Un euro sin un gobierno coordinado

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La UE necesita una política fiscal común, pero esa cesión de soberanía no es fácil de lograr.

Por: Idafe Martin

Angela Merkel ya es "Frau Nein" -la señora NO-. Desde el estallido de la crisis griega, la jefa del gobierno alemán recibe críticas de media Europa. Merkel prometió ayudar a Grecia, pero a cambio exigió a toda Europa durísimos planes de ajuste y una ortodoxia presupuestaria que pueden estancar la economía de la Eurozona.

Durante años todo fue bien. Alemania se apretó el cinturón, redujo costos laborales, exportó con éxito y limpió sus cuentas públicas. Las épocas de vacas gordas, unidas a los bajos tipos de interés marcados por el Banco Central Europeo (BCE) y a una inflación controlada en torno al 2%, hicieron crecer a las economías europeas, principalmente a las periféricas.

Unos países -Alemania, Holanda, Francia, los nórdicos- lo hicieron sobre bases estables. Otros se endeudaron y vivieron por encima de sus posibilidades. El Reino Unido vio engordar sin límites su sector financiero. Para 45 millones de españoles se construyeron más viviendas que para 200 millones de alemanes, franceses e italianos.

El cuento se acabó con la caída de Lehman Brothers. Ese día arrancó una espiral que no se detiene. Cayeron los bancos europeos, rescatados con ingentes cantidades de dinero público que multiplicaron porcentajes de déficit y deuda. Un año y medio después, cuando la economía sacaba la cabeza del agua, estalló la crisis de la deuda.

La solución, impuesta desde Berlín, es la austeridad. Controlará las cuentas públicas pero no podrá esconder que el euro está desnudo, que es un fórmula 1 sin piloto que se puede estrellar en cualquier curva porque la UE necesita decenas de reuniones para decidir lo que Estados Unidos decide con una llamada telefónica de Obama.

El euro nació anclado al BCE, como una copia del marco alemán y su estricta ortodoxia monetaria y anti inflacionista. Los bancos eran los reyes y los mercados tenían absoluta libertad. Todo funcionaría. Pero todo no funcionó y ahora se ve a ese fórmula 1 lanzado a 300 km por hora contra las vallas, donde puede acabar la economía: la real, la que sustenta empleos, consumo y el estado del bienestar europeo.

La Eurozona tiene una política monetaria única pero 16 políticos fiscales. Para sostener el sistema se estableció el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, un documento al que la crisis ha anulado porque casi todos rebasaron los límites impuestos para mantener la disciplina fiscal. También se estableció la regla del "no bail-out", por el que cada país se responsabilizaba de su deuda. Otra regla que ya es papel mojado.

El euro necesita coordinación fiscal y unión política para tomar decisiones. El problema es que tal cesión de soberanía no parece factible con los actuales dirigentes políticos, quienes además nombraron a finales de 2009 a su primer presidente, un Herman Van Rompuy desconocido fuera de Bélgica -donde fue primer ministro- y sin autoridad sobre sus pares. Ante la situación, a la Eurozona no le queda más remedio que seguir a una líder que no parece querer serlo.

Y aquí surge el nuevo problema alemán. Merkel sabía que tenía que rescatar a Grecia porque su default supondría que los bancos alemanes perderían 40.000 millones de euros, que pagarían sus ciudadanos. Y salvó a Grecia, al menos a corto plazo.

Pero Merkel ha descubierto que las promesas de hace una década no se cumplieron y que Europa no se parece cada vez más a Alemania. Algo que sería imposible. No todos pueden exportar a mansalva y controlar el consumo interno.

Berlín juega a la defensiva porque parece no saber qué camino seguir. Francia quiere liderar, pero no puede. El Reino Unido ni quiere ni puede. Alemania, apoyándose en Londres -sin que se note- y en París -dándole mucha visibilidad-, podría, aunque lo hiciera imponiendo su propia política austera. Veremos si quiere ser el líder o de nuevo el problema de Europa.

Fuente: diario Clarin
 
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