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Las sucesivas rebajas de los ratings de Grecia, España y Portugal han dejado la popularidad de Moody's, y, con ella, la del resto de las calificadoras, en niveles mínimos. Dirigentes nacionales y europeos han criticado tanto el fondo como las formas de proceder de la agencia, a la que han acusado de no profundizar en los planes de ajuste de los países que califica antes de realizar sus valoraciones, una falta de análisis que no reprochaban cuando sus notas eran revisadas al alza. Hasta el comisario europeo de Asuntos Monetarios, el alemán, Ollie Rehn, ha cargado las tintas contra estas firmas, a las que ha acusado de ser inoportunas y poco transparentes en sus informes.
Sobre lo primero, hay pocas dudas, puesto que no parece tener mucho sentido rebajar el rating de Grecia en plena negociación de la ampliación del plazo de devolución del rescate, el de España horas antes de que se publiquen las necesidades de financiación del sistema financiero o el de Portugal apenas cuatro días después de anunciar las líneas maestras de un plan de ajuste aún por detallar. Quizá lo único que se pueda señalar en defensa de Moody's es que en un entorno tan globalizado y cambiante como el actual, es complicado elegir el momento sin que la actualidad ponga en entredicho algunas de las opiniones vertidas.
Lo de la transparencia es más complicado. Los criterios de valoración de las agencias son públicos, pero son muchos los que señalan que no se aplican por igual a todos los emisores. En el plano de los soberanos, es cierto que parece haber un abismo entre la periferia europea, que periódicamente recibe un castigo o, al menos, una amenaza, y las grandes economías, como Reino Unido, que no sintió ni un ápice de duda sobre su triple A ni cuando su déficit rozaba el 15 por 100 del Producto Interior Bruto (PIB).
La crisis de las hipotecas subprime ya hizo saltar las alarmas acerca de los métodos utilizados por las agencias de rating, puesto que fueron incapaces de valorar correctamente unos títulos a los que se les calificaba casi por sistema con la máxima nota sin analizar su funcionamiento.
Por el momento, el papel del oligopolio que forman Fitch, Moody's y Standard & Poor's no tiene sustituto, puesto que es necesario que haya un árbitro que diga quién es de fiar y quién no. Además, están avaladas por las exigencias regulatorias que impuso en su día Estados Unidos y que dejaron en el camino a otras tantas entidades que ejercían esta labor. Pero también deberían ser conscientes de que, en el contexto actual, sus decisiones generan sobrerreacciones en los mercados que recomiendan una cierta prudencia.
No es la primera vez que se duda del papel de los árbritos del mercado. No hace falta remontarse demasiado para recordar los efectos que tuvieron los escándalos de WorldCom o Enron sobre las auditoras y cómo se resolvieron. El problema de hoy es el mismo de entonces: quién y cómo se debe vigilar al vigilante. No debe estar muy claro cuando hace meses que se habla de ello... pero poco más.
Sobre lo primero, hay pocas dudas, puesto que no parece tener mucho sentido rebajar el rating de Grecia en plena negociación de la ampliación del plazo de devolución del rescate, el de España horas antes de que se publiquen las necesidades de financiación del sistema financiero o el de Portugal apenas cuatro días después de anunciar las líneas maestras de un plan de ajuste aún por detallar. Quizá lo único que se pueda señalar en defensa de Moody's es que en un entorno tan globalizado y cambiante como el actual, es complicado elegir el momento sin que la actualidad ponga en entredicho algunas de las opiniones vertidas.
Lo de la transparencia es más complicado. Los criterios de valoración de las agencias son públicos, pero son muchos los que señalan que no se aplican por igual a todos los emisores. En el plano de los soberanos, es cierto que parece haber un abismo entre la periferia europea, que periódicamente recibe un castigo o, al menos, una amenaza, y las grandes economías, como Reino Unido, que no sintió ni un ápice de duda sobre su triple A ni cuando su déficit rozaba el 15 por 100 del Producto Interior Bruto (PIB).
La crisis de las hipotecas subprime ya hizo saltar las alarmas acerca de los métodos utilizados por las agencias de rating, puesto que fueron incapaces de valorar correctamente unos títulos a los que se les calificaba casi por sistema con la máxima nota sin analizar su funcionamiento.
Por el momento, el papel del oligopolio que forman Fitch, Moody's y Standard & Poor's no tiene sustituto, puesto que es necesario que haya un árbitro que diga quién es de fiar y quién no. Además, están avaladas por las exigencias regulatorias que impuso en su día Estados Unidos y que dejaron en el camino a otras tantas entidades que ejercían esta labor. Pero también deberían ser conscientes de que, en el contexto actual, sus decisiones generan sobrerreacciones en los mercados que recomiendan una cierta prudencia.
No es la primera vez que se duda del papel de los árbritos del mercado. No hace falta remontarse demasiado para recordar los efectos que tuvieron los escándalos de WorldCom o Enron sobre las auditoras y cómo se resolvieron. El problema de hoy es el mismo de entonces: quién y cómo se debe vigilar al vigilante. No debe estar muy claro cuando hace meses que se habla de ello... pero poco más.