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Economía
¡Adelante hijos ...del euro!
26 noviembre 2010 Le Monde Paris
GSO Images/Getty
Sin duda, la moneda única ha salido debilitada de las crisis en Irlanda o en Grecia. Pero sigue siendo un valor de futuro en el escenario internacional y merece ser defendida, argumenta el editorialista francés Alain Franchon.
Alain Frachon
El tono es de conmiseración, las palabras dignas de las grandes tragedias: hay que salvar el euro, ¿no? El “engendro” está enfermo, tal vez pueda morir. Ya nos lo habían advertido: no se puede crear una zona monetaria sin unión política. Con su ambición fáustica, con su loca pretensión de convertir Europa en uno de los actores globales del siglo XXI, los eurócratas han creado un monstruo: la zona euro.
No es sostenible, es el producto de una voluntad política, no de una realidad económica; es contraria a los buenos usos liberales. Es inevitable que se derrumbe. Si no lo hace mañana, será pasado mañana, por contagio, bajo el peso de las deudas públicas o bancarias de Irlanda, luego de Portugal, y luego de España.
¡Ah! Nada como la lectura de la prensa británica en estos momentos para levantarse la moral. Una delicia matinal. El brillante e hiperconservador Daily Telegraph es de consulta obligada en la materia, pues en cada una de sus líneas esconde apenas su satisfacción al enunciar los males del euro.
Pero si miramos le resto de la prensa, desde el Financial Times hasta el The Economist, notamos que los comentarios sobre la crisis irlandesa llevan el mismo matiz aunque sean más sofisticados: la moneda única va a caer, algunos de sus miembros la abandonarán. Ya no estamos en el terreno del comentario periodístico, del wishful thinking del editorialista; estamos en el terreno de la batalla ideológica.
Organizando el contraataque
La andanada de fuego antiaéreo lanzada desde Londres tiene de inquietante que es también el reflejo de lo que piensan un buen número de operadores de los mercados. Toca pues organizar el contraataque, como se haría en la Debating Society de la London School of Economics.
Advirtamos que los males de Irlanda son el producto de una política económica delirante, no de la pertenencia de la isla a la zona euro. Observemos que Gran Bretaña, que no se encuentra en la zona euro, tiene unas finanzas públicas más degradadas que las de Francia, país fundador de la unión monetaria.La realidad es esta: la zona euro atraviesa crisis recurrentes, inducidas por el peso de la deuda de sus países más débiles.
Lamentablemente, los mercados no dejarán de poner a prueba la solidez de la unión monetaria. Mientras persistan sus dudas, harán subir las tasas de interés de los créditos de los Estados periféricos de la zona. ¿Habrá que dar la batalla, es decir, ofrecer la garantía de los demás Estados de la zona —en último término, el dinero del contribuyente— para salvar a sus miembros más débiles? Es una cuestión política. La respuesta también es política: el euro vale esta batalla.
Los europeos han aprendido la lección de la crisis griega. Se han dotado de una doble rueda de repuesto: el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF, 60.000 millones de euros) y el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF, 440.000 millones de euros). A lo cual hay que añadir el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), dispuesto a prestar una ayuda suplementaria que puede llegar hasta el 50% de la suma vertida por la Unión Europea (UE). En total, los fondos disponibles alcanzan los 750.000 millones de euros. El acuerdo entre Dublín, la UE y el FMI supone un plan de ayuda de 85.000 millones de euros. Todavía queda margen.
Asia confía en la moneda única
Si el euro fuera víctima de la desconfianza de los inversores, se habría venido abajo tras la crisis griega y se habría hundido ahora con la de Irlanda. No es el caso (aun cuando haya bajado). ¿Por qué? Porque el euro en gran medida ha triunfado. Es la segunda moneda de reserva mundial: el 62% de las reservas de los bancos centrales del mundo son en dólares; el 27% en euros; el 4% en libras británicas; el 3% en yenes.
Esto suma mucha gente interesada en que la moneda única vaya bien.
A día de hoy, ningún fondo soberano o privado asiático se ha desprendido de sus posiciones en euros. El Asia emergente cree en el euro. Es el futuro: tres o cuatro grandes zonas monetarias. “Abandonar el euro sería un contrasentido histórico para cualquiera de sus miembros”, asegura el profesor Jean-Hervé Lorenzi.
Sin duda, la gestión del euro supone pérdidas de soberanía en materia fiscal (Dublín lo sabía); afrontar los desequilibrios estructurales en el seno de la zona, como el excedente comercial alemán (Berlín debería reconocerlo); aceptar, aun cuando uno sea un “gran país”, el principio de sanciones decididas por aquellos que respetan las reglas, aunque sean los “pequeños” (París debe aceptarlo); coordinar las políticas presupuestarias antes de que las leyes financieras sean sometidas a los Parlamentos nacionales; trabajar para la convergencia de las reglamentaciones bancarias, etc.
Un teorema económico que deberían enseñar en el Trinity College de Dublín, la gran universidad irlandesa: no se puede tener a la vez la Guinness y el dinero de la Guinness.
¡Adelante hijos ...del euro!
26 noviembre 2010 Le Monde Paris
Sin duda, la moneda única ha salido debilitada de las crisis en Irlanda o en Grecia. Pero sigue siendo un valor de futuro en el escenario internacional y merece ser defendida, argumenta el editorialista francés Alain Franchon.
Alain Frachon
El tono es de conmiseración, las palabras dignas de las grandes tragedias: hay que salvar el euro, ¿no? El “engendro” está enfermo, tal vez pueda morir. Ya nos lo habían advertido: no se puede crear una zona monetaria sin unión política. Con su ambición fáustica, con su loca pretensión de convertir Europa en uno de los actores globales del siglo XXI, los eurócratas han creado un monstruo: la zona euro.
No es sostenible, es el producto de una voluntad política, no de una realidad económica; es contraria a los buenos usos liberales. Es inevitable que se derrumbe. Si no lo hace mañana, será pasado mañana, por contagio, bajo el peso de las deudas públicas o bancarias de Irlanda, luego de Portugal, y luego de España.
¡Ah! Nada como la lectura de la prensa británica en estos momentos para levantarse la moral. Una delicia matinal. El brillante e hiperconservador Daily Telegraph es de consulta obligada en la materia, pues en cada una de sus líneas esconde apenas su satisfacción al enunciar los males del euro.
Pero si miramos le resto de la prensa, desde el Financial Times hasta el The Economist, notamos que los comentarios sobre la crisis irlandesa llevan el mismo matiz aunque sean más sofisticados: la moneda única va a caer, algunos de sus miembros la abandonarán. Ya no estamos en el terreno del comentario periodístico, del wishful thinking del editorialista; estamos en el terreno de la batalla ideológica.
Organizando el contraataque
La andanada de fuego antiaéreo lanzada desde Londres tiene de inquietante que es también el reflejo de lo que piensan un buen número de operadores de los mercados. Toca pues organizar el contraataque, como se haría en la Debating Society de la London School of Economics.
Advirtamos que los males de Irlanda son el producto de una política económica delirante, no de la pertenencia de la isla a la zona euro. Observemos que Gran Bretaña, que no se encuentra en la zona euro, tiene unas finanzas públicas más degradadas que las de Francia, país fundador de la unión monetaria.La realidad es esta: la zona euro atraviesa crisis recurrentes, inducidas por el peso de la deuda de sus países más débiles.
Lamentablemente, los mercados no dejarán de poner a prueba la solidez de la unión monetaria. Mientras persistan sus dudas, harán subir las tasas de interés de los créditos de los Estados periféricos de la zona. ¿Habrá que dar la batalla, es decir, ofrecer la garantía de los demás Estados de la zona —en último término, el dinero del contribuyente— para salvar a sus miembros más débiles? Es una cuestión política. La respuesta también es política: el euro vale esta batalla.
Los europeos han aprendido la lección de la crisis griega. Se han dotado de una doble rueda de repuesto: el Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF, 60.000 millones de euros) y el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FESF, 440.000 millones de euros). A lo cual hay que añadir el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI), dispuesto a prestar una ayuda suplementaria que puede llegar hasta el 50% de la suma vertida por la Unión Europea (UE). En total, los fondos disponibles alcanzan los 750.000 millones de euros. El acuerdo entre Dublín, la UE y el FMI supone un plan de ayuda de 85.000 millones de euros. Todavía queda margen.
Asia confía en la moneda única
Si el euro fuera víctima de la desconfianza de los inversores, se habría venido abajo tras la crisis griega y se habría hundido ahora con la de Irlanda. No es el caso (aun cuando haya bajado). ¿Por qué? Porque el euro en gran medida ha triunfado. Es la segunda moneda de reserva mundial: el 62% de las reservas de los bancos centrales del mundo son en dólares; el 27% en euros; el 4% en libras británicas; el 3% en yenes.
Esto suma mucha gente interesada en que la moneda única vaya bien.
A día de hoy, ningún fondo soberano o privado asiático se ha desprendido de sus posiciones en euros. El Asia emergente cree en el euro. Es el futuro: tres o cuatro grandes zonas monetarias. “Abandonar el euro sería un contrasentido histórico para cualquiera de sus miembros”, asegura el profesor Jean-Hervé Lorenzi.
Sin duda, la gestión del euro supone pérdidas de soberanía en materia fiscal (Dublín lo sabía); afrontar los desequilibrios estructurales en el seno de la zona, como el excedente comercial alemán (Berlín debería reconocerlo); aceptar, aun cuando uno sea un “gran país”, el principio de sanciones decididas por aquellos que respetan las reglas, aunque sean los “pequeños” (París debe aceptarlo); coordinar las políticas presupuestarias antes de que las leyes financieras sean sometidas a los Parlamentos nacionales; trabajar para la convergencia de las reglamentaciones bancarias, etc.
Un teorema económico que deberían enseñar en el Trinity College de Dublín, la gran universidad irlandesa: no se puede tener a la vez la Guinness y el dinero de la Guinness.