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(Otaviano Canuto es vicepresidente para la Reducción de la Pobreza y Gestión Económica del Banco Mundial)
Mientras el mundo rico se recupera de la crisis, los países en desarrollo en su conjunto se están convirtiendo en el nuevo motor del crecimiento global. Cada vez más son una fuerza que impulsa hacia delante a las economías avanzadas. No obstante, cambiar de locomotoras siempre conlleva cierto riesgo.
Hay al menos cuatro esferas en las que se lleva a cabo este relevo:
-En primer lugar, en la mayoría de las economías emergentes las hojas de balance públicas y privadas son relativamente sanas. Mientras que en las economías avanzadas se está llevando a cabo un proceso de desapalancamiento, muchos países en desarrollo podrán explorar oportunidades de inversión que no se han aprovechado –el ejemplo más evidente de ello son los cuellos de botella en infraestructura.
-En segundo lugar, hay una gran cantidad de tecnologías que el mundo en desarrollo aún no adquiere, adopta o adapta. Gracias a los adelantos en información y comunicaciones, es cada vez más barato y seguro transferir esas tecnologías. Además, la disminución en los costos del transporte y la disolución de las cadenas de producción verticales en muchos sectores están facilitando la integración de los países más pobres a la economía global.
-En tercer lugar, la otra cara del surgimiento de nuevas clases medias en muchos mercados emergentes es que la absorción interna (del consumo y la inversión) en los países en desarrollo en su conjunto puede elevarse en relación con su potencial productivo. Si se refuerzan los vínculos comerciales Sur-Sur, podría darse una nueva ronda exitosa de crecimiento económico impulsado por las exportaciones en países pequeños.
-Por último, las economías en desarrollo intensivas en recursos pueden beneficiarse de la fuerte demanda relativa que se prevé a mediano plazo. Mientras se establezcan mecanismos adecuados de gobernanza y administración de ingresos –en particular para evitar conductas rentistas—la disponibilidad de recursos naturales puede resultar una bendición y no una maldición para esos países.
La mayoría de los países en desarrollo ya estaban avanzando en esas cuatro esferas antes de la crisis financiera global, debido principalmente a las mejoras en sus economías durante la década anterior. Dado que esas políticas permitieron que aquellos países respondieran bien ante las sacudidas que llegaban del epicentro de la crisis, hay fuertes incentivos para conservarlas.
No obstante hay algo que amenaza la transición sin problemas hacia nuevas fuentes de crecimiento global: la posibilidad de excederse en el ajuste de los precios de los activos que acompañará el cambio de las perspectivas de crecimiento y las percepciones de riesgo relativas.
En efecto, dado que la creación de nuevos activos en los países en desarrollo será más lenta que el aumento de la demanda por ellos, el precio de los activos existentes en esos mercados – capital, bonos, bienes raíces, capital humano – probablemente excederá su valor de equilibrio a largo plazo. Hay muchos ejemplos en la historia reciente de los efectos secundarios negativos que pueden surgir.
Todos los recientes episodios de auge y crisis – en América Latina, Asia y Rusia en los noventa y en Europa oriental, meridional e Irlanda más recientemente– compartieron alguna combinación de costos financieros insosteniblemente bajos, burbujas de activos, endeudamiento excesivo, aumento de los salarios que no se justificaba por los avances en productividad y una absorción interna superior a la producción. En todos los casos, hubo períodos fácilmente identificables de euforia y de aumentos súbitos de los precios de los activos que alimentaron estos desequilibrios.
Es cierto que hubo factores externos, como la liquidez extranjera que fueron conducentes –o al menos que permitieron—esos períodos de euforia. Los déficits dobles de cuenta corriente y fiscales (y o los desequilibrios de divisas y vencimientos de deuda) fueron la norma. Pero el punto en que queremos insistir es que las poderosas fuerzas que impulsan los precios de los activos pueden desencadenarse aun sin entradas masivas de liquidez. La lucha por los activos disponibles y una euforia peligrosa pueden suceder mediante mecanismos exclusivamente internos.
¿Qué deben hacer, pues, los países en desarrollo, además de mantener políticas macroeconómicas sanas, controlar el apalancamiento financiero interno excesivo e intentar aislarse de las entradas de capital volátil?
La tarea más importante es facilitar y fortalecer la creación de activos nuevos, y hay mucho que los países en desarrollo pueden hacer al respecto. Pueden aprovechar la actual bonanza de capital disponible pare crear competitividad, transparencia y calidad institucional en mercados donde pueden hacerse inversiones nuevas. Pueden asegurarse de que sus normas sean compatibles con el financiamiento de proyectos de inversión con plazos largos de vencimiento y los favorezcan. También pueden invertir en su propia capacidad para seleccionar y diseñar proyectos.
Estas y otras reformas internas funcionarían para moderar el frenético aumento de los precios de los activos de los países en desarrollo. Por ese motivo, también son la mejor forma de asegurar que las próximas locomotoras del crecimiento global –y todas las economías a las que jalan—permanezcan en los rieles.
Mientras el mundo rico se recupera de la crisis, los países en desarrollo en su conjunto se están convirtiendo en el nuevo motor del crecimiento global. Cada vez más son una fuerza que impulsa hacia delante a las economías avanzadas. No obstante, cambiar de locomotoras siempre conlleva cierto riesgo.
Hay al menos cuatro esferas en las que se lleva a cabo este relevo:
-En primer lugar, en la mayoría de las economías emergentes las hojas de balance públicas y privadas son relativamente sanas. Mientras que en las economías avanzadas se está llevando a cabo un proceso de desapalancamiento, muchos países en desarrollo podrán explorar oportunidades de inversión que no se han aprovechado –el ejemplo más evidente de ello son los cuellos de botella en infraestructura.
-En segundo lugar, hay una gran cantidad de tecnologías que el mundo en desarrollo aún no adquiere, adopta o adapta. Gracias a los adelantos en información y comunicaciones, es cada vez más barato y seguro transferir esas tecnologías. Además, la disminución en los costos del transporte y la disolución de las cadenas de producción verticales en muchos sectores están facilitando la integración de los países más pobres a la economía global.
-En tercer lugar, la otra cara del surgimiento de nuevas clases medias en muchos mercados emergentes es que la absorción interna (del consumo y la inversión) en los países en desarrollo en su conjunto puede elevarse en relación con su potencial productivo. Si se refuerzan los vínculos comerciales Sur-Sur, podría darse una nueva ronda exitosa de crecimiento económico impulsado por las exportaciones en países pequeños.
-Por último, las economías en desarrollo intensivas en recursos pueden beneficiarse de la fuerte demanda relativa que se prevé a mediano plazo. Mientras se establezcan mecanismos adecuados de gobernanza y administración de ingresos –en particular para evitar conductas rentistas—la disponibilidad de recursos naturales puede resultar una bendición y no una maldición para esos países.
La mayoría de los países en desarrollo ya estaban avanzando en esas cuatro esferas antes de la crisis financiera global, debido principalmente a las mejoras en sus economías durante la década anterior. Dado que esas políticas permitieron que aquellos países respondieran bien ante las sacudidas que llegaban del epicentro de la crisis, hay fuertes incentivos para conservarlas.
No obstante hay algo que amenaza la transición sin problemas hacia nuevas fuentes de crecimiento global: la posibilidad de excederse en el ajuste de los precios de los activos que acompañará el cambio de las perspectivas de crecimiento y las percepciones de riesgo relativas.
En efecto, dado que la creación de nuevos activos en los países en desarrollo será más lenta que el aumento de la demanda por ellos, el precio de los activos existentes en esos mercados – capital, bonos, bienes raíces, capital humano – probablemente excederá su valor de equilibrio a largo plazo. Hay muchos ejemplos en la historia reciente de los efectos secundarios negativos que pueden surgir.
Todos los recientes episodios de auge y crisis – en América Latina, Asia y Rusia en los noventa y en Europa oriental, meridional e Irlanda más recientemente– compartieron alguna combinación de costos financieros insosteniblemente bajos, burbujas de activos, endeudamiento excesivo, aumento de los salarios que no se justificaba por los avances en productividad y una absorción interna superior a la producción. En todos los casos, hubo períodos fácilmente identificables de euforia y de aumentos súbitos de los precios de los activos que alimentaron estos desequilibrios.
Es cierto que hubo factores externos, como la liquidez extranjera que fueron conducentes –o al menos que permitieron—esos períodos de euforia. Los déficits dobles de cuenta corriente y fiscales (y o los desequilibrios de divisas y vencimientos de deuda) fueron la norma. Pero el punto en que queremos insistir es que las poderosas fuerzas que impulsan los precios de los activos pueden desencadenarse aun sin entradas masivas de liquidez. La lucha por los activos disponibles y una euforia peligrosa pueden suceder mediante mecanismos exclusivamente internos.
¿Qué deben hacer, pues, los países en desarrollo, además de mantener políticas macroeconómicas sanas, controlar el apalancamiento financiero interno excesivo e intentar aislarse de las entradas de capital volátil?
La tarea más importante es facilitar y fortalecer la creación de activos nuevos, y hay mucho que los países en desarrollo pueden hacer al respecto. Pueden aprovechar la actual bonanza de capital disponible pare crear competitividad, transparencia y calidad institucional en mercados donde pueden hacerse inversiones nuevas. Pueden asegurarse de que sus normas sean compatibles con el financiamiento de proyectos de inversión con plazos largos de vencimiento y los favorezcan. También pueden invertir en su propia capacidad para seleccionar y diseñar proyectos.
Estas y otras reformas internas funcionarían para moderar el frenético aumento de los precios de los activos de los países en desarrollo. Por ese motivo, también son la mejor forma de asegurar que las próximas locomotoras del crecimiento global –y todas las economías a las que jalan—permanezcan en los rieles.