La semana pasada aparecieron en los periódicos dos noticias sobre banqueros estafados por timadores y chiflados.
Ambas historias eran placenteras: ver cómo quedan mal banqueros de inversión siempre resulta divertido. También eran muy profundas, lo que lleva a preguntarse a lo que se enfrentan los banqueros a diario y qué talentos son necesarios para hacer bien su trabajo
La primera historia hace referencia a un británico de 49 años que solicitó el cargo de viceconsejero delegado de un banco de la City de Londres. Su formación parecía impecable: Oxford, Harvard y posteriormente 20 años en JPMorgan. En dos entrevistas con cazatalentos y Ahli United Bank, Peter Gwinnell, dijo todo lo que tenía que decir para causar buena impresión y fue debidamente seleccionado.
Después de desempeñar su trabajo durante un mes, en el que hizo todo lo que hacen los altos banqueros, cogió muchos vuelos y asistió a numerosas reuniones, alguien hizo algunas comprobaciones sobre él. Descubrieron que nunca había trabajado en JPMorgan. Tampoco había estudiado jamás en Oxford ni en Harvard. Era un estafador que había estado en prisión y que, tras la condena dictada contra él por fraude, está ahora bajo la supervisión de un asistente social responsable de su libertad condicional y en tratamiento por depresión.
Lo interesante de esta historia -aparte de llevarte a que te preguntes qué hacen los cazatalentos para percibir sus inmensos salarios si no se molestan siquiera en efectuar una búsqueda básica en Google- es lo fácil que resulta hacer creer a la gente que eres un alto banquero. Basta con que inviertas en un fondo de armario adecuado y que aprendas las palabras correctas.
En los artículos Gwinnell aparecía con el aspecto exacto de un importante banquero: camisa azul y traje gris oscuro. Y pese a que la historia no explica exactamente cómo hablaba en esas reuniones, lo único que tenía que hacer era expresarse de tal forma que nadie más pudiera entender lo que decía, con lo que no importaría si tampoco se entendía a sí mismo.
La segunda historia es menos dramática, ya que no hay ningún tribunal de por medio sino, simplemente, un párrafo dentro de un documento de la SEC descubierto por un periodista del Houston Business Journal. Sin embargo, me entusiasma aún más, ya que muestra cómo un vagabundo deja en ridículo al gran Goldman Sachs.
El banco, y Greenhill & Co, han trabajado para Dynegy, la energética estadounidense que Carl Icahn intenta adquirir. Durante el proceso de búsqueda de ofertas -en el que los banqueros intentan obtener precios más altos- Dynegy recibió una misiva que no había solicitado de un grupo llamado Buisson Baudoin Rondeleux, en la que expresaba su interés en adquirirla.
Según el documento, la persona que firmaba la carta "no respondió a las múltiples tentativas, tanto por teléfono como por escrito, de Goldman Sachs y Greenhill & Co de contactar con él". Finalmente, un banquero de Goldman le rastreó y descubrió que estaba usando un "número de teléfono asociado a una central telefónica de Columbia, en Carolina del Sur, y un remite vinculado a un centro de acogida".
El documento revela a continuación que Buisson Baudoin Rondeleux "no aparecía ni en los registros públicos ni en Internet". Cuando el banquero de Goldman consiguió hablar finalmente con el sin techo, este "le indicó que no disponía de financiación para la propuesta efectuada y que no tenía experiencia previa en la adquisición de empresas públicas".
Todo esto ofrece una visión bastante aterradora sobre lo que sucede en los departamentos de fusiones y adquisiciones. Los banqueros, al igual que los cazatalentos, ignoran lo que les dice el sentido común. Pero a diferencia de los cazatalentos que no hacen comprobación alguna, buscan en exceso.
Y entonces, una vez que se les ha tomado el pelo a conciencia, algún pobre lacayo documenta solemnemente todo el proceso para el esclarecimiento de la SEC.
Cualquier impostor o sin techo seguramente lo habría hecho mejor.
Habrían visto el ridículo nombre de la compañía, habrían dedicado dos segundos a buscarla en Google, y habrían tirado la carta a una papelera. A menos, claro está, que los banqueros supieran que estaban perdiendo el tiempo pero, como les estaban pagando tan bien, estuvieran más que conformes haciéndolo.
Lucy Kellaway
Financial Times
Ambas historias eran placenteras: ver cómo quedan mal banqueros de inversión siempre resulta divertido. También eran muy profundas, lo que lleva a preguntarse a lo que se enfrentan los banqueros a diario y qué talentos son necesarios para hacer bien su trabajo
La primera historia hace referencia a un británico de 49 años que solicitó el cargo de viceconsejero delegado de un banco de la City de Londres. Su formación parecía impecable: Oxford, Harvard y posteriormente 20 años en JPMorgan. En dos entrevistas con cazatalentos y Ahli United Bank, Peter Gwinnell, dijo todo lo que tenía que decir para causar buena impresión y fue debidamente seleccionado.
Después de desempeñar su trabajo durante un mes, en el que hizo todo lo que hacen los altos banqueros, cogió muchos vuelos y asistió a numerosas reuniones, alguien hizo algunas comprobaciones sobre él. Descubrieron que nunca había trabajado en JPMorgan. Tampoco había estudiado jamás en Oxford ni en Harvard. Era un estafador que había estado en prisión y que, tras la condena dictada contra él por fraude, está ahora bajo la supervisión de un asistente social responsable de su libertad condicional y en tratamiento por depresión.
Lo interesante de esta historia -aparte de llevarte a que te preguntes qué hacen los cazatalentos para percibir sus inmensos salarios si no se molestan siquiera en efectuar una búsqueda básica en Google- es lo fácil que resulta hacer creer a la gente que eres un alto banquero. Basta con que inviertas en un fondo de armario adecuado y que aprendas las palabras correctas.
En los artículos Gwinnell aparecía con el aspecto exacto de un importante banquero: camisa azul y traje gris oscuro. Y pese a que la historia no explica exactamente cómo hablaba en esas reuniones, lo único que tenía que hacer era expresarse de tal forma que nadie más pudiera entender lo que decía, con lo que no importaría si tampoco se entendía a sí mismo.
La segunda historia es menos dramática, ya que no hay ningún tribunal de por medio sino, simplemente, un párrafo dentro de un documento de la SEC descubierto por un periodista del Houston Business Journal. Sin embargo, me entusiasma aún más, ya que muestra cómo un vagabundo deja en ridículo al gran Goldman Sachs.
El banco, y Greenhill & Co, han trabajado para Dynegy, la energética estadounidense que Carl Icahn intenta adquirir. Durante el proceso de búsqueda de ofertas -en el que los banqueros intentan obtener precios más altos- Dynegy recibió una misiva que no había solicitado de un grupo llamado Buisson Baudoin Rondeleux, en la que expresaba su interés en adquirirla.
Según el documento, la persona que firmaba la carta "no respondió a las múltiples tentativas, tanto por teléfono como por escrito, de Goldman Sachs y Greenhill & Co de contactar con él". Finalmente, un banquero de Goldman le rastreó y descubrió que estaba usando un "número de teléfono asociado a una central telefónica de Columbia, en Carolina del Sur, y un remite vinculado a un centro de acogida".
El documento revela a continuación que Buisson Baudoin Rondeleux "no aparecía ni en los registros públicos ni en Internet". Cuando el banquero de Goldman consiguió hablar finalmente con el sin techo, este "le indicó que no disponía de financiación para la propuesta efectuada y que no tenía experiencia previa en la adquisición de empresas públicas".
Todo esto ofrece una visión bastante aterradora sobre lo que sucede en los departamentos de fusiones y adquisiciones. Los banqueros, al igual que los cazatalentos, ignoran lo que les dice el sentido común. Pero a diferencia de los cazatalentos que no hacen comprobación alguna, buscan en exceso.
Y entonces, una vez que se les ha tomado el pelo a conciencia, algún pobre lacayo documenta solemnemente todo el proceso para el esclarecimiento de la SEC.
Cualquier impostor o sin techo seguramente lo habría hecho mejor.
Habrían visto el ridículo nombre de la compañía, habrían dedicado dos segundos a buscarla en Google, y habrían tirado la carta a una papelera. A menos, claro está, que los banqueros supieran que estaban perdiendo el tiempo pero, como les estaban pagando tan bien, estuvieran más que conformes haciéndolo.
Lucy Kellaway
Financial Times