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Guest
Los mercados parecen haberse calmado… o no. La esperada salida de Portugal, primera del año, ha conjurado temores que ahora pueden considerarse infundados, exagerados, alarmistas o a saber qué. Ya había ocurrido con Grecia e Italia y la previsión es que también la deuda española supere con holgura su cita inicial. ¿Después? A saber.
Lo incuestionable es que durante los próximos meses toneladas de deuda, tanto soberana como privada, inundarán los mercados en busca de suscriptor. Los años de euforia, abruptamente colapsados a lo largo del bienio 2007-08, y las distintas inyecciones de fondos públicos en rescates, ayudas, subsidios, estabilizadores automáticos y medidas contracíclicas que siguieron, han devenido en una acumulación de deudas desconocida en la mayoría de países de la Ocde. Una deuda que, además de seguir creciendo, no es nada fácil atender como no sea mediante masivas operaciones de refinanciación.
Convendría no olvidar, en ninguno de los sesudos análisis que tanto proliferan estos días, que los que adquieren deuda –prestan dinero- quieren recuperarlo algún día y, mientras, obtener la mayor rentabilidad posible. Parece obvio, pero no siempre las argumentaciones resultan coherentes con ello. De ahí que cada vez que surgen dudas sobre la capacidad del deudor para atender sus compromisos en tiempo y forma, los potenciales prestadores se pongan nerviosos y lo traduzcan en menor disposición a prestar y mayor exigencia de retribución. ¿Cuesta reconocer que cualquiera haría lo mismo? ¿O quienes tanto afean la conducta de los mercados invierten o colocan su dinero sin confianza ni deseo de ganar?
La duda genérica que planea es si todo lo que se debe se podrá devolver. Luego, particularizando, deudor a deudor, la inquietud se gradúa y, en términos de mercado, eso se llama prima de riesgo o, en casos extremos, renuencia a adquirir títulos, otorgar crédito y, en suma, invertir.
Lo que no acaba de despejarse es la aparente dicotomía entre ajuste y crecimiento. Parece claro que sin crecimiento difícilmente habrá capacidad de atender los créditos contraídos; sea de la economía en su conjunto o de un negocio en particular. No es seguro, en cambio, que deba existir la correlación directa entre gasto público y crecimiento económico que muchos asocian de modo ineluctable. Sin duda, es otra cuestión.
Los mercados se han puesto muchas veces de los nervios las últimas semanas, pero no hay que confiarse: la calma aparente de este miércoles puede virar en cualquier momento… a saber por qué.
Lo incuestionable es que durante los próximos meses toneladas de deuda, tanto soberana como privada, inundarán los mercados en busca de suscriptor. Los años de euforia, abruptamente colapsados a lo largo del bienio 2007-08, y las distintas inyecciones de fondos públicos en rescates, ayudas, subsidios, estabilizadores automáticos y medidas contracíclicas que siguieron, han devenido en una acumulación de deudas desconocida en la mayoría de países de la Ocde. Una deuda que, además de seguir creciendo, no es nada fácil atender como no sea mediante masivas operaciones de refinanciación.
Convendría no olvidar, en ninguno de los sesudos análisis que tanto proliferan estos días, que los que adquieren deuda –prestan dinero- quieren recuperarlo algún día y, mientras, obtener la mayor rentabilidad posible. Parece obvio, pero no siempre las argumentaciones resultan coherentes con ello. De ahí que cada vez que surgen dudas sobre la capacidad del deudor para atender sus compromisos en tiempo y forma, los potenciales prestadores se pongan nerviosos y lo traduzcan en menor disposición a prestar y mayor exigencia de retribución. ¿Cuesta reconocer que cualquiera haría lo mismo? ¿O quienes tanto afean la conducta de los mercados invierten o colocan su dinero sin confianza ni deseo de ganar?
La duda genérica que planea es si todo lo que se debe se podrá devolver. Luego, particularizando, deudor a deudor, la inquietud se gradúa y, en términos de mercado, eso se llama prima de riesgo o, en casos extremos, renuencia a adquirir títulos, otorgar crédito y, en suma, invertir.
Lo que no acaba de despejarse es la aparente dicotomía entre ajuste y crecimiento. Parece claro que sin crecimiento difícilmente habrá capacidad de atender los créditos contraídos; sea de la economía en su conjunto o de un negocio en particular. No es seguro, en cambio, que deba existir la correlación directa entre gasto público y crecimiento económico que muchos asocian de modo ineluctable. Sin duda, es otra cuestión.
Los mercados se han puesto muchas veces de los nervios las últimas semanas, pero no hay que confiarse: la calma aparente de este miércoles puede virar en cualquier momento… a saber por qué.