Por espacio de varias décadas, la Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea perjudicó -en extremo- a los países en desarrollo que, han sido fuertes exportadores de productos del agro.
Pese a las quejas y reclamos persistentes, Europa mantuvo implacablemente su estrategia de fuertes subsidios, ignorando así el enorme daño que causara más allá de sus fronteras, como si ello fuera irremediable.
En los últimos años, sin embargo, el desplazamiento del eje económico del mundo del Atlántico al Pacífico y el fuerte crecimiento de las economías de Asia generaron una nueva demanda de productos alimenticios, la de aquellos que (en Asia) mejoraron sensiblemente sus ingresos y empezaron a comer mejor, en términos de proteínas.
Esto derivó en un cambio en el mercado de tipo estructural, moderándose así el daño que estaba siendo generado por la PAC a las exportaciones agropecuarias del mundo en desarrollo, que -de pronto- encontraron destinos nuevos alternativos. Los 76 billones de dólares anuales de subsidios que paga la Unión Europea a sus propios agricultores dejaron entonces de cercenar tan duramente a las exportaciones del mundo en desarrollo.
Para Europa la cuestión sigue, no obstante, siendo complicada. Prueba de ello es que cuando el año pasado, en medio de la recesión, se filtrara un non-paper de la Comisión Europea que sugería una posible reducción de los subsidios al agro (que consumen algo así como la mitad del enorme presupuesto de la Unión Europea) las protestas obligaron a los organismos comunitarios a abandonar rápidamente la iniciativa. Como de costumbre, Francia (que es el país que más se beneficia de la PAC, recibiendo el 14,5% del total de los subsidios) lideró el ataque. Alemania, España e Italia la secundaron. Y el proyecto quedó postergado.
Que la PAC pueda ahora comenzar a reducirse sustancialmente, de cara al presupuesto del 2014-20, no es imposible, pero luce muy poco probable. Por varias razones. Veámoslas.
Primero, la incorporación de los 12 nuevos Estados Miembros, la gran mayoría de los cuales son países con importantes sectores rurales ubicados en el este y el centro de Europa. Todos ellos pretenden seguir con los subsidios y, más aún, aspiran a poder aumentarlos. El nuevo Comisionado para la Agricultura europeo será el rumano Dacian Ciolos, un experimentado agricultor.
Segundo, desde la reciente aprobación del Tratado de Lisboa, el Parlamento Europeo tendrá ahora más ingerencia en el tema, politizándolo presumiblemente. Cualquier reforma en más será, por lo menos, muy trabajosa. Casi imposible, si es grande.
Tercero, la recesión económica y la multiplicidad de ayudas financieras que ella ha desatado en dirección a otros sectores de la economía, como el automotriz, o el financiero, o el de los seguros, hará mucho más complejo tratar de desarmar los subsidios del agro europeo cuyos ingresos, como sector, cayeron un 12% -de promedio- el año pasado.
Cuarto, la sombra del éxodo hacia la ciudad protagonizado por los campesinos del Viejo Continente luego de la Primera Guerra Mundial está siendo agitada nuevamente. Pese a que entre los mayores beneficiarios de los subsidios agrícolas aparezcan el Duque de Westminster, Nestlé, el Instituto Centrale delle Banche Populari Italiane, Greencore, Italia Zuccheri, todos ellos de perfiles que están muy lejos de calificarlos como necesitados.
Como si ello fuera poco, nuevamente se habla de la necesidad de asegurar la llamada “seguridad alimentaria” europea. A cualquier precio. La dura presión de la Federación Rusa en materia de abastecimiento de gas natural a Europa, cuya oferta ese país monopoliza, sólo ayudó a mantener también vivo a este fantasma.
Por todo esto, cualquier reforma de la PAC luce bastante remota si con ella se intentan cambios sustantivos. Puede haber algunos ajustes, pero el flujo de subsidios que va desde las urbes europeas hacia sus respectivos sectores rurales difícilmente se detenga.
Emilio J. Cárdenas
Pese a las quejas y reclamos persistentes, Europa mantuvo implacablemente su estrategia de fuertes subsidios, ignorando así el enorme daño que causara más allá de sus fronteras, como si ello fuera irremediable.
En los últimos años, sin embargo, el desplazamiento del eje económico del mundo del Atlántico al Pacífico y el fuerte crecimiento de las economías de Asia generaron una nueva demanda de productos alimenticios, la de aquellos que (en Asia) mejoraron sensiblemente sus ingresos y empezaron a comer mejor, en términos de proteínas.
Esto derivó en un cambio en el mercado de tipo estructural, moderándose así el daño que estaba siendo generado por la PAC a las exportaciones agropecuarias del mundo en desarrollo, que -de pronto- encontraron destinos nuevos alternativos. Los 76 billones de dólares anuales de subsidios que paga la Unión Europea a sus propios agricultores dejaron entonces de cercenar tan duramente a las exportaciones del mundo en desarrollo.
Para Europa la cuestión sigue, no obstante, siendo complicada. Prueba de ello es que cuando el año pasado, en medio de la recesión, se filtrara un non-paper de la Comisión Europea que sugería una posible reducción de los subsidios al agro (que consumen algo así como la mitad del enorme presupuesto de la Unión Europea) las protestas obligaron a los organismos comunitarios a abandonar rápidamente la iniciativa. Como de costumbre, Francia (que es el país que más se beneficia de la PAC, recibiendo el 14,5% del total de los subsidios) lideró el ataque. Alemania, España e Italia la secundaron. Y el proyecto quedó postergado.
Que la PAC pueda ahora comenzar a reducirse sustancialmente, de cara al presupuesto del 2014-20, no es imposible, pero luce muy poco probable. Por varias razones. Veámoslas.
Primero, la incorporación de los 12 nuevos Estados Miembros, la gran mayoría de los cuales son países con importantes sectores rurales ubicados en el este y el centro de Europa. Todos ellos pretenden seguir con los subsidios y, más aún, aspiran a poder aumentarlos. El nuevo Comisionado para la Agricultura europeo será el rumano Dacian Ciolos, un experimentado agricultor.
Segundo, desde la reciente aprobación del Tratado de Lisboa, el Parlamento Europeo tendrá ahora más ingerencia en el tema, politizándolo presumiblemente. Cualquier reforma en más será, por lo menos, muy trabajosa. Casi imposible, si es grande.
Tercero, la recesión económica y la multiplicidad de ayudas financieras que ella ha desatado en dirección a otros sectores de la economía, como el automotriz, o el financiero, o el de los seguros, hará mucho más complejo tratar de desarmar los subsidios del agro europeo cuyos ingresos, como sector, cayeron un 12% -de promedio- el año pasado.
Cuarto, la sombra del éxodo hacia la ciudad protagonizado por los campesinos del Viejo Continente luego de la Primera Guerra Mundial está siendo agitada nuevamente. Pese a que entre los mayores beneficiarios de los subsidios agrícolas aparezcan el Duque de Westminster, Nestlé, el Instituto Centrale delle Banche Populari Italiane, Greencore, Italia Zuccheri, todos ellos de perfiles que están muy lejos de calificarlos como necesitados.
Como si ello fuera poco, nuevamente se habla de la necesidad de asegurar la llamada “seguridad alimentaria” europea. A cualquier precio. La dura presión de la Federación Rusa en materia de abastecimiento de gas natural a Europa, cuya oferta ese país monopoliza, sólo ayudó a mantener también vivo a este fantasma.
Por todo esto, cualquier reforma de la PAC luce bastante remota si con ella se intentan cambios sustantivos. Puede haber algunos ajustes, pero el flujo de subsidios que va desde las urbes europeas hacia sus respectivos sectores rurales difícilmente se detenga.
Emilio J. Cárdenas