la Inversión Socialmente Responsable

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Servicio de Estudios de "la Caixa".– La Inversión Socialmente Responsable (ISR) es una estrategia mediante la cual los inversores incorporan en sus decisiones de selección de cartera, además de los tradicionales parámetros financieros de rentabilidad y riesgo, otros criterios relacionados con los valores morales, éticos, sociales, medioambientales o de gobierno corporativo de las empresas. La ISR surge por el convencimiento de una parte del colectivo inversor de que se puede obtener «algo más» que un rendimiento económico-monetario para uno mismo al financiar determinados proyectos empresariales. En este sentido, se presenta como un comportamiento solidario y filantrópico, que puede tener su origen en distintas motivaciones, según veremos.

En términos prácticos, a través de la ISR los inversores pretenden influir, directa o indirectamente, en las empresas para que éstas adopten prácticas que cuiden y promuevan la Responsabilidad Social Corporativa (RSC). Obviamente, la preocupación individual y empresarial por invertir en proyectos que contribuyan al desarrollo de buenas causas no es nueva; sin embargo, ha sido en los últimos 10 o 15 años cuando el movimiento de la responsabilidad social se ha asentando de forma sólida. Tanto los volúmenes movilizados como el entramado institucional alrededor de la ISR han experimentado un notable desarrollo, en Estados Unidos y en Europa.

Así por ejemplo, las empresas que quieran incorporar voluntariamente en sus decisiones de negocio criterios que promuevan la RSC cuentan ahora con marcos institucionales de referencia, como los Principios de Ecuador, el Pacto Mundial de Naciones Unidas y los recientes Principios de Inversión Responsable creados bajo la tutela de Naciones Unidas.(1) Sobre la base de estos principios y criterios han surgido entidades especializadas que valoran el grado de responsabilidad social de las distintas empresas, otorgándoles calificaciones y elaborando rankings. A partir de estas calificaciones se han confeccionado diversos índices bursátiles de empresas cotizadas con elevado respeto hacia la responsabilidad social. Finalmente, estos índices sirven de benchmark para numerosos fondos de inversión, fondos de pensiones y cualquier inversor que se decante por la ISR.

El remarcable desarrollo de la ISR en la práctica contrasta con el escaso tratamiento recibido por la teoría financiera. Tanto los análisis de las decisiones de selección de cartera como los de valoración de activos suelen omitir los factores éticos y morales que resalta la ISR. Ha habido algunas aportaciones que han intentado extender o complementar el modelo clásico de selección de cartera, inicialmente propuesto por Markowitz, pero no han conseguido crear un cuerpo teórico lo suficientemente sólido y contrastado.

De acuerdo con Bénabou y Tirole (2010),(2) el creciente interés de los individuos por la ISR obedece a complejas motivaciones interdependientes. En primer lugar, las personas se guían por un «altruismo genuino»: todos queremos hacer el bien. En segundo lugar, existen motivaciones que en realidad son económicas; por ejemplo, la mayor probabilidad de colaborar con obras de caridad si la aportación es deducible fiscalmente, o si la comisión de gestión de un fondo de ISR es menor. Por último, dado que nuestros actos definen qué clase de persona somos, existe una preocupación por la imagen social y, no lo olvidemos, la autoestima. Por su parte, a nivel empresarial la RSC puede responder básicamente a dos visiones. La primera es aquélla donde las empresas adoptan una perspectiva de largo plazo para maximizar sus ganancias, de manera que los accionistas se posicionan para evitar que los administradores caigan en la tentación de tomar decisiones excesivamente enfocadas en el corto plazo, que podrían generar costes sociales que a la larga perjudicaran a la empresa. La segunda visión se denomina «filantropía delegada»; en pocas palabras, cuando los costes de información o transacción son altos, los inversores pueden usar las empresas como un instrumento efectivo para que éstas canalicen las demandas individuales de responsabilidad social.

Bajo el enfoque práctico de la ISR es posible amalgamar lo puramente financiero con el compromiso social que emana de los agentes. Para esto, los inversores realizan una preselección de inversiones basada en un análisis excluyente o negativo (negative screening), en un criterio positivo (best in class), o una combinación de los dos. El análisis excluyente, en general, involucra criterios éticos, es decir, se excluirán aquellos sectores o empresas vinculados a actividades que vayan en contra de las convicciones o valores del inversor (armamento nuclear, pornografía, explotación infantil, o violación de los derechos humanos, etc.). Usando el criterio de discriminación positiva, se preseleccionan las empresas que, en cada sector, mejor se desenvuelven en el marco de lo socialmente responsable, el medioambiente, la transparencia, el compromiso con su misión y la sociedad, pero sin dejar de valorar a continuación el aspecto financiero.

La pregunta que surge en la mente de un inversor común es: en términos de rendimiento monetario, ¿tiene un coste o precio elevado ser socialmente responsable? En un principio, la respuesta no tiene por qué ser un claro y contundente «sí», como con frecuencia proclaman algunos estudios o inversores de manera dogmática. Obviamente la respuesta dependerá de la definición que cada inversor haga de «hacer el bien» y, por lo tanto, de los activos o empresas seleccionados bajo la estrategia de ISR y, en su caso, de la estrategia anti-ISR (que algunos denominan «pecadora» o «de vicio»). El gráfico presenta la evolución de tres activos representativos de distintas estrategias de responsabilidad social en los últimos años para Estados Unidos. De la simple inspección visual no resulta evidente la superioridad de ninguna de ellas. Por desgracia, los estudios empíricos rigurosos tampoco alcanzan resultados concluyentes, mostrándose muy dependientes del periodo muestral, del ámbito geográfico o de las técnicas estadísticas utilizadas. No es de extrañar, por lo tanto, que la cuestión esté rodeada de polémica.

En un lado del debate, algunos controvertidos estudios sostienen que un inversor no puede plantearse la doble meta de ser virtuoso y próspero, ya que éstos son objetivos contrapuestos.(3) En esta misma línea, se deriva el argumento de que los tópicos medioambientales y sociales corren el riesgo de ser marginados de las decisiones si los inversores no logran percibir que estos factores pueden ser materializados financieramente. Un estudio realizado por Dupre, Girerd-Potin y Kassoua (2003)(4) -para compañías europeas- presenta una visión poco optimista acerca del futuro de la ISR, ya que los autores sostienen que los inversores no deben tener ilusiones de ganar en el largo plazo si deciden incluir criterios relacionados con la ISR, ya que el sacrifico financiero se incrementará a medida que el «apetito ético» de los inversores crezca. En línea con esta postura, Fabozzi, Ma y Oliphant (2008)(5) presentan unos resultados muy llamativos. Los autores documentan que haber invertido un dólar en 1970 en una cartera conformada por «empresas pecadoras» hubiera rentado hasta 2007 un 19% anual, mientras que con una cartera convencional se habría obtenido un 7,9% anual.

En el otro lado, aquellos que apoyan una visión socio-económica de largo plazo sostienen que la ISR ya no se puede considerar como una estrategia exótica, sino que es una alternativa rentable y válida. Así, Meir Statman (2007)(6) ofrece un punto de vista más positivo sobre la ISR. En su estudio, Statman compara el índice DS 400(7) y el índice S&P 500 para el periodo 1990-2006, concluyendo que la ISR registra retornos marginalmente superiores (0,04%) -aunque no estadísticamente diferentes- a los que se pueden obtener al conformar una cartera convencional. Si bien esta evidencia no inclina la balanza hacia la ISR, sí es cierto que induce a los inversores a plantearla como una alternativa que les permita preservar el rendimiento a la vez que se apoya a las empresas que fomentan la sostenibilidad en diferentes aspectos sociales o áreas económicas (doing well while doing good).
 
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