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(Jagdish Bhagwati, profesor de Economía y Derecho en la Universidad de Columbia y miembro sénior en Economía Internacional en el Consejo sobre Relaciones Exteriores, es autor de In Defense of Globalization. )
El miedo a la globalización en Occidente no es nada nuevo. Intelectuales articulados y grupos como sindicatos y organizaciones ambientales en las economías avanzadas han manifestado temores y sentimientos anti-globalización durante por lo menos un cuarto de siglo.
El miedo a la globalización, sin embargo, comenzó históricamente en el Este, no en Occidente. Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente desmanteló las barreras comerciales y de flujos de inversión, y trabajó para eliminar los controles de cambio y avanzar hacia la convertibilidad monetaria. Lo que a veces se llamó el orden económico internacional liberal era el orden del día, y también fue abrazado por la opinión pública.
Por el contrario, el Este normalmente abrazó la visión temerosa de que, como señaló el sociólogo chileno Oswaldo Sunkel, la integración a la economía internacional llevaría a la desintegración de la economía nacional. Muchos intelectuales compartían esta oscura visión anti-globalización, y los encargados de las políticas en gran parte del Este no estaban muy lejos.
De hecho, Occidente aceptó la visión de que la globalización (al igual que el comercio) resultaría en un beneficio mutuo, abrazando lo que yo llamé en 1997 la noción de “negligencia benigna”. En el caso de la inversión extranjera y los flujos de ayuda, Occidente fue más allá y consideró que estaban motivados por el altruismo, o la “intención benigna”, mientras que el Este consideraba que, en un mundo de naciones pobres y ricas, la globalización implicaba un “impacto maligno”. En algunos análisis, el impacto maligno se convirtió en una “intención maligna” más siniestra. En consecuencia, la ayuda externa era considerada como un plan para atrapar a las naciones pobres en un abrazo neocolonial.
Lo que sucedió después fue lo que yo llamé una “reversión irónica”. A medida que los beneficios de la globalización se volvieron evidentes, y también se hizo evidente el daño causado por las políticas autárquicas, los responsables de las políticas en el Este empezaron a apreciar que su postura anti-globalización había sido un error.
Sin embargo, luego el miedo a la globalización se trasladó a Occidente. El Este había temido no poder ganar con el comercio con Occidente, que tenía infraestructura y capital humano superiores; ahora, Occidente temía salir perdiendo con el comercio con el Este, que tenía mano de obra abundante y barata. El estancamiento de larga data en los salarios de los trabajadores no calificados se atribuía a importaciones de bajos costos que requieren mucha mano de obra, ignorando el corolario de que el consumo por parte de los trabajadores occidentales de productos asiáticos que requieren mucha mano de obra compensaba el efecto en los salarios reales.
Para tomar otro ejemplo, al Este le preocupaba una “fuga de cerebros” de profesionales hacia Occidente, donde las oportunidades parecían más abundantes. Hoy, Occidente es testigo de una oposición anti-globalización de parte de miembros de grupos profesionales, que temen la pérdida de sus empleos a manos de pares extranjeros.
Rudyard Kipling escribió, de manera estupenda, en “La balada del este y del oeste”: “Oh, el Este es el Este, y el Oeste es el Oeste, y nunca los dos se encontrarán”. Dada la irónica reversión de los miedos a la globalización, Kipling sigue teniendo razón: la convergencia siguió eludiendo al Este y al Oeste.
La crisis actual no creó el debate sobre la globalización que hoy se oye en Occidente; sólo hizo que se volviera ligeramente más evidente. Sin embargo, la crisis puede estar inclinando los resultados de las políticas occidentales a favor de la globalización. Por ejemplo, en materia de comercio, hubo un notable compromiso con los esfuerzos –en gran medida exitosos- para evitar una reincidencia significativa en el proteccionismo. Es más, los líderes del G-20 siguieron manifestando la necesidad de concluir la Ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre liberalización comercial.
También existen iniciativas como la designación por parte de los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Indonesia y Turquía de un Grupo de Expertos de Alto Nivel, presidido por Peter Sutherland, ex director general del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por su sigla en inglés) y de la OMC, y por mí. Los cuatro gobiernos presentarán un informe en el Foro Económico Mundial de Davos de este año sobre cómo concluir Doha en 2011.
En otras palabras, todavía se podría demostrar que Kipling estaba equivocado. Una reversión en Occidente es posible, quizás hasta probable. De modo que la crisis actual puede, accidentalmente, establecer un consenso pro-globalización que abarque al Este y al Oeste.
El miedo a la globalización en Occidente no es nada nuevo. Intelectuales articulados y grupos como sindicatos y organizaciones ambientales en las economías avanzadas han manifestado temores y sentimientos anti-globalización durante por lo menos un cuarto de siglo.
El miedo a la globalización, sin embargo, comenzó históricamente en el Este, no en Occidente. Después de la Segunda Guerra Mundial, Occidente desmanteló las barreras comerciales y de flujos de inversión, y trabajó para eliminar los controles de cambio y avanzar hacia la convertibilidad monetaria. Lo que a veces se llamó el orden económico internacional liberal era el orden del día, y también fue abrazado por la opinión pública.
Por el contrario, el Este normalmente abrazó la visión temerosa de que, como señaló el sociólogo chileno Oswaldo Sunkel, la integración a la economía internacional llevaría a la desintegración de la economía nacional. Muchos intelectuales compartían esta oscura visión anti-globalización, y los encargados de las políticas en gran parte del Este no estaban muy lejos.
De hecho, Occidente aceptó la visión de que la globalización (al igual que el comercio) resultaría en un beneficio mutuo, abrazando lo que yo llamé en 1997 la noción de “negligencia benigna”. En el caso de la inversión extranjera y los flujos de ayuda, Occidente fue más allá y consideró que estaban motivados por el altruismo, o la “intención benigna”, mientras que el Este consideraba que, en un mundo de naciones pobres y ricas, la globalización implicaba un “impacto maligno”. En algunos análisis, el impacto maligno se convirtió en una “intención maligna” más siniestra. En consecuencia, la ayuda externa era considerada como un plan para atrapar a las naciones pobres en un abrazo neocolonial.
Lo que sucedió después fue lo que yo llamé una “reversión irónica”. A medida que los beneficios de la globalización se volvieron evidentes, y también se hizo evidente el daño causado por las políticas autárquicas, los responsables de las políticas en el Este empezaron a apreciar que su postura anti-globalización había sido un error.
Sin embargo, luego el miedo a la globalización se trasladó a Occidente. El Este había temido no poder ganar con el comercio con Occidente, que tenía infraestructura y capital humano superiores; ahora, Occidente temía salir perdiendo con el comercio con el Este, que tenía mano de obra abundante y barata. El estancamiento de larga data en los salarios de los trabajadores no calificados se atribuía a importaciones de bajos costos que requieren mucha mano de obra, ignorando el corolario de que el consumo por parte de los trabajadores occidentales de productos asiáticos que requieren mucha mano de obra compensaba el efecto en los salarios reales.
Para tomar otro ejemplo, al Este le preocupaba una “fuga de cerebros” de profesionales hacia Occidente, donde las oportunidades parecían más abundantes. Hoy, Occidente es testigo de una oposición anti-globalización de parte de miembros de grupos profesionales, que temen la pérdida de sus empleos a manos de pares extranjeros.
Rudyard Kipling escribió, de manera estupenda, en “La balada del este y del oeste”: “Oh, el Este es el Este, y el Oeste es el Oeste, y nunca los dos se encontrarán”. Dada la irónica reversión de los miedos a la globalización, Kipling sigue teniendo razón: la convergencia siguió eludiendo al Este y al Oeste.
La crisis actual no creó el debate sobre la globalización que hoy se oye en Occidente; sólo hizo que se volviera ligeramente más evidente. Sin embargo, la crisis puede estar inclinando los resultados de las políticas occidentales a favor de la globalización. Por ejemplo, en materia de comercio, hubo un notable compromiso con los esfuerzos –en gran medida exitosos- para evitar una reincidencia significativa en el proteccionismo. Es más, los líderes del G-20 siguieron manifestando la necesidad de concluir la Ronda de Doha de negociaciones multilaterales sobre liberalización comercial.
También existen iniciativas como la designación por parte de los gobiernos de Gran Bretaña, Alemania, Indonesia y Turquía de un Grupo de Expertos de Alto Nivel, presidido por Peter Sutherland, ex director general del Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT, por su sigla en inglés) y de la OMC, y por mí. Los cuatro gobiernos presentarán un informe en el Foro Económico Mundial de Davos de este año sobre cómo concluir Doha en 2011.
En otras palabras, todavía se podría demostrar que Kipling estaba equivocado. Una reversión en Occidente es posible, quizás hasta probable. De modo que la crisis actual puede, accidentalmente, establecer un consenso pro-globalización que abarque al Este y al Oeste.