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Servicio de Estudios de "la Caixa".–
La crisis griega ha desatado una grave tormenta financiera y política. La inesperada aparición de un déficit muy superior al previsto en un país con una situación fiscal casi al límite ha provocado una sacudida cuyo alcance, como la erupción del volcán islandés Eyjafjallajokull, va mucho más allá del propio país. Se ha llegado a poner en cuestión la misma viabilidad del proyecto de la Unión Monetaria, once años después de su nacimiento. La cuestión radica en cómo gestionar y prevenir una situación de crisis en la zona del euro. El euro ha aportado estabilidad macroeconómica, baja inflación y una mayor integración de los mercados. También ha actuado de escudo protector ante las turbulencias de tipos de cambio y de tipos de interés en la crisis global. Pero la crisis ha puesto de manifiesto que la coordinación de las políticas económicas no funciona adecuadamente y ahora esto constituye un grave obstáculo. Lo reconocía hace dos semanas Olli Rehn, comisario de asuntos económicos y monetarios: «La supervisión multilateral ha fallado a la hora de poner en marcha a tiempo las actuaciones necesarias. Los estados miembros no aprovecharon los buenos tiempos para reducir la deuda pública. Los desequilibrios macroeconómicos fueron infravalorados». Fortalecer la coordinación de las políticas económicas es una tarea urgente. El comisario, acertadamente, apuntaba a tres puntos clave.
El primero es la disciplina presupuestaria. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que establece un límite de déficit del 3% del producto interior bruto en épocas normales y admite déficits superiores en caso de crisis, no ha conseguido sus objetivos. No se logró normalizar la situación fiscal en tiempos de bonanza, y una grave recesión ha hecho perder los avances de los diez años anteriores. La propia Alemania, supuesto guardián de la ortodoxia monetaria, forzó la relajación del Pacto en 2003, cuando cayó en el incumplimiento. La Comisión propone ahora que los presupuestos se sometan a las instancias comunitarias antes de que los parlamentos nacionales los aprueben, una iniciativa hoy por hoy ciertamente impensable, pero que expresa la imperiosa necesidad de encontrar una solución.
El segundo eje por reforzar es la vigilancia de los desequilibrios macroeconómicos y las divergencias de competitividad. Durante la pasada etapa expansiva algunos países acumularon enormes déficits por cuenta corriente y elevadas pérdidas de competitividad. Las divergencias se han cerrado algo tras la recesión económica, pero el problema persiste. La endémica debilidad competitiva de algunas economías puede generar problemas tan graves como los desequilibrios de las finanzas públicas. Es necesaria una respuesta coordinada que afronte cuestiones como las políticas salariales, el mercado de trabajo, los mercados de productos y servicios y el sector financiero.
El tercer punto es la gestión de las crisis. ¿Qué hacer cuando no se dispone de un mecanismo político ágil para reaccionar? La asistencia financiera a Grecia se ha improvisado sobre la marcha, forzando la interpretación del Tratado ante la inexistencia de instrumentos adecuados. En estos momentos todavía se desconoce si será efectiva, pero no hay duda de que la crisis pone de relieve que hay que avanzar mucho en la gobernanza europea. Dentro de una Unión Monetaria no es posible devaluar para recuperar la competitividad perdida o para frenar los ataques de los mercados. Por tanto, los líderes políticos comunitarios deberán esforzarse por acordar un nuevo diseño institucional que proporcione la estabilidad y capacidad de reacción colectiva que a lo largo de esta crisis tanto se ha echado en falta.
La crisis griega ha desatado una grave tormenta financiera y política. La inesperada aparición de un déficit muy superior al previsto en un país con una situación fiscal casi al límite ha provocado una sacudida cuyo alcance, como la erupción del volcán islandés Eyjafjallajokull, va mucho más allá del propio país. Se ha llegado a poner en cuestión la misma viabilidad del proyecto de la Unión Monetaria, once años después de su nacimiento. La cuestión radica en cómo gestionar y prevenir una situación de crisis en la zona del euro. El euro ha aportado estabilidad macroeconómica, baja inflación y una mayor integración de los mercados. También ha actuado de escudo protector ante las turbulencias de tipos de cambio y de tipos de interés en la crisis global. Pero la crisis ha puesto de manifiesto que la coordinación de las políticas económicas no funciona adecuadamente y ahora esto constituye un grave obstáculo. Lo reconocía hace dos semanas Olli Rehn, comisario de asuntos económicos y monetarios: «La supervisión multilateral ha fallado a la hora de poner en marcha a tiempo las actuaciones necesarias. Los estados miembros no aprovecharon los buenos tiempos para reducir la deuda pública. Los desequilibrios macroeconómicos fueron infravalorados». Fortalecer la coordinación de las políticas económicas es una tarea urgente. El comisario, acertadamente, apuntaba a tres puntos clave.
El primero es la disciplina presupuestaria. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento, que establece un límite de déficit del 3% del producto interior bruto en épocas normales y admite déficits superiores en caso de crisis, no ha conseguido sus objetivos. No se logró normalizar la situación fiscal en tiempos de bonanza, y una grave recesión ha hecho perder los avances de los diez años anteriores. La propia Alemania, supuesto guardián de la ortodoxia monetaria, forzó la relajación del Pacto en 2003, cuando cayó en el incumplimiento. La Comisión propone ahora que los presupuestos se sometan a las instancias comunitarias antes de que los parlamentos nacionales los aprueben, una iniciativa hoy por hoy ciertamente impensable, pero que expresa la imperiosa necesidad de encontrar una solución.
El segundo eje por reforzar es la vigilancia de los desequilibrios macroeconómicos y las divergencias de competitividad. Durante la pasada etapa expansiva algunos países acumularon enormes déficits por cuenta corriente y elevadas pérdidas de competitividad. Las divergencias se han cerrado algo tras la recesión económica, pero el problema persiste. La endémica debilidad competitiva de algunas economías puede generar problemas tan graves como los desequilibrios de las finanzas públicas. Es necesaria una respuesta coordinada que afronte cuestiones como las políticas salariales, el mercado de trabajo, los mercados de productos y servicios y el sector financiero.
El tercer punto es la gestión de las crisis. ¿Qué hacer cuando no se dispone de un mecanismo político ágil para reaccionar? La asistencia financiera a Grecia se ha improvisado sobre la marcha, forzando la interpretación del Tratado ante la inexistencia de instrumentos adecuados. En estos momentos todavía se desconoce si será efectiva, pero no hay duda de que la crisis pone de relieve que hay que avanzar mucho en la gobernanza europea. Dentro de una Unión Monetaria no es posible devaluar para recuperar la competitividad perdida o para frenar los ataques de los mercados. Por tanto, los líderes políticos comunitarios deberán esforzarse por acordar un nuevo diseño institucional que proporcione la estabilidad y capacidad de reacción colectiva que a lo largo de esta crisis tanto se ha echado en falta.