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El Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) han dado a conocer un informe que dibuja con crudeza el panorama del mercado laboral en el mundo, a raíz de lo que ya se califica de gran recesión. Lo han enfocado desde el punto de vista del coste humano. Hoy, más de 210 millones de personas carecen de empleo, el nivel más alto de la historia. Son 30 millones más que en 2007. Entre los que trabajan, aproximadamente 1.200 millones, el 40 por 100 del total, tiene ingresos inferiores a los 2 dólares diarios que se fijan como umbral de la pobreza. Además, el 80 por 100 de la población mundial carece de acceso a protección social.
El documento, preparado para la conferencia que celebrarán conjuntamente ambos organismos el próximo 13 de septiembre, en Oslo, y en la que tiene previsto intervenir el presidente Rodríguez Zapatero, pone en evidencia sobre todo a dos países: Estados Unidos y España, los dos mayores destructores de empleo desde que se instaló la crisis.
Quedarse en paro tiene dolorosas secuelas, además de multiplicar el riesgo de exclusión social. Entre ellas, el documento afirma que el impacto que se produce en los ingresos se prolonga durante toda la vida. Para tal afirmación, cita estudios que han reflejado como, incluso hasta 20 años después de quedarse sin empleo en una recesión, la pérdida de ingresos ronda en promedio el 20 por 100. También tiene consecuencias nocivas para la salud. A corto plazo, existe un mayor riesgo de ataques cardíacos y otras enfermedades relacionadas con el estrés. A largo plazo, la tasa de mortalidad de los trabajadores despedidos es mayor que la de quienes logran mantener su puesto de trabajo.
Las consecuencias del despido suelen influir también en el redimiento escolar de los hijos, elevando las posibilidades, no sólo de repetir curso, sino de abandonar los estudios. Con datos de crisis anteriores, el documento deja constancia de que, a largo plazo, los que han tenido a sus progenitores en el paro tienden a ganar menos dinero que otros con niveles de formación similares, pero que no han vivido esa situación.
En el caso español, a la elevada tasa de paro se une otra igualmente negativa: la excesiva temporalidad. Los datos publicados esta semana por el Ministerio de Trabajo han constatado que no decae. Menos del siete por ciento de los contratos firmados en agosto tuvo carácter indefinido. ¿Pronto para evaluar la reforma recién implementada? Probablemente, pero la receta que proponen FMI y OIT va por otro camino: no proteger tanto a los trabajadores fijos. De ese modo, estiman que la tasa de temporalidad en el mercado laboral caería hasta el 11 por 100, desde el 25 por 100 actual.
El informe vuelve a citar a España al referirse al desempleo juvenil. Éste aumentó sustancialmente en la mayoría de países de la OCDE durante la recesión, con incrementos mayores que en crisis pasadas, pero el récord corresponde al mercado español, donde se ha duplicado, pasando de algo menos del 20 al 40 por 100, el doble que la media de la Unión Europea y el triple que la mundial.
Durante la próxima década deberían crearse en el mundo alrededor de 440 millones de nuevos empleos, tanto para cubrir los puestos destruidos como para ofrecer ocupación a quienes se vayan incorporando al mercado de trabajo. El próximo martes, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se enfrenta a su primer debate sobre el estado de la Unión en el Parlamento Europeo en el que, además del balance de los cambios más relevantes desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se centrará en las políticas a implementar para cumplir uno de los objetivos estrella de la Estrategia 2020: incrementar la tasa de empleo de la UE hasta el 75 por 100.
¿Utopía? ¿Alcanzable? En lo que todos los análisis coinciden es en considerar que sólo el crecimiento sostenido del empleo y de ingresos de los hogares apuntalarán una demanda sin la cual no se sostendría el crecimiento económico.
El documento, preparado para la conferencia que celebrarán conjuntamente ambos organismos el próximo 13 de septiembre, en Oslo, y en la que tiene previsto intervenir el presidente Rodríguez Zapatero, pone en evidencia sobre todo a dos países: Estados Unidos y España, los dos mayores destructores de empleo desde que se instaló la crisis.
Quedarse en paro tiene dolorosas secuelas, además de multiplicar el riesgo de exclusión social. Entre ellas, el documento afirma que el impacto que se produce en los ingresos se prolonga durante toda la vida. Para tal afirmación, cita estudios que han reflejado como, incluso hasta 20 años después de quedarse sin empleo en una recesión, la pérdida de ingresos ronda en promedio el 20 por 100. También tiene consecuencias nocivas para la salud. A corto plazo, existe un mayor riesgo de ataques cardíacos y otras enfermedades relacionadas con el estrés. A largo plazo, la tasa de mortalidad de los trabajadores despedidos es mayor que la de quienes logran mantener su puesto de trabajo.
Las consecuencias del despido suelen influir también en el redimiento escolar de los hijos, elevando las posibilidades, no sólo de repetir curso, sino de abandonar los estudios. Con datos de crisis anteriores, el documento deja constancia de que, a largo plazo, los que han tenido a sus progenitores en el paro tienden a ganar menos dinero que otros con niveles de formación similares, pero que no han vivido esa situación.
En el caso español, a la elevada tasa de paro se une otra igualmente negativa: la excesiva temporalidad. Los datos publicados esta semana por el Ministerio de Trabajo han constatado que no decae. Menos del siete por ciento de los contratos firmados en agosto tuvo carácter indefinido. ¿Pronto para evaluar la reforma recién implementada? Probablemente, pero la receta que proponen FMI y OIT va por otro camino: no proteger tanto a los trabajadores fijos. De ese modo, estiman que la tasa de temporalidad en el mercado laboral caería hasta el 11 por 100, desde el 25 por 100 actual.
El informe vuelve a citar a España al referirse al desempleo juvenil. Éste aumentó sustancialmente en la mayoría de países de la OCDE durante la recesión, con incrementos mayores que en crisis pasadas, pero el récord corresponde al mercado español, donde se ha duplicado, pasando de algo menos del 20 al 40 por 100, el doble que la media de la Unión Europea y el triple que la mundial.
Durante la próxima década deberían crearse en el mundo alrededor de 440 millones de nuevos empleos, tanto para cubrir los puestos destruidos como para ofrecer ocupación a quienes se vayan incorporando al mercado de trabajo. El próximo martes, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, se enfrenta a su primer debate sobre el estado de la Unión en el Parlamento Europeo en el que, además del balance de los cambios más relevantes desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, se centrará en las políticas a implementar para cumplir uno de los objetivos estrella de la Estrategia 2020: incrementar la tasa de empleo de la UE hasta el 75 por 100.
¿Utopía? ¿Alcanzable? En lo que todos los análisis coinciden es en considerar que sólo el crecimiento sostenido del empleo y de ingresos de los hogares apuntalarán una demanda sin la cual no se sostendría el crecimiento económico.
