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La economía es enteramente un asunto de demanda y oferta. Las dos están equilibradas y, si no, unas fuerzas potentes las impulsan para que lo estén, pero, en vista de los altos y persistentes niveles de desempleo ahora existentes en los Estados Unidos, es necesario preguntarse por la naturaleza real del problema: ¿es demasiado baja la demanda agregada o hay problemas con la oferta?
El gobierno del Presidente Barack Obama parece creer que se trata de un problema de demanda y ha aprobado una medida de estímulo tras otra, reduciendo los impuestos y aumentando las transferencias y el gasto gubernamental para impulsar el consumo y la inversión. La Reserva Federal tiene una idea similar, no sólo al mantener unos tipos de interés mínimos a corto plazo, sino también al lanzarse a una política arriesgada en relación con los tipos a largo plazo. Algunos economistas progresistas quieren algo más incluso.
¿Por qué no han dado resultado hasta ahora esas políticas para reducir el empleo, pese a que ya está en marcha la recuperación del crecimiento? El economista progresista dice que el estímulo ha dado resultado, al evitar una recesión mucho mas profunda –si no peor–, pero que han sido medidas demasiado tímidas para producir una recuperación sólida.
El economista conservador responde que, precisamente porque el Gobierno se ha tomado tanta libertad con el dinero de los contribuyentes, las familias, temerosas de los impuestos futuros, están esforzándose por aumentar sus ahorros. Además, el Gobierno, cada vez más activista, ha dejado preocupadas a las empresas por las futuras medidas tributarias y reglamentadoras, por lo que se muestran reacias a invertir.
Probablemente la verdad se encuentre a medio camino de las dos posiciones. El gasto gubernamental –en particular, en prestaciones por desempleo, ayuda a los estados y algunos proyectos de obras públicas– probablemente contribuyera a evitar una contracción mayor, pero los continuos números rojos preocupan a las familias, que también están intentando rehacer sus ahorros y reducir la deuda después de una orgía de gasto. La incertidumbre en materia de reglamentación infundida a sectores como, por ejemplo, el de la salud dificulta no sólo la adopción de decisiones de inversión a largo plazo, sino también las contrataciones a largo plazo por parte de las empresas.
No obstante, antes de apresurarnos a juzgar la política actual, debemos reconocer la tendencia a un aumento lento de los puestos de trabajo en las más recientes recuperaciones de los EE.UU. Desde 1960 hasta 1991, las recuperaciones de las recesiones en este país solieron ser rápidas. Desde el momento más profundo de la recesión, la economía tardó ocho meses, por término medio, en recuperar los puestos de trabajo perdidos. Las recuperaciones de las recesiones de 1991 y 2001 fueron muy diferentes. Por ejemplo, en 2001 la producción sólo tardó un trimestre en recuperarse, pero la de los puestos de trabajo tardó 38 meses.
Abundan las explicaciones. Algunos economistas sostienen que, a diferencia de las recesiones pasadas, en las que los trabajadores eran despedidos temporalmente por un sector industrial y volvían a ser contratados cuando se consolidaba la recuperación, en 1991 las pérdidas de puestos de trabajo fueron más permanentes. El aplazamiento por parte de las empresas de decisiones difíciles relativas al cierre de instalaciones inviables y despidos de trabajadores hasta la llegada de una recesión exacerbó la situación. A consecuencia de ello, los trabajadores desempleados tuvieron que buscar puestos de trabajo en otros sectores industriales, lo que requirió más tiempo y formación.
Otros indican que, gracias a la red Internet, a las empresas les resulta ahora más fácil contratar rápidamente. Así, pues, en lugar de apresurarse, como hacían en el pasado, ante la primera señal de recuperación por miedo a no poder hacerlo más adelante y perder ventas, hoy día las empresas prefieren asegurarse de que la recuperación está bien consolidada antes de contratar. Eso explica también el actual aumento de las contrataciones temporales.
Sea cual fuere la explicación correcta y como indica la historia de las recesiones recientes, no debe extrañarnos que la recuperación del empleo esté retrasándose. Sin embargo, hay un aspecto del problema que esta vez es diferente: los despidos en la construcción, que constituye otra causa más de del flojo aumento del empleo, además de una enseñanza positiva para la formulación de políticas.
En el último auge, los empleos en el sector de la construcción aumentaron en gran medida, con un crecimiento del 50 por ciento de la inversión inmobiliaria, como porcentaje del PIB, de 1997 a 2006. Como han mostrado mi colega Erik Hurst y sus coautores, los estados que tuvieron el mayor aumento de la construcción, como porcentaje del PIB, en el período 2000-2006 solieron ser los que en el período 2006-2009 tuvieron la mayor contracción en ese sector. Esos mismos estados solieron tener también el mayor aumento de la tasas de desempleo entre 2006 y 2009.
Los desempleados no son sólo trabajadores de la construcción, sino también de sectores subsidiarios, como, por ejemplo, agentes inmobiliarios y bancarios, además de los que trabajan en viviendas, como, por ejemplo, fontaneros y electricistas. Así, pues, las pérdidas de puestos de trabajo se extienden mucho más allá del sector de la construcción.
Resulta difícil de creer que un aumento de la demanda agregada vaya a impulsar suficientemente el mercado inmobiliario –cuyo auge se debió, conviene recordarlo, a la creencia en una constante apreciación de los precios que probablemente no abrigarán muchos ahora– para volver a brindar empleo a esos trabajadores. Hurst calcula que ese desempleo “estructural” puede representar hasta tres puntos porcentuales del empleo total. Dicho de otro modo, de no ser por la construcción, la tasa de desempleo en los EE.UU. ascendería al 6,5 por ciento, situación mucho más boyante que la actual.
Las autoridades deben recordar que el auge de la vivienda fue fomentado por una política monetaria relajada y encaminada a intensificar el aumento de los puestos de trabajo cuando los EE.UU. se recuperaron de la última recesión. De hecho, en la época en que se abandonaban los estudios para ocupar puestos de trabajo no especializado, muy abundantes en el sector de la construcción, las tasas de graduados de la enseñanza secundaria en Las Vegas se redujeron en gran medida. Ahora esos desempleados sin estudios padecen una tasa de desempleo tres veces mayor que los titulados universitarios, por lo que les va a resultar muy difícil volver a formar parte de la fuerza laboral.
La enseñanza que se desprende para las autoridades está clara: en lugar de intentar constantemente impulsar el gasto y crear posibles problemas para el futuro, una forma más sostenible de mejorar el aumento de los puestos de trabajo es la de facilitar el “readestramiento” de los desempleados, en particular los que habían tenído empleos relacionados con la construcción. Al final, la oferta de una fuerza laboral mejor creará una demanda más sólida y sostenible.
Raghuram Rajan es profesor de Finanzas en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago
El gobierno del Presidente Barack Obama parece creer que se trata de un problema de demanda y ha aprobado una medida de estímulo tras otra, reduciendo los impuestos y aumentando las transferencias y el gasto gubernamental para impulsar el consumo y la inversión. La Reserva Federal tiene una idea similar, no sólo al mantener unos tipos de interés mínimos a corto plazo, sino también al lanzarse a una política arriesgada en relación con los tipos a largo plazo. Algunos economistas progresistas quieren algo más incluso.
¿Por qué no han dado resultado hasta ahora esas políticas para reducir el empleo, pese a que ya está en marcha la recuperación del crecimiento? El economista progresista dice que el estímulo ha dado resultado, al evitar una recesión mucho mas profunda –si no peor–, pero que han sido medidas demasiado tímidas para producir una recuperación sólida.
El economista conservador responde que, precisamente porque el Gobierno se ha tomado tanta libertad con el dinero de los contribuyentes, las familias, temerosas de los impuestos futuros, están esforzándose por aumentar sus ahorros. Además, el Gobierno, cada vez más activista, ha dejado preocupadas a las empresas por las futuras medidas tributarias y reglamentadoras, por lo que se muestran reacias a invertir.
Probablemente la verdad se encuentre a medio camino de las dos posiciones. El gasto gubernamental –en particular, en prestaciones por desempleo, ayuda a los estados y algunos proyectos de obras públicas– probablemente contribuyera a evitar una contracción mayor, pero los continuos números rojos preocupan a las familias, que también están intentando rehacer sus ahorros y reducir la deuda después de una orgía de gasto. La incertidumbre en materia de reglamentación infundida a sectores como, por ejemplo, el de la salud dificulta no sólo la adopción de decisiones de inversión a largo plazo, sino también las contrataciones a largo plazo por parte de las empresas.
No obstante, antes de apresurarnos a juzgar la política actual, debemos reconocer la tendencia a un aumento lento de los puestos de trabajo en las más recientes recuperaciones de los EE.UU. Desde 1960 hasta 1991, las recuperaciones de las recesiones en este país solieron ser rápidas. Desde el momento más profundo de la recesión, la economía tardó ocho meses, por término medio, en recuperar los puestos de trabajo perdidos. Las recuperaciones de las recesiones de 1991 y 2001 fueron muy diferentes. Por ejemplo, en 2001 la producción sólo tardó un trimestre en recuperarse, pero la de los puestos de trabajo tardó 38 meses.
Abundan las explicaciones. Algunos economistas sostienen que, a diferencia de las recesiones pasadas, en las que los trabajadores eran despedidos temporalmente por un sector industrial y volvían a ser contratados cuando se consolidaba la recuperación, en 1991 las pérdidas de puestos de trabajo fueron más permanentes. El aplazamiento por parte de las empresas de decisiones difíciles relativas al cierre de instalaciones inviables y despidos de trabajadores hasta la llegada de una recesión exacerbó la situación. A consecuencia de ello, los trabajadores desempleados tuvieron que buscar puestos de trabajo en otros sectores industriales, lo que requirió más tiempo y formación.
Otros indican que, gracias a la red Internet, a las empresas les resulta ahora más fácil contratar rápidamente. Así, pues, en lugar de apresurarse, como hacían en el pasado, ante la primera señal de recuperación por miedo a no poder hacerlo más adelante y perder ventas, hoy día las empresas prefieren asegurarse de que la recuperación está bien consolidada antes de contratar. Eso explica también el actual aumento de las contrataciones temporales.
Sea cual fuere la explicación correcta y como indica la historia de las recesiones recientes, no debe extrañarnos que la recuperación del empleo esté retrasándose. Sin embargo, hay un aspecto del problema que esta vez es diferente: los despidos en la construcción, que constituye otra causa más de del flojo aumento del empleo, además de una enseñanza positiva para la formulación de políticas.
En el último auge, los empleos en el sector de la construcción aumentaron en gran medida, con un crecimiento del 50 por ciento de la inversión inmobiliaria, como porcentaje del PIB, de 1997 a 2006. Como han mostrado mi colega Erik Hurst y sus coautores, los estados que tuvieron el mayor aumento de la construcción, como porcentaje del PIB, en el período 2000-2006 solieron ser los que en el período 2006-2009 tuvieron la mayor contracción en ese sector. Esos mismos estados solieron tener también el mayor aumento de la tasas de desempleo entre 2006 y 2009.
Los desempleados no son sólo trabajadores de la construcción, sino también de sectores subsidiarios, como, por ejemplo, agentes inmobiliarios y bancarios, además de los que trabajan en viviendas, como, por ejemplo, fontaneros y electricistas. Así, pues, las pérdidas de puestos de trabajo se extienden mucho más allá del sector de la construcción.
Resulta difícil de creer que un aumento de la demanda agregada vaya a impulsar suficientemente el mercado inmobiliario –cuyo auge se debió, conviene recordarlo, a la creencia en una constante apreciación de los precios que probablemente no abrigarán muchos ahora– para volver a brindar empleo a esos trabajadores. Hurst calcula que ese desempleo “estructural” puede representar hasta tres puntos porcentuales del empleo total. Dicho de otro modo, de no ser por la construcción, la tasa de desempleo en los EE.UU. ascendería al 6,5 por ciento, situación mucho más boyante que la actual.
Las autoridades deben recordar que el auge de la vivienda fue fomentado por una política monetaria relajada y encaminada a intensificar el aumento de los puestos de trabajo cuando los EE.UU. se recuperaron de la última recesión. De hecho, en la época en que se abandonaban los estudios para ocupar puestos de trabajo no especializado, muy abundantes en el sector de la construcción, las tasas de graduados de la enseñanza secundaria en Las Vegas se redujeron en gran medida. Ahora esos desempleados sin estudios padecen una tasa de desempleo tres veces mayor que los titulados universitarios, por lo que les va a resultar muy difícil volver a formar parte de la fuerza laboral.
La enseñanza que se desprende para las autoridades está clara: en lugar de intentar constantemente impulsar el gasto y crear posibles problemas para el futuro, una forma más sostenible de mejorar el aumento de los puestos de trabajo es la de facilitar el “readestramiento” de los desempleados, en particular los que habían tenído empleos relacionados con la construcción. Al final, la oferta de una fuerza laboral mejor creará una demanda más sólida y sostenible.
Raghuram Rajan es profesor de Finanzas en la Escuela Booth de Administración de Empresas de la Universidad de Chicago