron -de hecho, algunos hasta crecieron-. Estados Unidos sigue consumiendo más de lo que produce, lo que genera un déficit comercial crónico. El consumo se mantiene demasiado alto, en casi el 70% del PBI, comparado con un insosteniblemente bajo 35,6% del PBI en China. Los hogares están excesivamente endeudados y deberían ahorrar más.
La economía de Estados Unidos necesita una mayor productividad, pero las corporaciones estadounidenses, que están operando de manera muy rentable, están acumulando efectivo en lugar de invertirlo –y el alivio cuantitativo está destinado a prevenir la inflación-. En China, en cambio, es preciso frenar el préstamo bancario, pero los esfuerzos regulatorios se vieron afectados por un financiamiento fuera de balance y el desarrollo de un sector cuasibancario informal. La economía está dando señales de sobrecalentamiento.
Estos desequilibrios podrían reducirse si Estados Unidos usara un estímulo fiscal en lugar de monetario y si China permitiera que el renminbi se apreciara de manera disciplinada. Pero las políticas internas en ambos países se interponen en el camino.
En Estados Unidos, los republicanos, que ganaron las elecciones de mitad de mandato, estaban decididos a extender los recortes impositivos de Bush en su totalidad. Esto deja poco espacio para el estímulo fiscal, mientras que es más probable que el recorte impositivo se ahorre y no se invierta. Es por eso que la Fed tuvo que recurrir al alivio cuantitativo, a pesar de que tienda a estimular las burbujas de activos más que las inversiones productivas.
China interpreta el alivio cuantitativo como un plan para devaluar el dólar y forzar una revaluación del renminbi. Estados Unidos, a su vez, no logra entender por qué China se resiste tanto a permitir que el renminbi se aprecie, cuando esto serviría para desanimar las presiones inflacionarias.
Mantener un sistema monetario de dos niveles y una moneda subvaluada ha sido la clave para el éxito de China. Es mucho más eficiente que la tributación como un mecanismo para capturar una porción significativa de los pagos por las exportaciones chinas, que se acumulan como reservas de moneda y se pueden utilizar a discreción del gobierno central. Esto hizo que el gobierno central se volviera muy poderoso y atrajera a los mejores cerebros.
China preferiría mejorar el balance comercial removiendo las barreras comerciales en lugar de realizando un ajuste del tipo de cambio, porque es renuente a ejercer una presión adicional sobre sus industrias exportadoras y ansía ganar acceso a la tecnología estadounidense.
Estados Unidos mantiene restricciones a las exportaciones de alta tecnología a China debido a la falta de respeto que este país muestra por los derechos de propiedad intelectual. Estados Unidos prefiere precios más altos de las importaciones chinas para ayudar a aliviar las presiones deflacionarias –lo que también descartaría la necesidad de un alivio cuantitativo y eliminaría un motivo de queja por parte de China.
Como están las cosas actualmente, cada país implementa políticas que no ayudan al otro y son subóptimas para sus propias economías. La economía global en su totalidad se beneficiaría si ambas partes se escucharan mutuamente y coordinaran sus políticas económicas.
Pero está sucediendo todo lo contrario. El conflicto en la política económica se está propagando a la esfera geopolítica. Primero, China afirmó que tiene un “interés central” en el Mar del Sur de China y, efectivamente, reclama su “zona económica especial” de 200 millas en la región como aguas territoriales. La secretaria de Estado Hillary Clinton rebatió que Estados Unidos también tiene “intereses” en esta región, lo que lleva a los dos países a estar en desacuerdo sobre una región marítima vasta y críticamente importante en Asia.
Luego China se vio envuelta con Japón en una disputa sobre las islas Diaoyu o Senkaku. Pocos occidentales se dan cuenta de la seriedad con la que China se toma este asunto. Geológicamente, las islas están conectadas a Taiwán, y Japón cobró control sobre ellas al tomar posesión de Taiwán en 1895. Esto eleva estas rocas deshabitadas al mismo nivel de importancia que Taiwán o el Tíbet para la “doctrina única oficial de China”. China se fastidió profundamente cuando Estados Unidos respaldó la posición japonesa.
El rápido ascenso de China, y la igualmente rápida pérdida de poder e influencia de Estados Unidos, crearon una situación peligrosa. Con excepción de la transición pacífica del liderazgo mundial de Gran Bretaña a Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial, esos cambios de poder global siempre involucraron conflictos armados. El deterioro de las relaciones entre Estados Unidos y China es particularmente preocupante ya que tiene lugar en un contexto de desequilibrios globales y serias divisiones políticas internas, que llevan a ambos países a adoptar posiciones intransigentes.
Los desequilibrios globales podrían repararse, y los conflictos evitarse, sólo mediante una mayor cooperación internacional. Pero la política macroeconómica no es la única área que se beneficiaría con un mejor entendimiento entre los dos países.
Tomemos el caso de Afganistán. El país es rico en recursos minerales que China necesita, pero es Estados Unidos el que gasta 10.000 millones de dólares por mes en la ocupación de un país cuyo PBI anual asciende tan sólo a 15.000 millones de dólares. Como están las cosas, Estados Unidos probablemente reduzca su presencia antes que Afganistán se pacifique y los recursos minerales se desarrollen. Dado que China es el mercado obvio para estos minerales, tendría sentido que China alentara un compromiso continuo de parte de Estados Unidos haciendo un aporte significativo al costo de entrenar al ejército afgano.
China fue previsora cuando adoptó la doctrina del desarrollo armonioso, pero recientemente se alejó de ese precepto. Aparentemente, el ritmo del cambio fue demasiado rápido para que los líderes chinos se adaptaran a él. Al liderazgo le preocupa ocuparse de las necesidades de su propio pueblo, muchos de sus habitantes todavía viven en la pobreza. Pero China se convirtió en una gran potencia, con todas las obligaciones de mantener el orden mundial que esto conlleva, más allá de que el liderazgo lo reconozca o no.
Cuando el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, visitó China en noviembre de 2009, reconoció el rápido crecimiento de China y ofreció una asociación para mantener y mejorar el orden mundial. Pero los líderes chinos rechazaron la oferta, con el argumento de que China es un país en desarrollo que apenas puede satisfacer las necesidades de su propia población.
Ese desacuerdo es desafortunado, porque la mejora de los niveles de vida chinos debería ir de la mano de la participación china en la construcción de un mejor orden mundial. Sólo si China le presta mayor atención a cómo la percibe y la acepta el resto del mundo puede seguir creciendo de una manera pacífica.
El liderazgo chino sabe que debe cumplir con las expectativas mínimas de su propio pueblo para mantener la paz y la estabilidad internas; ahora debe aprender a volverse aceptable para el resto del mundo en pos de preservar la paz y la estabilidad externas. Esto significa volverse una sociedad más abierta y desempeñar un papel más activo a la hora de mantener un orden mundial pacífico y estable.
China no debería considerar esto como una necesidad agobiante, sino como una inspiración para la grandeza. Los mejores períodos de la historia china fueron aquellos en los que el país estuvo más abierto tanto internamente como de cara al mundo exterior.
Por el contrario, en materia de poderío militar, China no estará a la altura de Estados Unidos por un tiempo. Si las tendencias actuales continúan, China probablemente dedique una proporción cada vez mayor de sus recursos al ejército a expensas de la población general, cuyas expectativas al liderazgo le resultará cada vez más difícil satisfacer.
En ese caso, la prosperidad de hoy probablemente resulte pasajera. Es factible que los vecinos preocupados busquen protección bajo las alas del águila estadounidense, reforzando el presupuesto militar de Estados Unidos, que ya está sobredimensionado. A menos que ambas partes hagan un esfuerzo deliberado para llegar a un mejor entendimiento, el mundo enfrenta tiempos turbulentos en el 2011 y después.